Lo innombrable
Creo que fue
Jorge Lanata, que por creerse un genio muchas veces actúa como un salame, quien
descorrió el velo de aquello que no debía decirse. Él inauguró la figura de la grieta. Y tras él, unos cuántos más siguieron
cavando en esa fosa con entusiasmo servil; conviene no olvidarlos ahora, cuando
ensayan con inocencia el acostumbrado ademán de sorpresa: ¿quién, yo?
Y era lo que
no debía decirse porque desde hacía casi treinta años los de la Liga de la
Justicia (o Los Que Tienen El Chupetín Por El Palito, en jerga iniciática)
venían trabajando pacientemente en sentido inverso. Todavía no había
sedimentado la polvareda levantada por la caída del muro de Berlín que ya se
ensayaba el aquí no ha pasado nada, todos amigos y vamo arriba, como dicen los uruguayos.
Se decretó el
Fin de la Historia y desde entonces no hubo político liberal que no fingiera hastío
y aburrimiento al referirse a ideologías. “Hablar de derecha e izquierda es una
antigüedad”, decían, claro, los de derecha, considerándose dueños del ring. La
sociedad era lisita y uniforme como un bizcochuelo bien horneado; esponjoso y sin
fisuras. Fácil de cortar en porciones y consumir.
Porque eran
los consumidores los consumidos. Un mundo de degluciones encadenadas.
Y casi lo
logran. Al final de la década de los ’90, la política no presentaba ningún
atractivo para los jóvenes. A nadie le interesaba discutir proyectos, destinos
o utopías. El mundo ya estaba resuelto. ¿Para qué ocuparse, interesarse, tratar
de entender? La categoría de citizen
había sido groseramente suplantada por la de customer.
Eso explica
la conducta de muchos de los que ahora tienen entre treinta y cinco y cincuenta
años, y tratan tardíamente de entender qué le pasa al país, con los resultados
esperables después del referido hamburguesamiento cerebral.
Pero volvamos
al bueno del gordo, a quien años más tarde –en momentos en que la política volvía
al primer plano, los jóvenes redescubrían la militancia y la pelea por la torta
regresaba al primer plano– el ego lo traicionaba y le hacía pisar el palito. Y
creyéndose el number one de la
transgresión iba y arremetía con lo de la
grieta. Nombrando lo que no debía decirse, lo que durante tanto tiempo y
con tanta dedicación se había tratado de ocultar. Fukuyama se debía estar comiendo sus libros de la bronca.
Como ya se
dijo, todo un coro de ranas croadoras sin talento alguno para el análisis
político repitieron irreflexivamente la cantinela de la grieta: los Fantino, los Del Moro, las Mónica Gutiérrez, y
tantos más. Y lo innombrable fue propalado a los cuatro vientos. No sólo propalado:
amplificado, profundizado y ensanchado.
Ahora claro,
Lanata puede escudarse en que inventó la
grieta, pero mucho antes del kirchnerismo. Y es cierto. Lo hizo con
respecto a la dictadura. Pero en aquel caso caso, esa grieta separaba a la
sociedad civil de los militares; y no de los militares genéricamente, sino de
los genocidas, torturadores y apropiadores en particular.
En su nueva
versión, lo que hizo fue introducir la
grieta en la sociedad civil, que es lo que no se debía hacer. Quizá porque se
soñó un innovador, quizá porque le dio un ataque de caspa impremeditado o quizá
simplemente porque, como le dijera una vez Charly, es un pelotudo.
El eje del mal
A la grieta (como criterio, y con otros
sinónimos) debía situársela, según el manual de Los Que Tienen El Chupetín Por
El Palito, fuera de la sociedad. Era lo marginal, lo que quedaba más allá del
bizcochuelo esponjoso. Bush, por ejemplo, la utilizó según normativa al
inventar el Eje del mal, esa saga de
terror que iba desde Cuba hasta Corea del Norte, pasando por Libia, Irak, Irán
y varios otros estados demoníacos.
