Cuentos Chinos

 

Pros y contras del aislamiento

Aún con prudencia, se celebran discretamente los logros del aislamiento en Argentina. El achatamiento de la curva que se graficó en los discursos oficiales permitió la progresiva adecuación del sistema de salud a la contingencia sin colapsar. Con o sin filminas resulta evidente, y los sectores políticamente opositores rabian al no poder encontrar una brecha en el frente sanitario, que luce sólido.

Paradojalmente, el gobierno ha ganado tiempo en la lucha contra la enfermedad. Aunque todo parece ralentizarse, en realidad se avanza más organizadamente a una nueva estructuración económico-social. El contexto juega a favor de un borrón y cuenta a nueva a nivel global, circunstancia que favorece un reordenamiento productivo del país.

Aquellos Estados que apostaron a tomar ventaja siguiendo la vida normalmente –con el argumento de que, cuanto antes se propagara el virus, antes se lograría la inmunidad colectiva– han terminado afrontando pérdidas mucho mayores, por las marchas y contramarchas (que implicaron desde costos políticos hasta administrativos) y, lo que empeora las cosas, al necesitar implementar medidas de emergencia en un entorno desbordado, en el que no es posible ni planificar estrategias ni elaborar un discurso coherente y convincente sobre el rumbo futuro de la administración.

Por tanto, quienes especularon con enfrentar la enfermedad a bajo precio al tiempo de sacar provecho de una producción mundial deprimida, no sólo han sido chasqueados: también fueron confinados al extremo de la fila. Probablemente serán las economías que sufrirán los mayores daños, y las que más tarden en recuperarse.

En la otra mano, aplanar la curva es un logro relativo. Si bien permite enfrentar la emergencia en mejores condiciones, también alarga los plazos de circulación de la enfermedad. En esos términos, conlleva las características de toda guerra de baja intensidad: situación controlada, pero crónica. Si bien es esperable (y altamente probable) que se encuentre la vacuna, todos los especialistas han anunciado que no será en breve. Estaremos obligados a convivir con el virus y las medidas de excepción al menos durante un año, aún con los grados de distensión que, es de prever, se vayan instrumentando.

Para complejizar más las cosas, la aparición de pacientes recidivantes plantea dudas acerca de si es posible garantizar la inmunidad en todas las personas que hayan padecido la enfermedad. Con lo cual la pandemia puede convertirse también en endémica. Así que no sólo tenemos que esperar el descubrimiento de la vacuna, sino también el de un tratamiento efectivo, el cual todavía está en el lejanísimo nivel de las pruebas de ensayo y error.

 

La pregunta del millón

Se ha hablado bastante en redes de las previsiones que Bill Gates consideraba imperioso tomar para evitar esta epidemia hace cinco años:



Por supuesto, inmediatamente salieron los conspiracionistas de siempre a decir: ¿Ves?, claro, lo que sucede es que Bill Gates tiene intereses en la industria farmacéutica, entonces ya lo había pensado y todo lo que pasa estuvo desde el principio en sus planes.

Es absurdo si uno piensa un poco seriamente en ello, y alcanza sólo con prestar atención al video e identificar las implicancias que un hombre de negocios (con o sin intereses filantrópicos) considera en cualquier área del acontecer, especialmente en términos económicos. Los empresarios no juegan a la ruleta rusa. Pero claro, ¿ves?, este blog puede estar siendo financiado por los fabricantes de alcohol en gel. Siempre se puede sospechar de algo, sin que resulte demasiado relevante la solidez de los fundamentos.

Lo más interesante es que un año antes que Gates, Obama había planteado inquietudes similares:



La tibieza, protocolaridad o retoricidad con que se hayan presentado estos dilemas no les quita ni entidad ni importancia, tanto por el nivel de las personas que los pronunciaron como por los ámbitos que les sirvieron de caja de resonancia. En el caso de Gates, las charlas TED son un espacio de pensamiento colaborativo global, uno de los nuevos paradigmas culturales del mundo futuro que rigen desde las organizaciones ambientalistas hasta el movimiento de software de código abierto, pasando por la banca ética, las iniciativas crowfunding, el mundo wiki e inclusive las criptomonedas, entre otras expresiones. En el caso de Obama, el National Institute of Health, que por modesto e íntimo (dentro del devaluado sistema de salud estadounidense) no es menos simbólico institucionalmente.

