En medio del derrumbe
En un mundo
intimidado por pandemias y otros pánicos globales resulta común escuchar los
recelos de sectores populares de diferente coloración política –en cualquier
parte del mundo, no sólo en Argentina– ante la agresividad creciente de la
derecha. Nos están ganando la calle, tenemos que presentar pelea o nos comen,
no podemos permitir otro 2015: alarmas destempladas que suenan regularmente,
ante cada anémica embestida de las fuerzas reaccionarias.
Calma,
radicales (pasemos por alto el doble oxímoron –imaginar que la UCR represente
algún tipo de radicalidad, y que a un radicalizado auténtico, un radical stricto
sensu, se le pueda pedir calma–, y limitémonos al contenido folklórico de
la expresión). Quizá sea necesario analizar con más tranquilidad algunos
aspectos.
La big data y la big sanata
El hecho de
que los ciclos históricos se agoten es algo que muchos estudiosos intentaron sistematizar,
desde Spengler hasta Toynbee. No es la intención aquí incursionar en la
filosofía de la historia, a la que puede considerarse un honesto y esforzado indicio de vanidad intelectual. Nada tan imposible de reducir a una previsibilidad
normativa como la infinidad de causas y efectos que se eslabonan para producir consecuencias
epocales siempre diferentes. Es una pretensión utópica, pero bueno, la
tentación de predecir un futuro seguro y cierto aquieta todo desasosiego religioso
y tranquiliza la incertidumbre del ser. Podemos pensar, con fundamentos, que el fin de
la historia de Fukuyama es una pavada, pero los resultados no son más alentadores
por el lado de Huntington y su choque de civilizaciones. La
incorporación de big data sólo nos lleva a la teoría generacional de
Strauss-Howe: distinguir baby-boomers de X o millennials resulta útil en estudios de mercadotecnia y de cultura empresarial, pero es muy opinable que asista
con beneficios concretos a la siempre perseguida y nunca alcanzada objetividad
histórica prospectiva. No es extraño entonces que la historia se deslice a
manos de strategy experts como San Gu Yim, y que futuro
de la humanidad y oportunidad de negocios terminen siendo más o menos el mismo cambalache.
Toda esta
sanata para decir que pocas cosas son menos pronosticables que lo que va a
pasar, cómo se desenvolverán la política y la economía del mundo, en su
conjunto y en sus partes. Pruebas al canto: viene un virus del orto
y todo se va a la bosta. La confusión entre manejar lo posible y creer
que todo es manejable ha conducido a que el riesgo de vivir pase, para
muchos, de concepto elemental a incomprensible.
El crack-up
Por tanto, sin caer en la futurología, necesitamos prestar atención a tendencias que se
vienen verificando a lo largo de los años y que parecen preanunciar cambios
profundos. Sin entrar en complejidades, resulta evidente que el modelo económico-político
mundial implementado en los últimos cincuenta años está, desde hace bastante
tiempo, en proceso de desgaste y erosión acelerados. Después de sus triunfos
iniciales en la reingeniería comercial y financiera global, cuyo momento
cúlmine fue el derrumbe soviético, ha ido perdiendo fuerza y convicción.
En el plano
político, fue incapaz de consolidar la sinergia necesaria para un gobierno mundial. A lo
largo de todos estos años nunca consiguió someter del todo al Medio Oriente islámico. China,
pacientemente, cimentó su hegemonía en la modernización de su aparato
productivo y la expansión comercial antes que en la disputa geopolítica por zonas de influencia. Y Rusia
transitó su integración a la economía internacional sin resignar autonomía.
