Salir de la cuarentena

La revolución digital

En medio de la paranoia por la epidemia, ya habrán comprobado que el correo y las redes sociales expanden truculentas teorías conspirativas acerca del origen del virus. Desde guerra bacteriológica, guerra comercial, desestabilización de los mercados, negocios farmacológicos y experimentos de control social hasta castigo divino, todo tipo de especulaciones sin fundamento sólido infestaron la comunicación con el dudoso pretexto de esclarecer y logrando exactamente lo contrario (acaso su verdadera intención). Ninguna personalidad referente, ninguna voz de autoridad con algún prestigio o reconocimiento social las respaldó. Los sucesivos hechos y el desarrollo mismo de la pandemia, en tanto fenómeno sanitario y social, despejaron el panorama.
Existe un video bastante esclarecedor para tratar de entender, no sólo la situación epidémica y su evolución, sino también la cultura oriental, sus paradigmas y sus instituciones. Es el siguiente; recomiendo especialmente su visionado, pero sugiero hacerlo al terminar esta lectura para no perder el hilo:


El video se encuentra en MandarinLab, un canal de Youtube en donde la anfitriona Fei aborda distintos aspectos de las costumbres y la actualidad en China (https://www.youtube.com/channel/UCv6O3FzYuRv1-VGRNdT4_Yw). Para los que quieran investigar. No es por nada, pero no está de más ya ir conociendo con mayor profundidad cómo funcionan las sociedades asiáticas.
Algo similar a las fake de la conspiración ocurrió en el terreno del pensamiento. Empezaron a aparecer multitud de notas reflexionando sobre la coyuntura y prediciendo consecuencias de improbable comprobación. Hace unos días, Lautaro me acercó un libro digital gratuito de reciente aparición, Sopa de Wuhan, donde el editor Pablo Amadeo, titular de la iniciativa editorial ASPO, selecciona y hace dialogar a distintos pensadores siguiendo el orden temporal en el que las notas fueron publicadas. Se puede acceder libremente a la publicación haciendo click en esta imagen:

 Sopa de Wuhan

Es un buen muestrario, no sólo del pensamiento actual, sino también, en ocasiones, de su desorientación (incluso en el caso de nombres consagrados) y de lo difícil que resulta hacer una lectura estructural acertada mientras los hechos se están desarrollando. Para algunos autores es ostensiblemente incómodo que toda o parte de su obra filosófica (en la que quizá vienen trabajando desde hace una o más décadas) quede sometida, a causa de la epidemia, a una tensión que no pueden resolver con argumentos convincentes, en algunos casos ni siquiera elegantes.
Desarrollos completos que arrancan en Foucault sobre la sociedad de control y la biopolítica encontrarían en el aislamiento –adoptado mayoritariamente como medida preventiva– su más palmaria confirmación. Bingo. Pero hay un problema, y es que la disposición es recomendada no sólo por el mundo científico en su amplia mayoría sino adoptada por los gobiernos, de buen grado u obligados por las circunstancias, para cuidar los escasos recursos de los sistemas de salud de cada país, los jirones que restan del dorado estado de bienestar (algunos más y otros menos, pero todos castigados por igual después de medio siglo de políticas neoliberales), y evitar que colapsen.
Hasta los más conservadores y retrógrados de los gobiernos retroceden en chancletas ante la evidencia de que, por más que se quiera privilegiar la marcha de la economía sobre la salud de la gente, es necesario dar un paso atrás para intentar un manejo, aunque sea desprolijo, de la crisis. Los últimos en resistirse, aquellos que encarnan la versión de la derecha más radicalizada, han quedado ante la opinión pública, antes de capitular, como peleles.
Y aquí es donde chocan los trenes de ciertos pensadores de esta posmodernidad desconcertada. Porque la sociedad de control como destino final del capitalismo, pronosticada hasta el hartazgo por estos filósofos del progresismo de tradición europea, se está concretando en un bloque asiático (tanto capitalista como comunista) que, por extraño, resulta incomprensible, y que parece funcionar como un todo armonioso, al menos comparado con Occidente. Ese espacio es el que ha tomado amplia ventaja del control que ya tenían montado en sus sociedades a través de los sistemas digitales de vigilancia y el monitoreo de redes sociales, sumado a medidas centralizadas de rígida disciplina cívico-policial para el aislamiento de personas, ciudades y áreas mayores. Y lo ha hecho eficientemente, logrando dominar una expansión epidémica en países cuya densidad de población vaticinaba una catástrofe irremediable. En un tiempo breve sus economías retomaron el impulso, y por tanto no se vieron severamente golpeadas.
Mientras tanto, en Europa y en Estados Unidos se demoraban las decisiones. Los debates académicos, como los que se reúnen en Sopa de Wuhan, se sucedían mientras días preciosos se desperdiciaban; el temor a tomar determinaciones que pudieran afectar a los mercados sacrosantos retardaban medidas que los sanitaristas estaban pidiendo a gritos; y se mantenía una confianza irracional en que, sin hacer nada, todo iba a superarse a bajo costo.
El resultado no fue el esperado: la catástrofe les explotó en la cara a ambos lados del Atlántico Norte. Y no sólo es la catástrofe humanitaria: el retardo en movilizar al aparato del Estado redundará en pérdidas patrimoniales mucho mayores, que se extenderán en el tiempo. Paul Krugman está advirtiendo sobre la “enorme bomba fiscal” que se está generando y que, cuanto más dure el estado de incertidumbre, más crecerá y peores consecuencias acarreará (https://www.cronista.com/economiapolitica/El-economista-y-Nobel-Paul-Krugman-advierte-que-el-mercado-ignora-una-enorme-bomba-fiscal-que-detonara--tras-la-pandemia-20200403-0005.html).
Mientras tanto, muchos intelectuales denunciadores de la biopolítica, últimos vigías en defensa de las libertades individuales y las garantías ciudadanas, se han encontrado de golpe con que su única socia en ese frente de batalla era la más rancia ultraderecha, que resistía el cierre de fronteras y la paralización de la actividad. Por supuesto, con el mezquino objetivo de continuar la producción; pero en última instancia, garantizando la libertad de movimientos y cierta autonomía. Para empeorar las cosas, no sólo quedaron aliados con la derecha, sino que, como ya se ha dicho, esa misma derecha es la que finalmente se ha ido al mazo; la que, como augura David Harvey en su artículo incluido en Sopa de Wuhan, probablemente deberá adoptar políticas de distribución, “y aquí se encuentra la ironía última:  las únicas medidas que van a funcionar, tanto económica como políticamente, son bastante más socialistas que cualquier cosa que pudiera proponer Bernie Sanders, y esos programas de rescate tendrán que iniciarse bajo la égida de Donald Trump”. Algunos ya se han puesto en marcha.
De este modo, ante la deserción de sus impensados (e impresentables) camaradas, muchos mosqueteros de la libertad, la soberanía individual y los derechos civiles se han quedado pedaleando en el aire.

