PASO 2017: El infierno tan temido
Hay una interesante nota de José Natanson publicada por Página/12 titulada El macrismo no es un golpe de suerte, en la cual se hace un llamado a la ¿reflexión? ¿cordura? ¿despabilamiento? a la hora de evaluar la performance electoral de Cambiemos por los sectores progresistas, abandonando la consuetudinaria subestimación inicial seguida de asombro e incredulidad por los resultados verificados.
Lo más jugoso del texto refiere a empezar a poner en foco el hecho de que llenar las calles en manifestaciones y marchas sigue siendo necesario pero ya no es una demostración de fuerza, que la derecha está trabajando en el territorio más efectivamente que la centroizquierda y que la épica es un género narrativo que relata hazañas legendarias o pretéritas. Y también, que el manifiesto blindaje mediático explica sólo una parte, pero no el todo de la dinámica política.
Natanson apunta acertadamente su atención sobre una derecha que viene invirtiendo décadas en intentar incorporarse protagónicamente a la vida democrática, y que finalmente lo logró. Y lo logró de manera seria, como interpreta la seriedad la derecha: con resultados duros y estrategias de guerra, con planificación de la producción, con el empleo de especialistas y recursos aplicados.
La nota es lectura recomendada por la caracterización de Cambiemos, y de su percepción de las preocupaciones de la sociedad. Por ejemplo, que el tema del narcotráfico era sensible y no se lo podía negar, ni ningunear, ni tratar de manera comunicacionalmente desprolija. O la concepción del contacto directo del funcionario con el vecino a través de la técnica de timbreo, que además se alinea con su estrategia de tender al vínculo individual y no colectivo en sus interpelaciones, generando la sensación en la gente de una atención personalizada.
A mi modo de ver, el análisis es desparejo a la hora de examinar las razones del éxito de su propuesta en el electorado. Es muy criteriosa la consideración de las que Natanson denomina «apelaciones a los valores post-materiales» (que efectivamente son de alto impacto en las clases medias acomodadas, cuyo modelo urbano remite a ciudades yanquis o europeas), entre los que cita a las invocaciones a la «ciudad verde», las bicisendas o las ferias orgánicas. Pero las clases medias acomodadas no alcanzan al 20% de la población total del país. Entre las llamadas clases alta y media-alta totalizan menos del 25%, mientras la clase media típica representa el 30% y los dos últimos escalones (la clase baja y la clase media-baja o baja-superior) juntan entre el 45 y el 50%.
Puede aducirse que la clase media típica, en buena medida, tiende a identificarse con las clases más altas, por imitación aspiracional, en la falacia de que adoptar su pensamiento es el primer paso para empezar a integrarse a ellas. Pero también es en la clase media típica (y en parte en la media-alta) en donde tiene su masa crítica, en todas sus vertientes, el progresismo, que hoy por hoy parece ser el soporte más sólido de las distintas expresiones opuestas al modelo neoliberal de Cambiemos, desde el kirchnerismo hasta la izquierda.
El problema es, entonces, lo que está pasando en el 50% inferior de la pirámide social. Es allí en donde creo que hay que buscar las razones de la situación actual.
Puede aducirse que la clase media típica, en buena medida, tiende a identificarse con las clases más altas, por imitación aspiracional, en la falacia de que adoptar su pensamiento es el primer paso para empezar a integrarse a ellas. Pero también es en la clase media típica (y en parte en la media-alta) en donde tiene su masa crítica, en todas sus vertientes, el progresismo, que hoy por hoy parece ser el soporte más sólido de las distintas expresiones opuestas al modelo neoliberal de Cambiemos, desde el kirchnerismo hasta la izquierda.
El problema es, entonces, lo que está pasando en el 50% inferior de la pirámide social. Es allí en donde creo que hay que buscar las razones de la situación actual.
Mi pie derecho
¿Por qué mucha gente de sectores muy postergados está votando a Cambiemos, aún después de casi dos años de gestión y con una colección de errores garrafales puestos en evidencia y profusos affaires cuestionables y comprobados?