Más allá de
nosotros, la grieta. Lo externo. Lo extranjero. Lo salvaje. Esa era la idea.
Y en ese
sentido, la primera analogía que imaginó Lanata fue correcta. Era
irreconciliable el vínculo con los genocidas: había una grieta. Eso fue antes
de que los psicotrópicos le evaporaran algunas neuronas. En este segundo
ensayo, chambonamente, no se le ocurrió nada mejor que traer la grieta para adentro.
Tanto dinero
gastado en comprar voluntades para persuadir que el fin de las ideologías es una
realidad, y este gordo pedorro viene a instalar de nuevo el tema al interior
impoluto de nuestro corral de bizcochuelo.
Era el
momento más fervoroso de la embestida contra el kirchnerismo, y quizá se
consideró que ese quiebre de la sociedad civil era una herramienta válida –un
poco cuestionable, un poco heterodoxa si se quiere– para apoyar el ataque final
y lograr el exterminio del peronismo, ese espejismo perseguido incansablemente,
a pesar de los fracasos acumulados, por la derecha nacional. Parafraseando a
Borges, podría decirse que el gorilismo autóctono no es ni bueno ni malo. Es
incorregible.
Como era de
esperar, a pesar de todos los conmovedores esfuerzos empleados, no pudieron
aniquilar al kirchnerismo, ni mucho menos al peronismo. Por el contrario, regresan
potenciándose y realimentándose. El desconcierto, el desaliento, la vergüenza
de haber sido y el dolor de ya no ser cunden entre los artífices de la Refundación
del Círculo Rojo. Y para colmo de males, la grieta quedó ahí. ¿Qué hacemos
ahora con la grieta? ¿Cómo la borramos?
Porque
resulta que pasa lo que pasa en Brasil con Dilma, y luego con Lula. Y después
viene lo de Ecuador. Y recién nomás, lo de Chile. Y ahora, lo de Bolivia.
Todo se lo va
tragando la grieta. O sea que la grieta existe. Y no es el kirchnerismo, ni el
peronismo. Va mucho más allá, atraviesa países, recorre todo el continente. La
grieta realmente está en el interior de la sociedad, que ya no es aquel
bizcochuelo horneado parejo. Es entre los que piensan modelos de país autónomo
e independiente con un mayor grado de equidad, y quienes bregan –arreando el
rebaño de hamburguesados cerebrales tras la zanahoria del privilegio de
pertenecer– por una política prebendaria para un grupo oligárquico aliado al
capital internacional.
O sea que las
ideologías nunca habían muerto.
Y esto no es,
como queda en evidencia, un fenómeno argentino. No es un problema nuestro, o en
todo caso, no es exclusivamente nuestro. Hubo tanto cretino trabajándonos el
sentimiento de culpa, haciéndonos creer que la propia inepcia era la causa, y
ahora sale a la superficie que no. Que en Chile, en Brasil y en Bolivia son los
mismos sectores los que retrogradan los avances.
Indudablemente
nuestros países tienen muchos problemas, pero ninguno de ellos, juntos o por
separado, son nada en comparación al mayor de los problemas que se verifica vez
tras vez, episodio tras episodio, década tras década, y para el común del
conjunto.
Ese problema
es la embajada de Estados Unidos.
La tectónica de placas
Lanata ha
quedado absuelto de manera imprevisible por el giro discursivo de la Justice League desde la salida de Obama
de la Casa Blanca. De cualquier manera, nobleza obliga y entonces gracias,
Jorge, por ayudarnos a poner en negro sobre blanco lo que siempre supimos pero
todo el dispositivo cultural hegemónico se empeñaba en esconder.
Es paradojal cómo
se ha dado vuelta la taba. Y cómo todos los que durante años nos melonearon con
que vivíamos en el mar de leche de la democracia, la desideologización y la mar
en coche ahora, con total descaro, se desdicen y resucitan los demonios
enterrados.
