Líderes de izquierda y de derecha


Encontrar al líder progresista idóneo parece algo poco menos que imposible o, en todo caso, infinitamente arduo. Por el contrario, surgen como hongos dirigentes de derecha a los que se podría catalogar prima facie de adecuados. Lo que no quiere decir necesariamente competentes, claro.
Bien visto, no es difícil deducir las causas. Para ser un dirigente de derecha, ¿qué hay que saber? Básicamente, de números. Cuentas, porcentajes, negocios. No es la gran cosa en términos de instrucción. Es un adiestramiento unidireccional, tendiente a la especialización, en cuya visión el conjunto se compone de la suma de las partes. Y además, a fin de cuentas, si todo se reduce a números, está permitido ser ignorante en un universo de materias que buscan explicaciones no cuantificables de la realidad.
Después, claro, también será necesaria cierta competencia en la dinámica legal de lo judiciable. Pero, para empezar, nuestro sistema jurídico es, por historia y origen, tributario de idéntica mirada liberal, con lo que ya se tiene recorrida la mitad del camino. En segunda instancia, nada más complementario con la actividad empresaria y contable que el engranaje judicial, que es casi su continuidad obligada, con su rosario de recursos, apelaciones y laudos, y sus ejércitos de profesionales organizados en departamentos legales, estudios, colegios y juzgados. Y por último (last but not least), si todo se reduce a números, la justicia será apenas un factor limitador o multiplicador. En última instancia, adquirible.
De un líder progresista esperamos cierta sabiduría. Un pensamiento económico, sí, pero encarnado en realidades sociales. Para eso, resulta imprescindible una formación filosófica, y no de pensamiento único, sino del abanico completo de ideas, de ayer a hoy, que reinterpreten y resignifiquen lo conocido como proceso continuo. Profundizar en la ecología, la sociología, la historia, el arte, la ciencia, la tecnología, la educación. Que no serán compartimentos estancos a los cuales asignar un determinado porcentaje presupuestario, sino elementos que se imbrican y se determinan mutuamente, conformando un gigantesco organismo vivo que requiere un tratamiento integral, coordinado, polifónico.
De todo ese conocimiento que se espera, de todo ese saber no lineal, en red, no sólo deberá resultar un proyecto social, con todas sus valoraciones no cuantificables. También el cálculo de sus potencialidades y sensibilidades extremas, que requerirán de cuidadosísima delicadeza en su manipulación.
Y como si todo esto fuera poco, la tarea principal estará enfocada en una estrategia que permita corregir los desequilibrios, revertir las postergaciones, implementar correcciones de la inequidad. De resultas de lo cual, la justicia será un ámbito de discusión y reelaboración de la legalidad, no de mero tráfico de influencias para seguir consagrando lo establecido.
Definitivamente, no se trata de números. No se trata de que todo se reduzca a números. Los números estarán al final –y serán dolorosamente paridos– de un proceso mucho más complejo. En ningún otro caso nos conformará nadie que se proponga como un líder progresista.
Así que no, no es de extrañar que cueste encontrarlo. Casi es deseable.


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