El Mesías que no Messi(rve)
“En Argentina
nací/ tierra de Diego y Lionel/ de los pibes de Malvinas/que jamás olvidaré”.
La canción emblema de la selección en Qatar 2022 arranca resumiendo los tres
componentes del concepto de patria: terruño, sentimiento e historia.
Esto explica
en parte los motivos de su pregnancia. De entrada identifica con precisión los
marcadores de la argentinidad, tal como se la entiende hoy día. El terruño está
conectado con el sentimiento y la historia; el sentimiento se nutre de las
gestas en defensa de ese terruño y sus valores; la historia los atraviesa a ambos.
Y las gestas en defensa del terruño y los valores, después de Malvinas, último
mojón histórico de unidad nacional reconocible, pasan por el deporte. La
camiseta ha reemplazado a la bandera. Un argentino o una argentina se reconocen
como tales, desde hace ya varias décadas, cuando está en juego una
representación del país en una competencia deportiva internacional.
¿En qué
momento se concretó el desplazamiento del tradicional patriotismo de manual
Kapelusz a este de nuevo cuño, encarnado en héroes o equipos deportivos exitosos?
Quizá haya que reconocerles un carácter germinal a las hazañas sobre el
cuadrilátero de Nicolino o Monzón, o un poco más tarde las de Guillermo Vilas
en los courts; coexisten con la última gran gesta histórico-política del
país reconocible, que abarca la primera mitad de la década del ’70. Como fenómeno
de masas, con un nivel de compromiso social y un encolumnamiento detrás de un
gran objetivo colectivo, no ha vuelto a repetirse. No pueden compararse las
reacciones esporádicas o parciales pero en todo caso de diferente intensidad de
una sociedad que luego ha estado siempre dividida en términos de 50 y 50: a
favor y en contra de la dictadura militar en la segunda mitad de los ’70;
alfonsinistas y peronistas en el inicio de la democracia, menemistas y
antimenemistas luego, y después, bueno, la grieta. Los organismos de derechos
humanos nunca consolidaron el mismo nivel de aglutinamiento y compromiso
colectivos: siempre se trató de un núcleo duro que, según los momentos, actuaba
o bien en soledad, o bien junto a multitudes que en todo caso fungían como apoyo
o acompañamiento.
Volviendo a
la patria deportiva, señalados aquellos remotos antecedentes, quizá el título
mundial del ’78 marca el afianzamiento de la tendencia, en un contexto
contradictorio: la conciencia predominante de que el éxito podía ser
capitalizado políticamente por una dictadura que empezaba a mostrar grietas
hizo que esta sólo parcialmente pudiera apropiarse de los festejos. Los torpes
intentos por catalizar el éxito en provecho propio (la película La Fiesta de Todos, por
ejemplo) no tuvieron mucho eco en una mayoría que no se privó de disfrutar sin regalar
a los milicos la fiesta en bandeja. En ese marco dual, de celebrar lo que en
principio no debía celebrarse y que, sin ser una expresión de resistencia,
tampoco entregaba el logro al gobierno, se afianza posiblemente la brecha en la
identificación de lo nacional con lo deportivo, excluyendo a lo político.
De ahí en
adelante, sería ocioso recorrer el camino. Los diferentes representativos del
país en distintos deportes encarnaron la única expresión de unión nacional
tanto en el imaginario colectivo como en su manifestación concreta y cotidiana.
Pobre
solterona te has quedado sin ilusión, sin fe…
La solterona
del caso viene a ser la sociedad argentina en su conjunto. Se puede señalar la
prédica de los medios, los lobbies empresarios y las usinas ideológicas del llamado
poder real, que machacan hasta el hartazgo con la ineficiencia y la corrupción de
los políticos (de las cuales exageran sus dimensiones y disimulan la parte que
les toca a ellos como artífices), pero por más que se atribuyan y distribuyan
responsabilidades, los cierto es que desde el regreso de la democracia el
estancamiento económico es una constante.
