Massot dice lo que no dijo Macri




El mamarracho del discurso presidencial en la apertura de las sesiones ordinarias 2018 del Parlamento argentino impresiona por su carencia de sustancia, su insulsez y su desfachatada tergiversación de la realidad.
Con un material tan pobre y elemental, tan corto de alcances, cabía al menos ilusionarse con algo de estructura. Por una cuestión estética, aunque más no fuera. Pero no. El discurso del día de la escarapela de una directora de las de antes hubiera lucido mayor consistencia que este engendro desmañando de frases huecas e invocaciones a la mancomunión más apropiadas para resonar en uno de esos viejos cines porteños devenidos iglesias de nuevo cuño que en el recinto parlamentario.
Más allá de que Macri nunca se destacó por sus dotes intelectuales, se descuenta que en la mayoría de los casos los discursos los escribe otro. Por lo tanto, cabe concluir que la falta de arte retórica responde a una estrategia deliberada. En lugar de un programa de gobierno para lo que resta o una bitácora que fatigara el trayecto recorrido en dos años largos de administración, la perorata surfeó lugares insustanciales, recomendaciones pueriles y anuncios ridículos, como que está bajando la inflación que el mismo gobierno subió.
La mediocridad manifiesta no es inocente; si la excusa era hacerlo entendible vale recordar, según reza la canción, que lo sencillo no es lo necio, ni inteligibilidad es chatura. Las admoniciones y reconvenciones son para un público infantilizado, no para una ciudadanía a la que se presume madura.
Ni siquiera vale la pena caer en la discusión de las cifras, que ya ha sido materia de múltiples comentarios y con las que nunca se consigue otra cosa que extraviarse en un laberinto de fuentes y contrafuentes dudosamente comprobables; máxime cuando el enunciador no cita ninguna. Discutir sobre esa base es perder el tiempo.
Referencias desperdigadas, aquí y allá, a una que otra ley, ninguna de ellas medular, como para llenar el espacio entre una y otra apelación sentimental. La De Financiamiento Productivo, eufemismo con la que se rebautizó la que con más propiedad se denominaba De Mercado de Capitales. La De Telecomunicaciones, una adecuación a la medida de los actores empresariales. La proclamada De Inclusión Laboral, que sería innecesaria si el Ministerio de Trabajo ejerciera su poder de policía, lo mismo que para hacer efectivo el salario igualitario. Cualquiera lo sabe. Macri perfeccionó su deliberada identificación con Chauncey Gardiner, el protagonista de la novela de Kosinsky, Desde el jardín.
Lo único realmente sustantivo pareció ser la alusión a la necesidad de discutir una ley para la legalización del aborto. Fue, además, sin comprometerse demasiado (y en parte, quizá precisamente por eso), la parte más honesta (o menos deshonesta) del mensaje.
El resto, mostró a un Macri desvaído, casi desganado o desinteresado, todo lo contrario de, por ejemplo, el discurso de Vidal en su propio rodeo, que exhibió otra garra y, ni hablar, consistencia: un discurso de promesas, y de promesas incumplidas, o cumplidas muy parcialmente, pero comme il faut. Puede provocar arcadas, pero no se puede negar que el de Vidal fue un discurso bien hecho.
En cuanto al presidente, lo más importante, por supuesto, fue lo que no dijo. Ni una palabra sobre el paquete de medidas que se viene, ni sobre reforma laboral, ni sobre de dónde saldrá lo que falta ajustar del déficit (que, cual película de terror, aunque aún no se sepa uno ya se lo imagina). Como si con repetir igual que cada año Lo peor ya pasó pudiera soslayarse todo lo malo por venir.
Aquí, una apretadísima (y personal) síntesis de su discurso; quedan afuera, como ya fue dicho, las cifras revoleadas sin referencias a su origen y los ganchos publicitarios (la chicana a los docentes, las referencias a los salarios) que ya ocuparon suficiente centimetraje periodístico:


