Tratar de entender

El triunfo de Milei en las PASO generó primero desconcierto y luego angustia en los que ven en la política un imperativo social y en la democracia una herramienta cuya mayor virtud es su perfectibilidad, su capacidad acumulativa en lo institucional.

Tratar de entender es, entonces, el Clonazepam reclamado por el síndrome de abstinencia de las explicaciones a mano que se ensayan. Pero no es sencillo, porque resulta difícil encadenar en una secuencia lógica las causas, aunque se presenten delante de las narices. Buscar algunas puntas es lo que se persigue aquí, sin beneficio de inventario. 

Partidarios de Milei. Fuente: rosario3.com

Redes donde pescar

Lo primero es comprender que, si históricamente la derecha era votada desde la clase media hacia arriba y predominantemente desde los 40 años de edad, el fenómeno Milei presenta un contexto inversamente proporcional. En su mayoría, jóvenes que muestran fastidio hacia las otras opciones que presenta la oferta del sufragio. Fastidio, y no desencanto, temor u hostilidad: la metáfora de la demolición o dinamitación del Banco Central resultó efectiva porque grafica esa idea de fastidio, de desgano, de resolver todo volándolo por el aire. “Que se pudra todo de una vez, ya fue”, podría sintetizarse.

Un aburrimiento de las cosas que ha conformado una subcultura: la de lo superficial, lo efímero, lo sintético, lo banal. Es la cultura de las redes: nada que sea demasiado complicado, nada de buscar respuestas muy elaboradas, nada que signifique un esfuerzo intelectual. Aquello pregonado por Platón, “difíciles las cosas bellas”, ha perdido entidad. Si es difícil, es una paja. Los lugares comunes resultan prácticos.

La ignorancia ya no resulta vergonzante. Las viñetas que Gabriel Lucero elabora para su canal Gente Rota debieran ser consideradas como uno de los estudios sociológicos más destacados de nuestra época. La incultura, la superstición y hasta la estupidez no sólo provocan sonrisas. Mucho peor: se han naturalizado.

Nada de esfuerzo intelectual, entonces. El esfuerzo se limita a lo físico, y se dedica al mejoramiento de la propia imagen: mucho gimnasio, mucho tatuaje o piercing, mucha cirugía. Formas de tensionar el cuerpo. Que no tiene nada de malo en sí: lo que llama la atención es que el cultivo de las neuronas no parece correr parejo. El estudio suele ser encarado exclusivamente como mediación para el acceso a otros niveles de mejoramiento social.

Las redes también conforman espacios de autosatisfacción, en cualquiera de sus significados posibles. Es un mundo cerrado (y virtual) en el que las personas se conectan con otras personas que piensan como ellas y se refuerzan en sus creencias y en sus prejuicios. El fenómeno de la posverdad ha encontrado en las redes su mejor expresión. Y de esas identificaciones colectivas, en guetos temáticos, a las discriminaciones más variadas, hay un paso.

El sentido de pertenencia se reduce a una operación narcisista, en tanto me reconozco en los demás porque me afirman. Si hablo es, antes que nada, a mí mismo; los likes me dirán qué tal están mis acciones en el mercado de mis relaciones.

Los medios masivos tradicionales –diarios y televisión, especialmente–encontraron que imitar a las redes era la renovación más segura de sus públicos. El periodismo entendido en sentido clásico, por tanto, desapareció: toda la prensa se ha convertido en partidaria. Las fake news, otro artículo genuino de las redes, se trasladó a los canales de información consagrados. Se dirá que fake news hubo siempre, y es cierto. Pero existía una dosificación para que el verosímil del medio se mantuviera, algo que hoy se ha perdido y que a nadie le preocupa, porque la falta de verosímil ha devenido, paradójicamente, en un valor.

La falta de verosímil es un valor porque se quiere escuchar sólo lo que ya se piensa. El soporte para ello son las redes sociales, alimentadas por fake news e información de dudosa o pobre calidad, en un entorno de degradación y desprestigio de la profundización de los razonamientos, y celebratorio de la actitud de desgano, real o aparentada, y de ignorancia.