En el plano
económico, la sólida armadura de fe y optimismo iniciales de la escuela de
Chicago se fue abollando conforme se sucedían mandoble tras mandoble durante los ’90. La crisis
del Tequila en el ’94, la del Sudeste Asiático tres años después y la de Rusia
al siguiente minaron la confianza en un esquema basado en la volatilidad y la fragilización
de las estructuras de contención social. La indestructibilidad enunciada,
contrapuesta a la debilidad exhibida por las crisis en dominó, derivaron en una
dinámica de negocios de tocata y fuga, en la que todo se redujo a invertir
mucho y mover pronto, desentendiéndose de las consecuencias, tanto económicas
como sociales. La voracidad de los movimientos empujó a una mayor
desregulación; la ligereza con la que esta fue implementada contrastó con la morosidad
y fatiga que el sistema internacional opuso para (muy cuestionablemente)
compensar las deficiencias. Con la crisis de las subprime en el 2008
llegó el responso definitivo para el modelo, que aún así sigue, a ciegas, como
un toro enloquecido, empujando lo que le queda.
Aquellas determinación
y esperanza exhibidas en el inicio han desaparecido. Nadie, ni desde el punto
de vista racional ni desde el humano, puede justificar una matriz que acumula
más y más riquezas en una oligarquía de negocios, desechando masas cada vez mayores
de excluidos. Es un esquema piramidal a escala planetaria, un telar de la
abundancia nivel Dios cuya inviabilidad se hace cada día más evidente para un
mayor número de personas.
El problema
no está en los intérpretes, el problema es el sistema que, en las presentes
condiciones, no ofrece futuro alguno.
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Cuando el humo no te deja ver las torres. |
Paciente sintomático
Indicadores claros muestran la debilidad y el aislamiento de quienes todavía
detentan el poder. Se trata de una mecánica defensiva que, paradójicamente, se exhibe como una serie de demostraciones de fuerza.
·
El retorno del fantasma: desde los ’90 y
por dos décadas, enfervorizados defensores sostuvieron la teoría del fin de las
ideologías: hablar de ideologías era cosa del pasado porque ya no existían
derecha e izquierda, como si ricos y pobres fueran lo mismo y tuvieran idénticos intereses. Por absurdo que resultaran los argumentos, los repitieron hasta
el cansancio, descalificando automáticamente cualquier debate racional sobre el
tema. Ahora, esos mismos adalides del fin de la historia, acorralados por una
resistencia a la desigualdad que conquista cada vez mayores espacios, desandan en chancletas sus pasos y apuestan a la paranoia colectiva, alertando sobre un “peligro comunista” inexistente por donde se revise.
·
Atendido por sus dueños: la tensión
extrema del sistema ha requerido reemplazar a los tradicionales intérpretes (la
clase política) por los propios empresarios al frente de diferentes gobiernos, instalando
la figura del gerente como modelo de gestión y asimilando el manejo de un país
al de una empresa eficiente. Más allá del habitual fracaso de estas
iniciativas -que ponen al descubierto la incapacidad política de actores
acostumbrados a negociar tras bambalinas con cartas marcadas, y no a administrar
la pluralidad de voces de actores públicos y privados que conforman toda comunidad-, se trata de un recurso de última instancia, al cual se recurre cuando la galera ya no esconde ningún truco. Carecer de poder de delegación es una muestra de debilidad extrema.
·
Golpes blandos: en su momento de apogeo,
el neoliberalismo democratizó la región latinoamericana. Los gobiernos de facto
estorbaban: la fuerza ahora residía en el consenso arrollador de los
negocios, capaces por sí de subordinar o condicionar cualquier democracia. La
necesidad de volver a las andadas y recurrir a golpes, mal disimulados o
encubiertos, en Honduras, Paraguay, Brasil y Bolivia, son muestras del
agotamiento del sistema para sostenerse por medios genuinos.
·
Lawfare: la cooptación de los aparatos
judiciales, de medios de comunicación y servicios de inteligencia para instalar
procedimientos políticos fraudulentos y de alto impacto comunicacional, por
contradictorio que parezca, forma parte de los recursos extremos de los que se echa mano en momentos desesperados. Es un arbitrio extraordinario, al que sólo
es posible recurrir en situaciones excepcionales, y que no pueden prorrogarse
demasiado, a riesgo de poner en crisis la credibilidad de instituciones
permanentes no delegadas por el voto, lo que equivaldría a un suicidio social.
