Llegando el invierno
Las temperaturas van bajando. El
otoño 2025 se estiró, pero lo inevitable, como el escorpión del cuento, no
puede eludir su naturaleza. Con mayores consumos por bajas temperaturas, ¿cómo encajará
la gente los aumentos en los servicios, después de que ahorros y reservas se
evaporaran durante el último año y medio, y las tarifas se incrementaran tres veces más que la inflación?
En parte, dependerá de la crudeza
del clima. En parte, del poder adquisitivo de cada cual. En parte, de la
paciencia y la confianza en el gobierno. En parte, de la habilidad del gobierno
para ajustar sus acciones a la realidad, y no la realidad a una fábula
ideologizada. En parte, a lo que determinen las intensidades y tensiones de la borrasca
comercial internacional.
Demasiadas condicionalidades para
formular predicciones.
Desencanto funcional
“Por la noche, ella y Joe hacían yoga con un programa de la televisión. Era parte del esfuerzo que hacían para no ser como sus padres, aunque el matrimonio, lo sabían, tenía ese peligro. El desencanto funcional, la dulce costumbre de tenerse el uno al otro, había comenzado a poner arrugas alrededor de su boca, arrugas que parecían signos de interrogación, como si todo lo que ella dijera ya lo hubiera dicho antes”.
La idea del matrimonio de Lorrie
Moore en uno de sus cuentos se parece mucho a la relación de los líderes con
sus electores. Comienza con confites y declaraciones de amor eterno. Más tarde
o más temprano llega el desencanto. Inevitable, porque ese desencanto, como
apunta agudamente Moore, es funcional. Más que de los aciertos y los errores, depende
del devenir. Hay un momento en que los eslóganes, que hasta ayer operaban como
un afrodisíaco poderoso, se convierten en palabras muertas, incapaces de
excitar el mínimo deseo. Los gestos de autoridad empiezan a percibirse como
caprichos, y los de moderación como debilidades. Tanto el empuje de la gestión como
el acompañamiento entusiasta empiezan a sentir la fatiga del día a día. La
antigua magia se desvanece, como si ya no tuviera más trucos que ofrecer. “Como
si todo lo que ella dijera ya lo hubiera dicho antes”.
El desencanto funcional es inherente
al ejercicio de esa convivencia tortuosa entre sufragistas y sufragados,
alimentada con el pan ácimo de las escasas gratificaciones y los más que frecuentes
padecimientos. No importa de qué signo sea el gobierno: casi podría decirse que
su éxito puede medirse por el tiempo que es capaz de estirar la ilusión de su
promesa.
Por supuesto, los resultados de la
gestión también cuentan. El secreto de Milei fue jugarse a un pleno, en lugar
de desparramar distintas apuestas sobre el paño: el todo o nada se da bien con
el espíritu de la época. Y el pleno salió, hasta ahora. Sus efectos benéficos
podrían administrarse más eficientemente si no se interpusieran dos obstáculos:
por un lado, la tozudez recurrente de aferrarse a su momento triunfal de sol, playa
y –paradójicamente– blanqueo, sin notar que se viene el invierno, como se
advirtió desde el principio. Por el otro, la época dorada de este gobierno, sus
meses de victoria, siempre se vieron enturbiados por un cóctel de incoherencias
y barrabasadas, a las que se adosaba una galería de personajes abyectos y
estrafalarios, comenzando por la misma pareja presidencial (el presidente y su
hermana, cabe aclarar).
Por un tiempo el trago exótico
funcionó, entre el desconcierto, la novedad y la atracción por lo bizarro: como
dice Juan Villoro (esta entrada es particularmente literaria), ciertos defectos
se vuelven interesantes a medida que empeoran. La prepotencia y la falta
de decoro fueron vistas con indiferencia por algunos sectores mientras
disfrutaban de cierto bienestar, más efímero que el gozado durante los años de
Menem. Afloró el mismo cinismo individualista, que cuando se da vuelta la
tortilla se convierte en reclamo rabioso e indignado.
Es llamativo que ningún gobierno
gestione con mayor prudencia y cuidado la cuerda limitada con la que ha sido
favorecido transitoriamente por las mayorías. Debe ser verdad que el poder
marea, y este gobierno no es la excepción. Al tiempo que la Argentina se
adentra en el invierno, sus políticas se van deshilachando y del mismo modo el
desmigajamiento alcanza a sectores cada vez más amplios del amplio respaldo que
sostenía el tinglado y lo hacía lucir como una fortaleza. La cohesión se va
apolillando a pasos agigantados.
En fin, lo que pase está más allá de unas pauperizadas confesiones de
invierno.
Las heridas son del oficial.
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