El abandono definitivo,
con la dictadura del ’76, del modelo pro-industrialista (modelo que tuvo sus
idas y vueltas: despegue enunciado en el primer peronismo, retracción en el
golpe del ’55, nuevo impulso y contramarchas con el desarrollismo de Frondizi,
recomienzo con Illia, potenciación con Onganía y freno con el Cordobazo, y restart
con el último Perón) no se reemplazó con nada. A las indefiniciones de Alfonsín
siguió la hibridez de Menem, con una dominancia de los negocios financieros que
se acentuó con De la Rúa, y el consenso inicial de Kirchner para reformular el
modelo productivo apenas llegó al final de su mandato: la temprana crisis de la
transversalidad lo obligó a un repliegue táctico que, en el marco de una
dinámica mundial y con el ascenso del PRO, configuró la grieta.
Decir que estamos
desde hace 15 años en la grieta es una falacia, porque la grieta es anterior:
la falta de un modelo económico de país es lo que lo empantana. No poder
sintetizar un modelo productivo con el inevitable condicionamiento que impone a
nivel global el mundo financiero; más la carencia de intérpretes políticos que
puedan acordar una estrategia nacional, con políticas de Estado respetadas por
todos en materia económica, son las causas de una crisis que de cíclica se
convirtió en crónica.
El cansancio
y desencanto de la ciudadanía, entonces, no son inventados por los medios y el
poder real: los problemas macroeconómicos determinan el día a día de la gente
común, que los padece sin poder contar nunca con una actualidad estable ni un horizonte
confiable. Sin un pacto para que todo el sistema político trabaje
mancomunadamente en el control de la inflación, el manejo del tipo de cambio
y una estrategia de endeudamiento, no parece haber solución a la vista.
Paradójicamente,
este déficit de Argentina podría ser apreciado como una virtud: en esta visión, sería preferible llegar
a un acuerdo muy demorado, muy peleado, muy prudente y hasta mezquino si se
quiere, observado con lupa por todos; a llegar a soluciones rápidas, resueltas
de un plumazo entre gallos y medianoche, o impuestas a sangre y fuego, como ha pasado en otros países de la
región, que hoy exhiben una envidiable estabilidad económica contrapuesta con
un caos político, al borde de la desintegración del sistema. El caso
emblemático es Perú, pero no es el único. Brasil ha pasado por un golpe de Estado
maquillado de institucionalidad. Chile padece aún una constitución de la
dictadura pinochetista. En ambos países, la influencia de las fuerzas
armadas y el condicionamiento impuesto al poder político es ostensible.
Argentina exhibe
un panorama diferente. Claro que sería deseable demorarse lo suficiente pero no
tanto. No sea que el cambio climático o una guerra nuclear nos borren a todos
del mapa antes de tan ardua epifanía.
Desde el
retorno de la democracia, institucionalmente el país se ha fortalecido. El
federalismo se robustece. Las intervenciones provinciales por el gobierno
central, que fueron un lugar común desde el comienzo de la organización
nacional, ahora parecen casi inconcebibles. De presidentes que distribuían
intervenciones con salero sobre el mapa de la república, se ha pasado a un goteo
y finalmente una sequía completa. La última intervención fue dispuesta en 2004
por Néstor Kirchner y, una rareza, en Santiago del Estero, donde gobernaba su
mismo color político.
La
descentralización menemista de la educación y la salud escondía una inocultable
intención de aliviar las arcas del poder central, pero a la larga también
contribuye al fortalecimiento de las autonomías provinciales, al igual que la
ley de coparticipación y la de hidrocarburos. Que sean perfectibles en más de
un sentido no obsta que, a largo plazo, concurren a reforzar infraestructuralmente
el sistema federal.
El poder
judicial muestra un panorama escandaloso, pero eso porque no se lo compara con
situaciones pasadas, en las que era un simple títere del gobernante de turno,
tuviera éste rango constitucional o no. Con todas sus trapacerías, miserias y
prevaricaciones a la vista, va construyendo una relativa independencia: tanto
los gobiernos cristinistas como el macrista y ahora el frentedetodista se han
quejado de los fallos de tribunales inferiores, de cámaras y de la Corte
Suprema. El sólo hecho de que estén en el candelero, con todas sus obscenidades
expuestas, habla de un factor equilibrante de los poderes. Por más obvia que
resulte la necesidad de una reforma judicial, que más tarde o más temprano
tendrá que producirse, es evidente el cambio de paradigma respecto del poder
judicial del pasado, del cual además, sintomáticamente, nunca hablaba nadie.