 

Deconstrucción categorial

En su afán de reproducir el ambiente red social, e invocando una actitud democrática maniquea, los medios han multiplicado los opinólogos. Los programas de paneles integrados por personajes de toda laya que debaten sobre cualquier tema, además de ser baratos, han llevado a un lugar de jerarquía al veredicto de la “persona común”. El resultado ha sido el de cualquier cuatro de copas dando su parecer sobre lo que fuera.

Se llega de esta manera a una deconstrucción categorial en la que la voz de autoridad de un experto sobre temas científicos vale lo mismo que la de un galán de telenovela o un ex relator de fútbol. La distinción griega entre doxa y episteme, entre creencia y conocimiento, se ha borrado, o en todo caso vienen juntos y revueltos, burro y profesor, según lo profetizado por Discépolo.

Este mecanismo colonizó especialmente los ciclos dedicados a la discusión política, lo que, consecuentemente, rebajó el nivel del debate y facilitó el paso a la política de los mismos personajes-opinadores que, como no podía ser de otro modo, tampoco colaboran para elevarlo.

El resultado es que vivimos en un enorme batifondo de voces de todo tipo, en donde todas tienen el mismo valor y en donde es casi imposible escuchar. El ámbito de la política se ha convertido en una gran red social.


Deshumanización

Como si el panorama no fuera suficientemente desalentador, se da también una situación que podría llamarse de saturación del concepto de la propia especie. Gente que muere de amor y compasión por un perrito abandonado, enfermo y desnutrido, y milita con pasión el encuentro de un nuevo hogar que lo acoja. Lo mismo con las ballenas, los animales de granja o el ganado. Más aún, la preocupación por el planeta parece haber ganado un espacio que ni de lejos tienen los chicos pobres siquiera, los que duermen en las estaciones o bajo los puentes.

La preocupación por los animales es genuina, y muestra que existe una sensibilidad real, pero completamente divorciada de la especie humana.

Una vez más, es la distancia establecida por las redes, formateadoras de una individualidad espejada que sólo puede contemplarse, hablarse, modelarse a sí misma.

En ese contexto, no es extraño que la propuesta de Milei resulte atractiva. No tiene nada de original que en la puerta de su búnker de campaña festejen su victoria un ejército de repartidores de Rappi que pedalean todo el día a razón de centavo el minuto. Ningún político ha hecho nada para resolver su situación, y ellos participan, a su manera, de la impronta emprendedora: van por las suyas, solos, dispuestos a abrirse camino como sea. Ya que no hay nada que esperar de lo existente, el mundo será de los más fuertes.

Cómo resolverán los problemas de sus mayores, en caso de que el recorte del ajuste les pegue en sus jubilaciones y su supervivencia, tampoco parece preocuparles demasiado. La audacia precisa del egoísmo y, como ya se dijo, la humanidad no es para los humanos, sino para los animales o el planeta. La gente debe arreglarse por sí misma.

 

Incógnitas a despejar

Si este es el mundo en el que se desenvuelve el drama político de Argentina hoy, lo que se impone a los partidos es tomar contacto con él. Investigar y profundizar el conocimiento de sus razones, sus aspiraciones y expectativas.

Sería preferible situarse en ese contexto autorreferente, comprenderlo y tratar de ofrecer soluciones, en caso de aspirar a alguna posibilidad. Seguir hablándoles de lo que no les interesa, en este momento, es seguir dejándoselos servidos en bandeja al que pegue cuatro gritos y los convenza de soluciones mágicas.

No tiene ningún sentido que la acción política se limite a intentar convencer a un ignorante de que es un ignorante, aunque se precie de ello. Sobre todo si el ignorante sabe todo lo que ignora quien lo está interpelando.

 


 


Comentarios

  1. Alberto Ferreirós15 de agosto de 2023, 16:53

    Como siempre, mirando mas alla de lo que los mortales pensantes podemos ver.

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    1. Uh, es mucho. Creo que todos estamos bastante lejos de comprender el todo, apenas estamos intentando juntar las piezas de un rompecabezas mucho más grande. Lo que parece innegable es que la clase política debe dejar de hablarse a sí misma y a su militancia, y enfocarse en el espíritu de la sociedad, qué la moviliza y la preocupa. Especialmente en los jóvenes, que serán los votantes de los próximos 50 años.

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  2. Muy buen analisis Carlos.

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    1. Gracias, es apenas una punta del ovillo del que hay que tirar.

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