Trump y Bolsonaro
marchan a la cabeza de esta nueva y extemporánea cruzada contra el comunismo. Y
de manera mucho más velada y anónima, pero no por eso menos intencionada, se
habla con total liviandad de socialismo y de gobiernos socialistas.
Para muchos,
resulta que hasta el gobierno kirchnerista fue socialista. Y no lo fue, es algo
evidente para todos. Pero machacan con lo mismo desde espacios que, aún sin tener
ninguna calificación (o quizá misteriosamente por eso), resultan influyentes; a
saber, y muy especialmente, las iglesias evangélicas. Porque como se trata de
fanatismo, no hace falta fundamentar argumentos. Y alrededor del Cristo
codicioso de los evangelistas se cavan las nuevas Fosas Ardeatinas en las que
masacrar infieles; para el caso, los infieles al enriquecimiento pisando
cabezas, conforme los principios del pensamiento único occidental. Poco importan
las diferencias: laicos, demócratas nacionalistas, movimientos populares para
el desarrollo autónomo, feministas, expresiones de determinación nacional redistributiva,
todos caen en la misma bolsa: populistas, corruptos, totalitarios. Todos comunistas.
De cómo reclamar derechos lo convierte a uno en comunista.
Y es que el
mundo se mueve igual por encima que por debajo. Las placas tectónicas son esas gigantescas
masas de corteza terrestre que se desplazan, chocan en las fallas y ahí se producen terremotos, erupciones volcánicas y
tsunamis. En términos de política mundial, pasa algo parecido. La deriva continental en este caso enfrenta
a Estados Unidos y al conglomerado asiático.
Así que cada vez que miremos con pena y compasión a todos esos países de Oriente Medio que están en aquella
falla (Irak, Irán, Siria, Líbano,
Palestina), más vale que nos avivemos de que nosotros estamos parados en otra. América
Latina es la otra falla en disputa.
Para Estados Unidos fue esencial impedir la consolidación del grupo BRIC, porque
eso significaba que Brasil se sumara al contrapoder ya ejercido por Rusia,
India y China. Ya sabemos cómo fueron las cosas en Brasil.
Pero el resto
del subcontinente también forma parte de la discusión. Cada uno de nuestros
países será un campo de batalla que se disputará palmo a palmo, al precio que
fuere, sin importar los costos, tanto en recursos como en vidas humanas, en los
próximos años.
¿Debemos
esperar a futuro ejércitos de intervención, cascos azules y tropas irregulares
financiadas y armadas oscuramente ofreciendo el espectáculo de desolación de
nuestras ciudades bombardeadas, nuestras poblaciones desplazadas y nuestro
futuro destruido?
No tenemos ni
siquiera un Mediterráneo al cual aventurarnos a riesgo de nuestras vidas en
lanchones improvisados. No tenemos adónde escapar. Más fácil pasará un
camello por el ojo de una aguja que cuatrocientos millones de personas por el embudo del istmo de Panamá. Si esto se convirtiera en un infierno, no
tendremos otro remedio que cocinarnos en él.
No hay
disyuntiva a futuro. La pelea ya está planteada y a nosotros nos toca ser el
pato de la boda. No podemos elegir ni siquiera someternos, ni a uno ni a otro
de los que ya están decidiendo por nosotros. Tendremos que exigirnos mucho a
futuro en mejorar como sociedad, fortaleciendo nuestros procesos y nuestras
instituciones, midiendo los riesgos de cada decisión que tomemos, sabiendo que
no hay terreno seguro, sólo amenazas.
La grieta
sigue estando, pero ahora es una grieta 3D. El desarrollo autónomo como continente no es una elección: es un destino, el mejor de los posibles.
Porque de un
lado y de otro, nadie se va a preocupar por nosotros. Si no nos cuidamos,
fuimos.
Excelente artículo!
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