Todo lo anterior no garantiza la ausencia de conmociones o levantamientos políticos, en un pueblo con un grado de conciencia elevado y una tradición levantisca que no soporta bien lo que pueda considerar un atropello a sus derechos. Y que posee estructuras, tanto a nivel empresarial como sindical y de organizaciones, de actuación sólida y competente .
En resumen:
la cáscara puede mejorarse, pero no va tan mal. El problema sigue siendo la
nuez económica.
Porque la
gente se cansa de ver fracasar a todos los que pasan al pizarrón.
En
busca del Mesías
Paul Johnson,
en su Historia del Cristianismo, nos
cuenta el problema que enfrentó el pueblo judío en el siglo I antes de nuestra
era: un desbarajuste político de proporciones, a punto tal que ciertos sectores
influyentes veían a la dominación romana como un mal menor, preferible en todo
caso al embrollo de disputas, cismas y rebeliones que mantenía al rejuntado de
tribus en un estado de inestabilidad perpetua. Estos sectores eran aristócratas
que consideraron, como suele suceder, que la mejor defensa de sus intereses era
una alianza con el invasor. Pero de ahí para abajo, las divisiones se
agudizaron y todo se convirtió en una olla a presión: las sectas violentas
empezaron a proliferar, las cuestiones políticas se mezclaron con las
religiosas y los sectores más pacíficos se encontraron en un callejón sin
salida.
Con este
clima apocalíptico, la solución mesiánica era una tentación. Comenzaron a
multiplicarse los profetas que anunciaban la pronta llegada del elegido, que traería la solución a todos los problemas.
En estos términos, el advenimiento de Cristo no fue producto de la voluntad divina, sino la satisfacción de una necesidad histórica.
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El Messi que no Messi(rve) |
Lo que la
historia muestra es que condiciones asfixiantes y persistentes para buena parte
de la población se corresponden o bien con respuestas violentas y extremistas,
o bien con la solución mesiánica, o bien con ambas combinadas. Desde Cristo
para acá, los ejemplos no hacen más que acumularse, pese a todos los grados
de supuesta evolución cívica, intelectual y tecnológica que nos separan de
aquellos tiempos.
El último lo
tenemos acá, bien cerquita, con Jair Bolsonaro, Messias de segundo nombre, para
más datos. Argentina no está para criminales de la democracia de esa talla.
En la medida
en que la crisis se hace permanente, Argentina necesita replantear un acuerdo
del sistema político para salir del estancamiento, ejecutando una alianza que discipline al todo en cuestiones estratégicas definidas como
políticas de Estado.
Los últimos intentos serios de concretar este pacto político de la mayor extensión posible, según cómo y quién los mire, y más allá de la valoración crítica que se tenga de ellos, son el de Menem y el de Néstor Kirchner. Como ya se apuntó, el primero fracasó en la implementación a mediano y largo plazo, y no pudo sostenerse en lo instrumental por un desmesurado desequilibrio de lo financiero sobre lo productivo que hizo implosionar el modelo. El segundo resultó efímero en su formulación y no pudo (o no supo) mantener la hegemonía frente al embate de las fuerzas ascendentes de la derecha, lo que llevó a una confrontación que aún hoy se mantiene.
Voviendo a las analogías fuboleras del principio, vale rescatar las declaraciones de Tagliafico después de la obtención del título en Qatar: “Lo que vimos hoy, esa pasión y esa unión, ojalá que haya servido de ejemplo para poder mantenerlo en el futuro y darnos cuenta que cuando estamos juntos somos mejores”. Aventurando una paráfrasis interpretativa, se podría agregar: “Ganamos cuando cada uno cumple su función, unos atacando, otros defendiendo; algunos yendo por derecha, otros por izquierda y aún por el centro, pero respetando el planteo táctico”.
Por más que
tengamos al mejor del mundo, Messi solo no le hubiera ganado a nadie.
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