El cándido Massot

 Una semana después de esta lamentable simulación naïf a cargo de un primer mandatario que carece de carisma, de argumentos y de capacidad pero –no obstante ello y según prescripción de su craneoteca amiga– juega al evangelismo ecuménico laico para subnormales, no va que se presenta el bueno de Massot en el programa de Laje y se manda la que se manda. La entrevista completa puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=mvSrvgV00mk&t=7s.
Para muchos pasó por un episodio divertido, el castigo de la hipocresía, un papelón, el traspié merecido.
La realidad no pasa por un sincericidio de Massot sino por el blanqueo de un relato que, casi contemporáneamente, el mandatario del país escamotea en su mensaje al Parlamento. En su trivialidad, en su banalidad y en su intrascendencia, la alocución presidencial no estuvo dirigida a los integrantes del Poder Legislativo de la Nación: estuvo dirigida a la parte más ignorante y más desinformada de su electorado. La repetición de consignas no tuvo otro objetivo que aprovechar la relevancia del evento y convertir su transmisión televisiva en un hecho comunicante vaciado de contenido y saturado de apelaciones emocionales.
Es recomendable ver completa la entrevista a Massot. Por lo pronto, es mucho más entretenida que el bodrio de Macri. Pero además, habla mucho más profundamente y a las claras de las convicciones del gobierno y de sus intenciones.
En todo caso, el equívoco del off que nunca fue y en el que el diputado se desnudó sólo expuso con más brutalidad lo que se leía entre líneas en el tramo previo del reportaje. Y que quedó expuesto en letras de molde: un proceso de veinte años mínimo, en los cuales un par de generaciones van a sufrir. Así nomás, con absoluta crudeza. Y eso, en el caso ideal: o sea, siempre y cuando en esos veinte años se crezca como idealmente imaginan los gerentes que están haciendo lo que hay que hacer, como les gusta decir. Si algo fallare, habrá que seguir participando. Los veinte años pueden ser cuarenta, sesenta o, ¿quién sabe? Por lo pronto, ya se tomaron previsiones de financiación de deuda a cien años.
Sólo en mentes con semejante grado de insensibilidad social se puede concebir la idea de que esto es un buen proyecto, de que es sostenible, de que este país puede caminar por el filo de la cornisa (y de la miseria) durante décadas sin sufrir consecuencias.
Sólo en la concepción de ignorantes que ajustan su visión del mundo a un radio mental limitadísimo puede parecer un buen plan pensar al país como un engranaje mecánico al cual se ajustan las personas como tuercas y tornillos, según reglas de economía política abstracta a aplicar de igual modo en cualquier lugar, desconociendo la conformación de su cultura y de su estructura social.
El desconocimiento de la Historia es el peor déficit de cualquier estadista, por una razón elemental: le impide reflexionar sobre el país. El exceso de especulación filosófica puede entorpecer y retrasar procesos, pero su absoluta carencia crea un vacío implosivo que ningún funcionalismo puede neutralizar. La ignorancia supina del peso de las tradiciones de lucha que han marcado cada momento de la vida política del país desde su nacimiento, y de las sucesivas lecciones que se han recogido sobre la imposición de modelos con alto costo social y secuela sangrienta de resistencia, no puede augurar más que desgracias. No es suficiente remontarse a los setenta, ni a los cincuenta; hay que ir mucho más atrás, y empezar a revisar los procesos sociales desde la Primera Junta en adelante para sacar conclusiones de largo alcance, ya que se entusiasman con planificar el futuro.
Sin embargo, parece que esta gente no puede aprender ni siquiera del pasado reciente. Parece imposible, entonces, que puedan apreciar un proceso histórico completo, y complejo.
Por lo pronto, reemplazar próceres por animales en los billetes parece una declaración de principios. El pasado estorba. Personalmente, no me mueven un pelo los próceres impresos en papel moneda, pero esto de suplantar personajes de proyección histórica con animales grafica a nivel simbólico mucho del proceso político actual. Además de ser un cambio categorial radical, que apunta a abolir cualquier herencia del pasado. Lo mismo hubieran podido decorar los billetes con flores de Bach.
Tanto Macri como Massot deberían poner la Historia en primer plano, porque ambos, con participación personal en un caso y por legado hereditario en otro, tienen línea directa con los momentos más trágicos de los últimos cuarenta años de la vida del país.
Sin embargo, uno juega el papel de padrino de la mafia, cuyas declaraciones nunca echarán luz sobre su verdadera condición; y el otro el de talibán cachorro que muestra las cartas con la ingenuidad pero también con el mesianismo del fanático.
Lo que se necesita es gente sensible que piense el aquí y el ahora, además de pensar a veinte años. Sensibilidad no es lagrimear por los que se caen del sistema mientras se reasignan recursos a favor de los conocidos de siempre, con la excusa de alentar un crecimiento hipotético y fantasmal; sensibilidad es profundidad de pensamiento para, sin reacciones cocodrilescas, pensar la Nación como un todo de iguales.
Cuando se piensa el aquí y el ahora en términos de reforzar la policía y los organismos de represión con vistas a un futuro venturoso, ya se sabe en qué clase de trampa mortal nos estamos precipitando.
Ya pasó muchas, muchas veces en la historia argentina.


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