La toma de la pastilla

La fricción entre el derecho individual y el colectivo existe desde que el mundo es mundo. La fijación de un límite entre los derechos del sujeto libre y los de la comunidad que le impone restricciones ha alimentado el debate por siglos, y su expresión emblemática es la Ilustración.
Su momento de oro fue la consagración del liberalismo político, con las revoluciones norteamericana y francesa. La Declaración de Derechos o Bill of Rights por una parte, y la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano por la otra, fueron los monumentos jurídicos que memoran esa Arcadia liberal.
Pero las sociedades se fueron complejizando y el capitalismo, en su fase primera a fines del siglo XVIII, escaló los conflictos sociales al mismo tiempo que el volumen de sus operaciones y las dimensiones de sus compañías durante el XIX, conforme la cantidad creciente de obreros y las condiciones de sobreexplotación para cimentar la acumulación de capital los hacían inevitables. El nacimiento de los movimientos clasistas obligó a los factores de poder a revisar la esencialidad de las Declaraciones fundacionales. Por su parte, esos mismos movimientos de base planteaban una apreciación diferente de derechos y libertades, en donde los individuales se subordinaban más rigurosamente a los del conjunto.
Por izquierda y por derecha se han ajustado las tuercas sobre aquellos principios liminares de Libertad, Igualdad y Fraternidad, especialmente en cuanto a su interpretación. Cuál es la correcta, es ocioso decirlo, depende de qué sistema se elija como ideal para un sano desarrollo de la sociedad. Lo cierto es que paulatinamente se fueron restringiendo a lo largo de los años.
Hasta comienzos del siglo XX, por ejemplo, a un liberal de estirpe le hubiera parecido un avasallamiento inaceptable del Estado la exigencia de un pasaporte para transitar libremente por el mundo, tratándose de un burgués respetable y buen contribuyente. El mismo ultraje hubiera padecido por amenazas penales sobre el libre comercio de compra y venta o el mero consumo de opio, haschich y cocaína, o porque esas sustancias no fueran consideradas como una mercancía más. Hoy no hay persona, adinerada o no, que no las considere restricciones necesarias para mantener la seguridad y la paz social.
Mientras tanto, se ha batido el parche a rabiar sobre el totalitarismo de los regímenes comunistas, resaltando los defectos ajenos y ocultando los propios, cuando en el mundo occidental y capitalista la misma dictadura dirigente se ha ido imponiendo persistente y progresivamente. El temor al socialismo se inyectó en las masas sobre confirmaciones de evidencias mezcladas con exageraciones y leyendas construidas; considerando sólo su parte verídica, lo cierto es que no difería demasiado de lo que se estaba haciendo en casa, pero en sordina. Bien se les puede hablar de igualdad ante la ley y garantías procesales a los presos de Guantánamo, sin ir más lejos.
Ya se ha abordado en otra nota cómo el capitalismo vació de contenido el ideario del liberalismo político hasta convertirlo en una cáscara vacía. El Bill of Rights y la Declaración de los Derechos del Hombre fueron perdiendo hojas como un árbol en otoño. El arrasamiento definitivo llegó después de los atentados en Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001.
La ridícula devoción estadounidense por fijaciones mnemotécnicas a través de acrónimos lleva a prodigios de ingenio como la denominación de la USA PATRIOT Act (Uniting and Strengthening America by Providing Appropriate Tools Required to Intercept and Obstruct Terrorism). Si alguien necesita traducción, considere que la misma es irrelevante: se trata de poner a cualquiera a jugar con las palabras para hacer sopas de letras, si bien con consecuencias algo más siniestras aún que la de Wuhan. Mucho menos divertido todavía era el objeto de esa legislación: la suspensión explícita de las garantías contenidas, mayormente, en el Bill of Rights. El terrorismo justificaba el estado de excepción. Se debían tomar medidas extraordinarias para proteger al país. Y una vez conseguido el aval, ahora sí, con las manos libres, proceder a detener a cualquiera con turbante para distraer un poco y de paso, como quien no quiere la cosa, avanzar con lo que faltaba desmantelar en materia de seguridad social y desregulaciones del mercado, a decretazo limpio.