Son sólo dos ejemplos. Las advertencias pueden rastrearse desde bastante antes. Explícitamente se plantea que el problema sanitario es mundial, y por lo tanto debe lograrse una infraestructura planetaria, que no se restrinja a los estrechos límites de un país, porque si hay algo que los virus atraviesan sin problemas es las fronteras.

Establecido esto, y ante el impacto económico y social de la crisis, no es extraño que sean cada vez mayores la preocupación y los pronósticos acerca del futuro: ¿cómo se configurará el mundo tras la pandemia?

Los distintos oráculos avizoran grandes cambios. La mayoría no parecen tales, sino movimientos que ya están en marcha y que en todo caso recibirán un empujón más acentuado con esta crisis: la tecnología está desarmando buena parte del mundo del trabajo tal como lo conocimos hasta el final del siglo XX. Los servicios on line, el home office, los múltiples servicios de delivery, las empresas de economía colaborativa (como Airbnb o Uber), los marketplaces, el e-learning, sumados a la cantidad de oficios que hoy se desarrollan en entornos completamente digitales (desde planimetría constructiva hasta películas de animación, pasando por el diseño para impresoras 3D y entornos virtuales de oficina) obligan a un aggiornamiento de buena parte de la legislación laboral, que corre el riesgo de reflejar cada vez menos la realidad. Será complejísimo llevar adelante las modificaciones de los marcos regulatorios conservando la ecuanimidad y la equivalencia de derechos, cuya traducción a nuevas condiciones habrá que disputar duramente; pero su discusión es inevitable, más tarde o más temprano. Los sindicatos, tal como los conocemos, tendrán una relevancia diferente; de hecho algunos hoy funcionan apenas a la manera de las barrabravas, como meros grupos de presión al mejor postor. Según cierta opinión, esto dejaría a la intemperie y sin defensa a muchos: los repartidores, los empleados de los locales de comidas rápidas o de los call centers son presentados como el prototipo moderno del trabajador explotado. Qué decir: si no se sienten representados, tendrán que buscar nuevas y más efectivas formas de constituirse como colectivo, y pelear por ello. Nuestros bisabuelos pudieron hacerlo en condiciones mucho peores; por qué no ahora.

Algo sobre lo que no se ha hecho mucho hincapié es el posible cambio en los precios relativos de los productos, en términos de necesidad o suntuariedad. La caída de los precios de todo aquello que ahora no se compra porque no hay forma de disfrutarlo, en oposición a la revalorización de lo que resulta de primera necesidad, extendido en el tiempo, ¿se consolidará? ¿Se modificarán en forma permanente los hábitos de compra de los usuarios? ¿Existen posibilidades de ir a un consumo más racional, o el mercado de lo superfluo volverá, y con más fuerza? ¿Las empresas considerarán reconvertirse, refugiándose en actividades y productos que no puedan ser discontinuados por ningún fenómeno epidémico?

Pero la incógnita futura más relevante, en forma de amenaza o expectación, tiene un nombre milenario: China.

 

El peligro amarillo

Para los que se sorprenden por la aplanadora industrial-tecnológica en que se ha convertido China, que progresivamente se va posicionando como el nuevo árbitro de la economía mundial, hay que decir que no hay novedad. China vino trabajando en ello desde los últimos casi cincuenta años, a vista y paciencia de quien lo quisiera ver.

Aún en vida del legendario Mao, China ya descreía de la política de demostraciones de fuerza en la que desgastaba energías y recursos la Unión Soviética. Los desarrollos espaciales y militares, así como la disputa por fronteras y ocupación de territorios desangraron a la URSS en un esfuerzo, si no estéril, al menos desmedido para el tamaño de sus fuerzas productivas. Los excedentes que producía eran canalizados a estas exigencias, en lugar de potenciar el desarrollo humano y las posibilidades del conjunto de la sociedad. China prefirió concentrarse en sí misma. Problemas internos que arreglar no le faltaban.

