La cigarra, la hormiga y el Financial Times
Un artículo aparecido
en el Financial Times ensaya una explicación de las razones por las
cuales Argentina no es una superpotencia. Se titula Argentina: The superpower that never was (https://www.ft.com/content/778193e4-44d8-11de-82d6-00144feabdc0). Para hacerlo, traza un
paralelo entre la evolución histórica de los Estados Unidos y nuestro país.
Vale la pena
tomarse el trabajo de leer la nota íntegra, aunque no es nueva (mediados de
2009) y por lo tanto deja fuera de sus observaciones los últimos quince años.
Resulta
desconsolador la facilidad con la que cualquiera que se aplique, con un mínimo
de rigor, a observar la evolución del país desde afuera, puede arribar a
conclusiones demasiado obvias para ignorarlas, mientras aquí buena parte de la
opinión pública permanece atascada en falsas opciones, como niños de jardín a
los que se puede engañar inocentemente, o caballos de tiro que no pueden
librarse de sus anteojeras.
El autor, Alan
Beattie, editorialista del FT y ex economista del Bank of England (https://www.chathamhouse.org/about-us/our-people/alan-beattie)
acierta con mayor contundencia en las causas antiguas y profundas de la
actualidad del país, como es lógico: desde lejos es más fácil ver el cuadro
completo. A medida que se acerca a tiempos más recientes las razones esgrimidas
para explicar, tanto a la Argentina como a los Estados Unidos, se hacen un poco
más difusas y opinables. Por ejemplo, se pasa por alto la impronta dominante
que tuvieron en nuestro país las políticas desarrollistas a lo largo de toda la década de 1960,
en gobiernos de signos disímiles, tanto democráticos como dictatoriales.
Tampoco profundiza
el correlato de represión y proscripción que acompañaron esa directriz económica,
transformando la dinámica social ascendente del desarrollismo en las
condiciones ideales para la violencia política de los ’60 y ’70, que a su vez entregó
en bandeja la excusa perfecta para implantar por la fuerza (en realidad, por el
terrorismo de Estado) una reconversión neoliberal del país.
Del mismo
modo, no enciende las suficientes alarmas sobre el despilfarro de capital
social (acumulado a lo largo de cuarenta años, a partir del New Deal de
Roosevelt) que se está llevando adelante alegremente en Estados Unidos de
manera suicida, en un afán de reposicionarse competitivamente frente a la
amenaza comercial de Oriente. El neoliberalismo tiene un solo logro para
ostentar: el desbancamiento de la URSS. Pero no se puede vivir toda la vida de
un logro. Es más: a la vista de los resultados que ofrece la modificación del
tablero mundial, también se puede morir de ese logro. Se lo concibió como un
resorte propulsor; habrá que ver si finalmente no resulta un ancla colgada al
cuello. Sorpresas te da la vida.
Lo más sustancioso
del artículo está en identificar las causas lejanas de las evoluciones
divergentes de ambos países. Si bien los “cuarenta acres y una mula” (tierra y animal
de carga para cualquier hombre que quiera trabajarla) fue una promesa trunca,
su persistencia en el imaginario norteamericano pone en evidencia la voluntad dirigente
de Estados Unidos por dividir la propiedad agrícola en parcelas pequeñas, premisa
que puede comprobarse en la realidad. En contraste, en Argentina se privilegió
lo contrario, el gran latifundio en manos de unas pocas familias que
constituyeron la oligarquía gobernante.
En la visión
externa y distanciada del artículo, esta es la distorsión fundante que
desquicia la vida social y política argentina, y no los populismos
nacionalistas del siglo XX. Describe con crudeza la indolencia dirigente
decimonónica: “En las décadas de 1860 y 1870 los terratenientes miraban con
desdén la vida rural y la práctica efectiva de la agricultura. Vivieron vidas
refinadas y desarraigadas en las ciudades, inmersos en la literatura y la
música europeas. Lo más cerca que estuvieron de apreciar la vida campestre fue
elevar al polo, una versión aristocrática del ideal rural, a símbolo de la
elegancia atlética argentina”. El privilegio no hizo más que reforzarse en el
ejercicio del poder político, con su secuela de prebendas y beneficios a
expensas del futuro del país. Las condiciones favorables del mercado
internacional (el “viento de cola” de aquella época) fueron despilfarradas. “El
boom exportador”, prosigue, se fue “en bienes de consumo importados, o en
adquirir más tierras”, concentrando aún más el régimen de propiedad.