Hay una primera razón que es de orden global, a la cual propongo sólo como marco porque de otro modo nos eximiría de cualquier análisis: el evidente giro a la derecha de la época. Si descreen de esto, escriban en su buscador «derechización del mundo» y podrán comprobar la cantidad de análisis con el mismo título que enfocan el tema. No es sólo la mascarada norteamericana encabezada por Trump: hasta el inefable Bush hijo luce como un estadista en comparación. En Francia, sectores progresistas festejaron el triunfo de Macron como propio, ante la perspectiva de una ultraderecha; en España, después de todos sus zafarranchos y trapisondas, el PP con Rajoy sigue al mando; May en el Reino Unido; en Alemania, Merkel se prepara para su cuarto mandato consecutivo. La tendencia llegó hace tiempo a Latinoamérica.
Estos cambios estructurales se reflejan en los medios, en las redes, en la literatura. Deberíamos prestar más atención a la actual popularidad de Mirtha Legrand, por ejemplo. En los casi 50 años al frente de su ciclo, la diva de los almuerzos pasó por todas las alternativas de audiencia. Durante temporadas el programa estuvo a punto de desaparecer, teniendo épocas de ostracismo o de supervivencia en espacios muy marginales de la televisión por cable. El hecho de que su vuelta al centro de la escena se deba a haber mutado de la frivolidad a bastión del pensamiento de derechas puede hablar de la capacidad de reinvención de su conductora, pero eso no viene al caso. Lo importante es el rebote y la recepción que este tipo de mensajes están teniendo, cuando en otro momento ni siquiera se hubieran ensayado por extemporáneos. Legrand es un tester.
Hay una primera razón que es de orden global, a la cual propongo sólo como marco porque de otro modo nos eximiría de cualquier análisis: el evidente giro a la derecha de la época. Si descreen de esto, escriban en su buscador «derechización del mundo» y podrán comprobar la cantidad de análisis con el mismo título que enfocan el tema. No es sólo la mascarada norteamericana encabezada por Trump: hasta el inefable Bush hijo luce como un estadista en comparación. En Francia, sectores progresistas festejaron el triunfo de Macron como propio, ante la perspectiva de una ultraderecha; en España, después de todos sus zafarranchos y trapisondas, el PP con Rajoy sigue al mando; May en el Reino Unido; en Alemania, Merkel se prepara para su cuarto mandato consecutivo. La tendencia llegó hace tiempo a Latinoamérica.
Estos cambios estructurales se reflejan en los medios, en las redes, en la literatura. Deberíamos prestar más atención a la actual popularidad de Mirtha Legrand, por ejemplo. En los casi 50 años al frente de su ciclo, la diva de los almuerzos pasó por todas las alternativas de audiencia. Durante temporadas el programa estuvo a punto de desaparecer, teniendo épocas de ostracismo o de supervivencia en espacios muy marginales de la televisión por cable. El hecho de que su vuelta al centro de la escena se deba a haber mutado de la frivolidad a bastión del pensamiento de derechas puede hablar de la capacidad de reinvención de su conductora, pero eso no viene al caso. Lo importante es el rebote y la recepción que este tipo de mensajes están teniendo, cuando en otro momento ni siquiera se hubieran ensayado por extemporáneos. Legrand es un tester.
Nos habían suicidado los errores del pasado
El voto a Cambiemos varía en su consistencia de criterio, pero es sorprendente comprobar una proporción importante que da su apoyo con el casi exclusivo argumento de evitar el regreso de lo anterior. Y esto en sectores medios que no deberían ser impermeables a propuestas de centroizquierda.
Este rechazo visceral debe ser analizado en sus causas. ¿Qué cosas irritaron tanto a los votantes?
A mi ver, básicamente hubo una deficitaria estrategia de comunicación. El gobierno del Frente para la Victoria se mostró siempre muy cerca de la militancia, de su núcleo duro, de sus incondicionales y de su base radicalizada, y muy remoto del resto. Un enorme sector del electorado se percibió lejos del sentir y, en muchos casos, de poder interpretar muchas acciones de la gestión.
En este punto es necesario señalar lo evidente: que los medios hegemónicos, que operaron como partidos políticos, dieron lo mejor de sí para colocar cada una de las acciones gubernativas en el peor de los escenarios. Se mintió, se ocultó, se tergiversó, se desinformó. Todo eso es cierto y no es menor, pero lo que se intenta ahora es examinar por fuera de esta situación, que es condicionante pero no determinante.
Dicho esto, veamos algunos hechos que resultan paradigmáticos en este relevamiento de causas posibles.
Para empezar, la mención de Natanson sobre el narcotráfico. Para no abundar, y para disfrutar de mayor elocuencia, pueden leerlo en el artículo que originó estas líneas.
Otro ejemplo se refiere a las restricciones cambiarias. Discursivamente, nunca se pudo neutralizar el anatema de «cepo cambiario». Y aunque lo explicara la misma Presidenta, no era un razonamiento al alcance de todos. No porque fuera complicado, sino porque exige un compromiso con un modelo de país que no todos tienen ni tienen por qué tener. Entonces, al ser una medida restrictiva, y que afectaba a la economía de cada cual, fue considerada autoritaria. A menos de 10 años del corralito, el Estado no debería haber interferido en modo alguno sobre las opciones de ahorro de las personas.
Es cierto que los grandes medios podrían haber ayudado a mostrar los efectos beneficiosos del sistema. Pero como eso no iba a pasar, se debió haber encontrado un mecanismo para desactivar el problema, en lugar de persistir hasta el final.
Un tercer aspecto a considerar es que tampoco se encontró la manera efectiva de comunicar la política de no represión del gobierno. Aunque parezca insólito, vastos sectores sociales reivindican un determinado nivel de disciplina social. La decisión de no usar nunca el aparato represivo en contra de manifestaciones o protestas fue interpretado como cierto estado de anarquía que degradaba la calidad de vida ciudadana. La elección era correcta, pero no se encontró la manera de transmitirla para que, además, lo pareciera.
Directamente con esto se relaciona el tema de la seguridad, convenientemente fogoneado por los medios, pero displicentemente tratado desde el gobierno. Nunca se puso como eje de la retórica oficial una preocupación por la seguridad como tema prioritario de agenda y eso llevó a la población a la sensación de estar desprotegida. El «meter bala», por otro lado, está mucho más instalado de lo que podría desearse, y no dar al tema, en la comunicación, la entidad que se reclamaba, llevó a la liberación de todos los demonios del adagio ruckaufiano y a al intento de justicia por mano propia: en 2014 hubo linchamientos o intentos de linchamiento en distintos puntos del país.
En temas como estos y en otros, el gobierno se mostró empecinado en no corregir, en insistir en un laconismo incómodo o irritado, dirigiendo su discurso a los factores de poder pero no interpelando al ciudadano en los términos de su realidad. Hubo un problema de adecuación del discurso macro al lenguaje cotidiano del vecino común, y los esfuerzos que se hicieron en ese sentido no acertaron, ni en el tono ni en la oportunidad. El intento de reponer un diálogo a través del uso reiterado de la cadena nacional se reveló desastroso. La prolongación en el tiempo de esta situación derivó en exasperación y hastío.
Los ejemplos podrían sucederse en la dirección de cierta obcecación en algunos casos, menoscabo en otros, y el convencimiento de que los hechos y los logros hablan por sí mismos. Pero la democracia es un ejercicio de diálogo entre los representados y sus representantes que requiere de estos un especial cuidado y puesta en medida, una delicada ejecución y una traducción al lenguaje común. No se puede tratar al conjunto de la Nación como a militantes porque, mal que le pese a quien le pese, no todos lo son. Incluso el patriotismo se interpreta de muy diversa manera. Y esa actitud prescindente del gobierno es lo que, en parte, podría explicar la resistencia obstinada de ciertos sectores, que se fueron incrementando y no han menguado, a pesar de la distancia y el tiempo transcurridos.