Mao murió en 1976, y después de los funerales China supo arreglárselas para ir institucionalizando su revolución, con éxito hasta el momento. A principios de la década del ’60, Deng Xiaoping había sido poco menos que excomulgado en el Partido Comunista Chino por su pragmatismo, después de su frase famosa: “da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”. Sin embargo, siguió dando pelea desde adentro y tuvo su momento con la desaparición del gran líder: sin ser el delfín designado, su prestigio lo llevó a la cabeza de la nación. Inauguró el Socialismo con características chinas, que se postula seguidor de los principios marxistas-leninistas, pero adaptados a: 1. las características chinas; y 2. una fase temporal determinada.

Esto le permitió a China plantearse una estrategia de largo plazo y bajo perfil. Abrió progresivamente su economía y se integró al circuito capitalista mundial. No desatendió su ejército, pero tampoco lo sobredimensionó: hoy China tiene el tercer ejército del mundo, pero comparado con su población, sus recursos y su influencia, no parece guardar relación con los que lo anteceden, EE.UU. y Rusia (https://mundo.sputniknews.com/infografia/201812101084037845-fuerzas-armadas-mas-poderosas-mundo/). Cumple sobradamente tareas disuasorias y defensivas; China no se interesó por aventuras territoriales, más allá de las reclamaciones limítrofes que mantiene con sus vecinos y con la rebelde isla de Taiwan. Con ésta, del mismo modo que con todo, China se plantea políticas de largo plazo: nada de apurarse, el tiempo corre a su favor.

 

Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo

También en términos económicos China se enfrascó en mejorar su performance, sabiendo que contaba a su favor con una población enorme y disciplinada, que constituía tanto una desmesurada fuerza de trabajo como un mercado interno capaz de absorber durante mucho tiempo cualquier iniciativa productiva de escala.

En la década del ’80, ya con la revolución neoliberal de Thatcher-Reagan en marcha, China se planteó las Cuatro Modernizaciones: economía, agricultura, ciencia-tecnología y defensa nacional. Se subió a la ola de la economía de mercado y la aprovechó: con instituciones fuertes, no abandonó la planificación de la economía pero permitió la entrada e instalación de empresas extranjeras. De ese intercambio, cuidadosamente regulado, siempre salió con ventaja su política nacional. China absorbió la actividad de esas empresas en su propia dinámica y no a la inversa.

Después de Deng, los siguientes gobernantes continuaron la estrategia, y aunque China está lejos de ser una sociedad perfecta, y hay muchos muertos en el placard, las mejoras en la calidad de vida de su inmensa población son verificables. En su organización política sostiene el centralismo democrático: si funciona debidamente o no, es difícil saberlo, pero en todo caso es un principio democrático mucho más sano que el occidental. En la otra mano, es un Estado autoritario y según algunos totalitario, pero cuenta con un alto porcentaje de aprobación de su población.

La globalización financiera impulsó en las grandes economías de Occidente la preeminencia del alto consumo, la especulación y el monetarismo. Las empresas deslocalizaron sus centros de producción hacia las zonas con mano de obra más barata: China estaba allí, dispuesta a absorberlos. Tomaron a su cargo el grueso de lo producido mundialmente, aprendieron de ello, inundaron el mercado mundial con sus manufacturas y aprovecharon el proceso para ir perfeccionándolas y mejorándolas. Hace diez años, un automóvil chino era sinónimo de mala calidad, hoy son considerados con más respeto, en el futuro serán de alta gama (https://soloautos.mx/noticias/detalle/8-marcas-chinas-de-autos-que-los-fabricantes-occidentales-deberan-respetar-en-el-futuro-2/ED-LATAM-8283/).

Sin prisa pero sin pausa, China se concentró en su proyecto y mantuvo su perfil. Qué es exactamente la Economía Socialista de Mercado lo sabrá Cristo; por lo visto a los chinos no los desvela.

Para aquella preocupación por el mundo post-epidemia, entonces, no hay una respuesta clara. Lo poco que sabemos de China nos ha llegado por medios occidentales, interesados en resaltar los aspectos menos favorables: la colectivización, los trabajos forzados, las muertes y prisiones, el control social. Posiblemente mucho o todo sea cierto. Posiblemente también, no sea nada peor o diferente de lo que ya conocemos. Cuentos chinos.

 

Trump y sus cuentos chinos.
Fuente: https://theblast.com/c/donald-trump-coronavirus-chinese-virus-tweet




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