· Presidencia del BID: el hecho de que, por primera vez en la historia, Estados Unidos pretenda ubicar a la cabeza del banco regional a un candidato propio (Claver-Carone, de ascendencia cubana, férreo defensor del bloqueo a la isla, asesor de seguridad de Trump para América Latina), cuando tradicionalmente le sobraba con reservarse la vicepresidencia, habla de temor y ansiedad por controlar con rienda corta mecanismos que refuercen el condicionamiento de políticas en el hemisferio.
Universo argento
Argentina
tuvo una modalidad propia para esta estrategia defensiva camuflada de ataque, protagonizada por el entramado de poder que sostuvo al extinto gobierno de Cambiemos, desalojado de puestos ejecutivos a nivel nacional, y en muchos casos también provincial y municipal.
La columna vertebral de esa entente que representa el poder real -conformado por grandes conglomerados empresariales y de medios, think tanks y usinas de ideología- retiene un considerable poder de fuego con el que intenta esmerilar el protagonismo del adversario, utilizando tácticas que más bien parecen acciones desesperadas.
Por acciones desesperadas se entiende una desarticulación programática
manifiesta, la improvisación que pretende excitar valores irracionales sin una
lectura realista del contexto social y actitudes que, por su extrema torpeza,
terminan convirtiéndose en fuego amigo y favoreciendo al oponente.
Cuando
estaban en el poder, las mismas flaquezas que se señalaron más arriba para los
dueños del mundo tuvieron su expresión nativa. Contrariamente a lo que muchos creen,
la escandalosa truchización de falsos aportantes a la campaña de 2017,
el espionaje descontrolado a propios y ajenos y la desfachatada naturalización,
a vista y paciencia de la sociedad, de un lawfare enarbolado alegre y
desprejuiciadamente por jueces, fiscales, periodistas, agentes, ministros y distintos
funcionarios del Estado no son una demostración de fortaleza, sino de endeblez extrema.
Un gobierno musculoso, con sólidos soportes en las distintas estructuras
socioeconómicas de un país, no necesita nada de eso para sostenerse; mucho menos,
hacer alardes de matón de esquina.
Eternos
nostálgicos del pasado, sus métodos los han llevado a reflejarse en oscuros momentos
de la historia nacional. La manipulación y ocultamiento de estropicios comiciales los ha emparentado con la Década Infame; el pacto de silencio que se ha
establecido entre agentes orgánicos e inorgánicos, miembros de la justicia
federal, ex miembros de la administración Cambiemos y periodistas, con la
dictadura del Proceso.
Y es que
ahora, cuando los trapitos van quedando al sol, los comunicadores y formadores de opinión partícipes se ven forzados a
abroquelarse en la complicidad desentendida de lo que ninguno de ellos ignoraba. No se
hace mera referencia a la primera línea de los Majul, los Lanata, los Wiñazki o
los Leuco: también a la segunda de las Cristina Pérez, las Mónica
Gutiérrez, los Fantino, los Novaresio, las O’Donnell. Ninguno puede decir que
no estaba al tanto de lo que estaba pasando. Ninguno, por acción u omisión, es del todo inocente; al menos, en lo que refiere a ingenuidad. Por eso se arrinconan solos. Por eso todos han quedado presos de un
discurso único, en el que disculpar a la administración anterior o lo peor del aparato judicial es eximirse de
culpas.
Mientras
tanto, en el terreno de la acción política, parte del frente opositor se ha reducido a una radicalización psicótica impulsada por el ala dura. No es de extrañar:
la lógica es la misma. A todos los integrantes de ese sector los espera, más
tarde o más temprano, un destino judicial. Saben que están involucrados hasta la
maceta en cuantas ilegalidades pudieron incurrir, y por eso están dispuestos a
quemar las naves e incendiar el país. Son los promotores del terraplanismo
político, los agitadores del peligro comunista, los alentadores del valenzuelismo.