El secreto de mi éxito
Volviendo al presente, y como atenuante, para que no sean todas pálidas, se debería considerar una tendencia de la ciudadanía a refirmar su apoyo a medio término: teniendo en cuenta la intolerancia política de la sociedad argentina de quince años atrás, no deja de ser saludable el compromiso cívico; y aunque duela, es preferible la fe en el sistema político en su conjunto al «que se vayan todos», que es, en definitiva, la puerta abierta a una dictadura indeseable.
Por otro lado, es materia de serio análisis el manejo territorial de Cambiemos. El timbreo puede ser una táctica efectiva, pero lo que se conversa amablemente compromete acciones a futuro. Cómo lo resuelve Cambiemos es el quid de la cuestión.
El drenaje de votos que experimentó el kirchnerismo obedece en parte a los mismos patrones ya señalados: el empecinamiento en no modificar el rumbo, aun a la vista de los resultados que vienen desmintiendo la convicción. A pesar de la prédica de Cristina, de ampliar los horizontes y establecer alianzas con otros sectores, nada de eso parece haberse encarnado en los integrantes del núcleo de su partido. Hasta ahora, para ellos todo parecía limitarse a la posesión del talismán imbatible (la misma Cristina). Nada de concertar, establecer negociaciones o acuerdos programáticos. Alineamiento vertical o nada.
Por ese camino, ya se han cansado de perder gente. Sería bueno allanarse a la realidad, que no es tan promisoria y halagüeña como en otros tiempos. Estar fuera del poder despoja de recursos, gestión, cosas tangibles que mostrar. Todo se lo debe hacer desde la palabra y desde otro tipo de trabajo territorial. No se puede apostar al fracaso ajeno, porque mientras tanto el otro sigue trabajando para sí.
En cambio, sí es imprescindible tejer pactos desde un nivel horizontal, sentarse a negociar sin jerarquías, pensando en nuevas estrategias y nuevos actores. Dejar rencores, acusaciones de traición y declaraciones de ingratitudes. Lo que hace falta es sumar, y construir otra vez.
si, coincido en ese rumbo, parece el cristinismo no ser tan rápido de reflejos, pero bueno, tampoco lo fueron los intendentes del conurbano, que hicieron la plancha 20 años, en el mejor de los casos .
ResponderEliminarDifícil para el lider dejar ese rol, y su condición de mujer agrega esa impulsividad e intransigencia que no ayudan al proceso. Una defecto no sólo de Cristina sino del kirchnerismo es el silencio ante el error grave, la falta de reacción, el que parece que habla siempre dando cátedra y ante esa circunstancia adversa calla.
En particular, creo que Cristina ha sido dentro del espacio kirchnerista de la voces más lúcidas, llamando desde hace más de un año a construir una alianza amplia. Y tratando de correrse, hasta último momento de la candidatura. Esto es, por lo menos, lo que se vio públicamente.
EliminarPor otro lado, habría que dejar de identificar automáticamente al kirchnerismo con el campo popular. El campo popular es mucho más amplio y el kirchnerismo es un componente más, y para que sea hegemónico, debería plebiscitarse. Aún descontando su peso, es bueno allanarse a las formas. Un Congreso sería una herramienta idónea para establecer consensos, más que acuerdos de cúpula.
Estoy de acuerdo que faltaron reflejos. La derecha se armo muy bien de estrategias, le dieron muy buen resultado las técnicas marketineras, couching, etcétera. Reconstruir es la única salida.
ResponderEliminarTécnicas marketineras, couching: son el lubricante. Si la performance del campo progresista ha estado por debajo de las expectativas no fue por el déficit (comprobable, por otro lado) de tal lubricante, sino por insuficiencia de motor y falta de combustible. El hecho de que los tiempos y modalidad de la campaña los haya marcado el oficialismo señala el desconcierto en la oposición, provocado por la dispersión y cuya consecuencia es la parálisis. Como si la ecuación se hubiera invertido respecto de los campos en pugna de hace no más de cinco años atrás, cuando la gestión kirchnerista se mostraba como un frente homogéneo y la oposición como un rosario desperdigado de fuerzas irreconciliables.
EliminarEs increible lo de la derecha a nivel mundial.
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