Sí, a vos, no te hagas el distraído

Se trataba de un estado de excepción y, por lo tanto, momentáneo. Debía finalizar en 2005. Pero ese año se prorrogó el Acta Patriótica hasta el 2015 cuando, para regularizar la situación, se la reemplazó por otra norma.
El nuevo chiste se llamó USA FREEDOM Act (Uniting and Strengthening America by Fulfilling Rights and Ending Eavesdropping, Dragnet-collection and Online Monitoring). Estoy seguro de que alguien se divierte craneando estas cosas. Se trataba de pasar en limpio el Acta Patriótica y ejecutar un nuevo ajuste de tuercas, especialmente después de la fuga y las revelaciones del espía Edward Snowden. En concreto, se ordenó un poco el tablero para evitar desprolijidades. ¿Las libertades y derechos? Bien, gracias. ¿Pensaban que iban a ser devueltos? ¡Qué ilusos! La nueva ley es permanente.
El estado de excepción es una realidad concreta y palpable en Estados Unidos, y a partir de allí se distribuye al resto de sus zonas de influencia. Es la única teoría del derrame que se verifica. Sin embargo, algunos pensadores siguen batallando con estrategias de la Era de la Revolución, según la serialización de Hobsbawm. No es que estén mal: es que son estériles. La toma de la pastilla ya no es la única alternativa, cuando existen variantes de medicinas orientales, naturales, homeopáticas o antroposóficas, entre un amplio abanico de tratamientos.

No jodan con los gatos

En Netflix por estos días se puede acceder a la serie documental Don´t f**k with cats, de apenas tres capítulos, que vale la pena ver. No vienen al caso el argumento ni los personajes, sino la trama que subyace: un conjunto de personas comunes se constituye de hecho en una agencia de inteligencia paraestatal a través de una red social. El disparador puede ser cualquiera que agrupe a varios usuarios de Facebook para crear un grupo y, a través de él, desarrollar una amplia red de espionaje on line que se disemina en busca de pistas por todo el mundo. Cuentan con la capacidad de generar agentes encubiertos (perfiles falsos), acceden a herramientas informáticas disponibles en la red para hacer el seguimiento en tiempo real de vuelos comerciales y la búsqueda inversa de fotografías (a partir de una foto, encontrar en qué sitios aparece), peinan foros de usuarios y plataformas comerciales en busca de información, investigan en perfiles de usuarios preferencias e identificadores indirectos y ponen en práctica muchas otras habilidades que harían la delicia de cualquier espía: estrategias de inteligencia y contrainteligencia, con las que alternativamente persiguen o son perseguidos por un target siempre en fuga, en un juego de gato y ratón.