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La Argentina del Centenario en la revista LIFE (quizá debió ser high life). Fuente: http://bessone.blogspot.com |
“Las economías rara vez se enriquecen sólo con la agricultura, y Gran Bretaña había mostrado al mundo la siguiente etapa, la industrialización”. Pero en Argentina, los prejuicios imperantes la retrasaron. Cuando llegó el crack del ’29 y los mercados mundiales se cerraron, Argentina estaba a la intemperie y en bolas, como la cigarra de la fábula.
–Nosotros
hacíamos un país bárbaro, la chusma radical yrigoyenista lo chocó. –No, ustedes
lo que hicieron fue llevar el país hasta el borde del barranco. –Bueno, déjennos
de nuevo a nosotros, que sabemos manejar esto. –No, a ustedes nadie los quiere.
La solución
fue el golpe militar de Uriburu, el primero. Si no les gusta por las buenas
será por las malas y listo el pollo, el país es nuestro.
Esto último,
claro, no lo dice el Financial Times. Sería poco académico y brutalmente
explícito. Además, hay una evidente confusión en eso de “los desafortunados
gobiernos democráticos que se pasaban el poder de forma ineficaz” durante la
década del ‘30: ni eran desafortunados ni eran democráticos.
Lo novedoso
es que, pese a la proverbial antipatía anglosajona por los populismos, la nota no
puede evitar reconocer al primer peronismo, tácitamente, un intento de corregir
el rumbo de ochenta años de política oligárquica de achicamiento, subordinación
e involución.
Y esto cambia
radicalmente el análisis. Porque así el peronismo pasa a ser una herramienta
limitada, imperfecta o aún defectuosa si se quiere, pero orientada a un desarrollo nacional,
que persigue recuperar el tiempo y las oportunidades desaprovechadas por una
élite perezosa y dañina para el país.
Entonces,
cuando la prédica permanente y sistemática desde las usinas generadoras de
sentido común insiste machaconamente en que el problema del país son los 70
años de peronismo, la realidad es que el problema son los 150 años de oligarquía
prebendaria y anacrónica, que nunca sirvió para fundar el país ni aprovechar un
momento excepcional que hubiera financiado el crecimiento sostenido. Por el
contrario, lo dilapidó. No sólo eso: se encargó de torpedear cada intento de
despegue. Y lo sigue haciendo, soñando con el eterno retorno a un pasado dorado
para algunos y a las recetas que inevitablemente, una y otra vez, vuelven a
fracasar, con la dictadura del Proceso, con Menem, con De la Rúa, con Macri.
El artículo
del FT adolece de una pobre motricidad fina: los detalles se le escapan.
El momento que destaca como floreciente de Argentina, a fines del siglo XIX, no
era tan glamoroso, como ya hemos analizado en otra entrada de este blog. Pero
el trazo grueso del artículo es correcto, y resulta enriquecedor advertir en su
diagnóstico algunas advertencias que pueden servir para refinar resultados. De
cualquier modo, el problema principal sigue siendo lidiar con los sectores
retrógrados que conservan una alta cuota de poder fáctico y la propiedad de un
sector mayoritario de los medios de comunicación, y que se mantienen renuentes
a alianzas constructivas.
El peronismo
no es el problema del país: es parte de su solución. Luego, todo puede
discutirse. Posiblemente no sea la solución completa y acabada, quizá sea una
estación intermedia en un camino perfectible hacia una sociedad más equitativa
y justa. Acaso sea una de las pieles que en algún momento Argentina deberá
perder en su camino de regeneración continua.
Lo que es
seguro es que el camino de los privilegios para pocos, el de una casta ligada al
extractivismo de exportación y asociada al sistema financiero internacional
para que se encargue de cobrarle al resto del país los pagadiós que siempre
dejan; el de los nostálgicos de los viajes a Europa con la vaca en el barco y
las grandes mansiones, devenidos jets privados y barrios ultraexclusivos; ese,
seguro, es el que lleva al abismo.
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