Ahí es donde
convergen políticos sucios y periodistas ídem. Por eso se cubren unos a otros.
La pandemia y el riesgo de su alta contagiosidad |
En esa huida desesperada, los que quedaron fuera de los cargos, sin poder efectivo, sin manejo de caja ni de resortes del Estado, juegan a tensar la cuerda desde posiciones extremas. Los que aún permanecen con mando, en cambio, apuestan a escenarios más racionales. La ruptura interna se demora; cuanto más tarde se produzca, más favorecerá al gobierno del Frente de Todos, y más deshilachada llegará la coalición opositora a las elecciones del año próximo. Si no se produce antes, la eclosión detonará al momento de disputar lugares en las listas.
Cosa facciamo?
¿Significa esto que hay que sentarse alegremente a esperar que el derrumbe termine de concretarse, a nivel local o mundial? Nada de eso. Volviendo al comienzo de esta nota, nada puede darse por sentado. No hay manera de predecir el futuro en una mesa de arena. Sí hay que tener en cuenta que los poderosos saben hacer dos cosas: 1) nunca subestiman al enemigo, tienen recursos y están siempre dispuestos a invertir el dinero que sea necesario en investigación y desarrollo con vistas al futuro, y 2) pelean a muerte y nunca se dan por vencidos.
Por tanto,
hay que ser muy cautos al medir los movimientos. El derrumbe es inevitable y
hay que acompañarlo, pero sin quitarles el ojo de encima. Errores por exceso de
confianza o por impaciencia calenturienta pueden pagarse muy caros y regalarles el
aire que les falta. No se debe perder de vista que siempre estarán dispuestos a
recuperarse, que son capaces de todas las infamias y todas las traiciones, y
que tienen mucho dinero.
Hay que
construir con constancia, cuidar la base propia y no conformarse con lo que se
ha conseguido: siempre es posible sumar a alguien más. Quizá ese alguien más no
sea del todo quien nos gustaría: no importa. Es necesario que esté de este lado
y no de enfrente.
Esta percepción, que se va haciendo global, alienta las mejores expectativas. ¿Se ha ganado alguna batalla? Ninguna. Todo será cuesta arriba. No existen recetas de otros tiempos acerca de posibles mundos mejores o sociedades perfectas. El pragmatismo y el reformismo han pasado de subcategorías despreciadas a mediaciones que evitan mayores sufrimientos y tragedias humanitarias a los desposeídos y cuyas posibilidades deben ser estudiadas con mayor rigor. Un nuevo socialismo puede ser formulado en términos simples y actuales, despojado de cientificismos obsoletos y palabrería hueca. El camino aún no es claro pero resulta estimulante que una diputada demócrata de los barrios obreros de Queens y Bronx, en el centro de la Matrix, transmita los mismos conceptos elementales para ordenar prioridades aquí, allí y en todas partes:
Los temores
de “estar perdiendo la calle” deben ser apaciguados con un criterio de
realidad: son tan infundados como folklóricos. No pasa por ahí la cosa. La
cuestión es que el gobierno mantenga el rumbo trazado, que se custodien los
objetivos principales y se utilicen los secundarios para negociar, y que nadie
se intranquilice si hay matices que desdibujan cierta liturgia.
Nunca como
ahora hay que tener presentes las palabras de Agustín Tosco:
“Nuestra experiencia
nos ha enseñado que, sobre todas las cosas, debemos ser pacientes,
perseverantes y decididos. A veces, pasan meses sin que nada aparente suceda.
Pero si se trabaja con ejercicio de esas tres cualidades, la tarea siempre ha
de fructificar, en una semana, en un mes, en un año. Nada debe desalentarnos.
Nada debe dividirnos. Nada debe desesperarnos”.
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