...because we got you...

En la serie también son omnipresentes las cámaras: cámaras de celulares registrando acciones, pero también cámaras de vigilancia en domicilios, centros comerciales, aeropuertos, instituciones, tiendas. Toda la información audiovisual es analizada y exportada en secuencias de fotogramas, que son estudiados exhaustivamente cuadro a cuadro.
En sus hallazgos, el grupo no sólo llega mucho antes a las evidencias que la policía, aún hallándose a más de 3.000 km de distancia del lugar de los hechos. También extiende sus actividades a zonas remotas como Namibia, en el sur de África, y provoca involuntariamente el suicidio de un inocente.
Lo impactante de la serie es que se trata de personas comunes, sin otra experiencia para constituirse en agentes secretos que sus habilidades en Internet y el consumo que puedan haber hecho de series o películas policiales. Independientemente de la veracidad o falsedad de lo narrado (personalmente parto de la base de que todo lo que vemos en TV no es más que, a lo sumo, verosímil), lo que se muestra es factible, ya que la tecnología está allí, disponible para el que quiera y sepa explorarla y explotarla en todo su potencial.
Y si esto lo puede hacer un insignificante clan de ingenuos confabulados civiles, ¿qué no podrán los Estados con sus instituciones grises, sus recursos y su asociación privilegiada con las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft)? ¿Qué duda puede caber de que vivimos en un estado policíaco? ¿Y cuál es la diferencia con lo que vemos en los países orientales, tanto en la China comunista como como en la Corea del Sur capitalista? ¿Acaso que han sido más honestos al exponerlo públicamente como matriz de sus políticas estatales? ¿Que no lo esconden tras la máscara fraudulenta de un culto a la libertad cada vez menos creíble?
Convendría sincerar las cosas. Porque la sociedad de control es una realidad, y como muestra la serie de Netflix, no sólo desde el Estado, sea del signo que fuere. La sociedad de control es exactamente eso: mucho más que un Estado de control. La sociedad toda es control. Control rizomático, control múltiple, sin centro, desterritorializado. Al decir de Deleuze y Guattari: “El rizoma se remite a un mapa que debe producirse, construirse, siempre desmontable, conectable, invertible, modificable, con entradas y salidas múltiples, con sus líneas de fuga”.
La lucha del individuo contra el Estado, disputándose el apoyabrazos en el asiento doble de un bus, a los codazos siempre, continuará sin solución de continuidad aún en el momento totalitario más aciago, pero necesariamente se revestirá cada vez de una apariencia nueva, que se demuestre efectiva para eludir la vigilancia, actualizada a su vez en forma permanente. Para tratar de imaginar ese futuro, tarea ardua e ingrata si las hay, quizá convenga comprender cómo está funcionando la cultura en la casa del vecino.
Pero antes que eso, cómo está funcionando en nuestro propio living.



Comentarios

  1. Me parece una nota muy buena, que dispara cuestiones, quizá para reflexionar en otra nota: ¿cuándo la comunidad pasó a ser "la sociedad"? ¿quizá cuando unos otros, con el poder de hacerlo, distribuyeron los lugares, o roles y tareas que debían cumplir los "distribuidos", en lugar de hacerse orgánicamente, desde el centro mismo de esa comunidad? ¿La sociedad de control capitalista no se revela -sobre todo- cuando decide quién vive y quién muere, cuándo también distribuye de esa forma brutal los bienes? ¿y si no qué son las guerras, las luchas antiterroristas, la batalla contra los narcos, el escaso control epidemiológico en el que la mayoría de las muertes son de inocentes, negros, latinos, basura blanca o viejos?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Indudablemente, son interrogantes necesarios. A mi juicio, la sociedad de control capitalista no se revela cuando decide un orden, sino en los dispositivos que adopta para auditar que ese orden se cumpla y ese cumplimiento se mantenga, y esos dispositivos ya fueron descritos en sus formas "analógicas". Nos falta un mayor estudio de sus formas digitales, en permanente desarrollo, especialmente en sus márgenes

      Eliminar
  2. Excelente análisis, como siempre; un poco de aire en medio de tanto encierro.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por el elogio inmerecido; creo que a partir de las nuevas formas de acceder a la información se está construyendo un pensamiento verdaderamente colectivo, más allá de los aportes individuales. Rizomáticamente.

      Eliminar

Publicar un comentario

Si querés dejar un mensaje que no sea público, lo podés hacer acá:

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *