Los desaparecedores de Santiago Maldonado (II)
Los vomitados por Dios
Le comenté a
una docente lo extraño que me resultaba que no se hiciera mención en su clase a
la desaparición de Santiago Maldonado. Estamos hablando de un instituto privado
de nivel terciario, con asistentes mayores de 20 años. La primera razón
esgrimida fue que el tema se había politizado.
La reflexión
inmediata: ¿de qué manera que no sea política puede ser tratado un caso de
desaparición forzada? Algo así como enseñar la Constitución, pero sin
politizarla.
Por otro
lado, esta idea de que la política es
negativa parte de una mala utilización de palabras y conceptos, para nada
inocente, que es de larga data y con las consecuencias que están a la vista.
Las dictaduras militares, para empezar, acuñaron la noción de que los políticos
eran nefastos, y que por extensión, también lo era la política. Bastante lógico,
ya que no había otra manera de justificar un golpe de Estado. Que, si vamos al
caso, por otro lado, también es una forma de hacer política. A lo Neanderthal, pero
política al fin.
Luego
vinieron los ’90, en los que se volvió a deprimir maliciosamente el concepto.
Menem hablaba de paros políticos, por
ejemplo. Caramba, ¿cómo concebir un paro que no sea político? Un paro se hace
por reivindicaciones, que implican la modificación de políticas, en pequeña o
gran escala. Nadie corrigió el disparate y quedó instalado. Todavía hoy muchos funcionarios
recurren a la muletilla como descerebrados.
Pero la peor intención
se puso en el empleo de la palabra politización.
Pasando por alto el absurdo de que sería redundante politizar lo que ya de por
sí es político e imposible politizar lo que no lo es, a lo que se pretende
aludir es a una discusión partidaria que enreda más que esclarece la situación.
Lo que habitualmente designamos con el despectivo politiquería.
Por lo tanto,
politiquear un tema podría ser
inconducente, y no politizarlo, cosa
que, queda dicho, es absurda. Parece una sutileza de académicos pero con estas
minucias del discurso procuran empomarnos todos los días, dicho en términos
corrientes para no caer en el registro culto. Pretender que si tratamos un tema
que es netamente político lo estamos politizando
significa, lisa y llanamente, no querer hablar del asunto.
El segundo
argumento esgrimido por la docente fue que no se podía saber con seguridad nada
acerca de la cuestión ya que había demasiada información dada desde puntos de
vista contradictorios. Lo cual me retrotrajo a los años oscuros de la dictadura
del ’76, cuando mucha gente, ante las técnicas de desinformación implementadas
frente a los flagrantes casos de desaparición cotidianos, resolvían
livianamente el tema con el consabido “algo habrán hecho”.
La docente de
que hablo, me consta, está muy lejos de ese cinismo. Conozco su integridad y su
preocupación por un futuro mejor. Sin embargo no la disculpa el hecho de que,
con el antecedente de aquel comportamiento mezquino de buena parte de nuestros
congéneres en los años de plomo, no considere una reacción más enérgica y
veloz, antes que esperar más datos mientras el tiempo pasa y hay una persona en
aquel limbo tan asépticamente definido por Videla. Es demasiada tibieza.
Las versiones
pueden ser contradictorias en el enfoque o en cuestiones secundarias. Pero lo cierto
y concreto es que Santiago Maldonado está desaparecido, que el hecho fue
denunciado como ocurrido en el marco de un operativo represivo de la
Gendarmería en un lugar apartado y sin presencia de prensa u otros observadores
imparciales (y mucho menos fiscales o funcionarios que no fueran los superiores
inmediatos de la fuerza), que perros entrenados detectaron el rastro de
Maldonado en el lugar de los hechos, y que hay testigos de distinta procedencia
que declararon en ese mismo sentido. Después, podemos hablar del terrorismo
internacional, de la RAM o la memoria de estado sólido, o de las nubes de
Úbeda, como graficara un caudillo catamarqueño de trayectoria errática. Estos
datos son incontrastables y, en función de nuestra historia reciente, de la que
aún no han pasado 40 años, nadie debería dedicar una sola reflexión al sexo de
los ángeles antes de salir a reclamar de inmediato. No hay tiempo para esperar
comprobaciones mientras el Estado remolonea, niega y trata de desentenderse.
Si después
las cosas resultaran de otra manera (y cualquier cosa resultaría mejor que una
desaparición forzada), se pedirán disculpas y se harán los desagravios que
fueren necesarios, y se sancionará si correspondiere al verdadero responsable
de la preocupación pública e institucional. Ahora, es necesario exigir respuestas
y una investigación seria.
Los endemoniados
La sociedad
argentina parece estar repartida en tres: los tibios descritos arriba serían
los del medio. A un lado, están los que llenaron plazas y calles en todo el
país y sostienen el reclamo. Del otro, los negacionistas, los que defienden a
capa y espada al gobierno sin ninguna racionalidad.
Es un
fenómeno extraño y los medios de comunicación del poder hacen su parte, es
cierto, pero de cualquier manera resulta sobrecogedora la frialdad e
indiferencia de este sector. Aquí, nuevamente, es necesario recurrir a la triste
memoria de quienes, durante la dictadura, colocaban en sus autos o su ropa el autoadhesivo
de “los argentinos somos derechos y humanos”. Negar sin siquiera permitirse
examinar los hechos, los puntos oscuros, las dudas que persisten y ante las
cuales la administración Macri no entrega ningún gesto tranquilizador. Negar,
como mecanismo exculpatorio de la propia responsabilidad, en la convicción de
que lo que no existe no genera cargos de conciencia. Negar, aunque eso lleve a
una deshumanización absoluta, a que la única preocupación al respecto sea si a
sus hijos les van a hablar del caso en la escuela. Sin detenerse un segundo a
reflexionar que sus hijos mañana pueden tener el perfil del joven de 28 años
cuyo rastro no aparece: explorador, ecologista, solidario ante la injusticia; y
que ésa es la verdadera amenaza, no que un maestro dedique una clase a la
gravedad cívica del caso. Es realmente escalofriante saber que a muchos vecinos,
colegas, ciudadanos, por las mismas causas políticas que dicen detestar –aunque
de signo contrario–, se les ha petrificado toda sensibilidad ante los más
macabros y peligrosos indicios de abuso de la prepotencia armada estatal.
Es el momento
en que recurren a subterfugios de todo tipo. Pasemos por alto por demasiado
groseras las comparaciones con Julio López o Marita Verón. Vayamos a la
inquietante caracterización de terroristas que se apresuraron a estampar
diversos medios y que fue desestimada por el mismo juez que ordenó el
operativo, Guido Otranto [1].
Terroristas que aspiran a la creación de un país propio, de límites inaceptables,
que enajenaría una sección considerable del territorio nacional.
El purgatorio infinito
En este
punto, en honor a la honestidad, cabrían algunas reflexiones. Se les empezó
llamando indios, luego se consideró
incorrecta tal apelación y se suavizó con indígenas;
conforme avanzaba la cultura tampoco fue satisfactorio y se pasó a aborigen, pero como la mala conciencia
es persistente se adoptó el más reciente (y considerado más paquete y menos
eufemístico) pueblos originarios.
Etimológicamente es prácticamente lo mismo que aborigen, pero como este término ya había asimilado cierta impronta
paternalista y compasiva que resultaba discriminatoria, la ensalada de la culpa
cultural decidió desestimarlo.
Tenemos
entonces pueblos originarios. Lo
cual, y no hay que ser muy astuto para deducirlo, señala muy claramente que se
trata de gente que está allí desde el origen. Y si están allí desde el origen,
¿por qué no serían suyos los territorios, y por qué no deberían ellos mismos
elegir la organización que quisieran darse?
Para casi
todo hay respuesta, aunque algunas veces es incómoda o directamente lesiva de nuestro
ethos civilizado. En este caso se
llama derecho de conquista. En buen
romance: fuimos, les dimos palos y les robamos. No resultó igual de eficiente
el exterminio, ni la dispersión territorial, ni la separación de familias, ni
la internación en campos de prisioneros [2].
La sangre es persistente y vuelve, casi 140 años después, a recordar a todos
los argentinos que todavía hay cuentas pendientes.
Esto lleva,
claro, a tremendos complejos nacionales, a procelosos cuestionamientos acerca
de nuestra identidad, definida tradicional y fallutamente como fraterna, solidaria,
defensora de la autodeterminación de los pueblos, etc. etc. etc. ¿Por qué no se
encargó la generación del ’80 de liquidar el
problema del indio definitiva y completamente, en lugar de dejar a las
generaciones venideras, para purgar eternamente, semejante pecado? No existe
consultorio psicoanalítico de dimensiones apropiadas para un tratamiento efectivo,
capaz de remendar el ego nacional.
Quizá
entonces no sea tan conveniente llamarlos pueblos
originarios; quizá haya que dejarse ya de delicadezas y volver al
principio, a lo que muchos consideran que son, con toda su carga de menosprecio
y sentimiento de superioridad racial: indios,
a secas. Si no lo creen, vean cómo Jorge Lanata lo expresa con todas las letras
[3].
Quizá
entonces sea mejor revertir la culpa, convertir a las víctimas en victimarios y
acusarlos de querer robarse lo que les fue robado en aquel indecoroso episodio
de la historia patria del cual la Nación puede sentirse no del todo orgullosa,
pero al cual tampoco está dispuesta a renunciar.
Es que ya se
arreglaron todos los negocios, ya se cerraron todos los contratos de cláusulas
irrenunciables, ya está todo vendido: esta es la mezquina explicación que se les
puede dar, apelando para su comprensión a su nobleza de pueblos originarios, pero sin dejar de hacerles evidente su
condición subalterna de indios.
El paraíso perdido
Para los
adláteres del nacionalismo a ultranza, aquellos que hablan de la soberanía
nacional que una chusma de indios amenaza poner en peligro, conviene dejar en
blanco sobre negro algunas cifras que son reveladoras. Pero antes, hay que
recordar a quienes echan espuma por la boca, se rasgan la camisa y se golpean
el pecho a causa del despojo de las Malvinas por los ingleses, que si eso les
parece tan injusto habría que comenzar por devolverle a los pueblos originarios
lo que es suyo.
Vamos a los
números, al fin. Mucho se ha hablado de las 900.000 hectáreas de Benetton. El
problema con las magnitudes grandes es que es difícil imaginarlas. Pongámoslo
en km2, que ya nos acerca un poco más a lo tangible. Son 9.000 km2:
aproximadamente la misma superficie de Puerto Rico. O sea que el país de
Benetton es más grande que el 51o estado de la Unión, y que muchos
países reconocidos por la ONU. ¿Cuál es la superficie de las islas Malvinas?
Apenas un tercio más grande, 12.200 km2, oh paradoja.
Pero eso no
es nada. Según la Dirección Nacional del Registro Nacional de Tierras Rurales [4],
el total de tierras en manos extranjeras en el país es de 14.972.536,16 has,
o sea 149.725 km2: una
superficie mayor a la de la provincia de Mendoza. O el equivalente a 750 veces
la superficie de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ya que estamos hablando de
autonomía.
Entonces, para
aquellos dispuestos a resistir en la trinchera la invasión de “indios apátridas”, hay que avisarles que
a retaguardia ya se firmó la rendición incondicional.
Tardíamente, en
2011, se sancionó la ley 26.737, de protección al dominio nacional sobre la
propiedad, posesión o tenencia de las tierras rurales, más conocida como ley de
tierras, que limitaba a 1.000 has la posesión por extranjeros. Parece un
chiste, porque las leyes no son retroactivas, pero al menos era algo. El año
pasado, el decreto 820/2016 desreguló la normativa, así que no queda ni ese
consuelo. También la ley 26.160 del 2006 disponía una emergencia sobre la
posesión y propiedad de las tierras ocupadas por las comunidades indígenas. El
plazo de la emergencia expira el 23 de noviembre de 2017. Cuando se cumpla,
¿qué será de todas las comunidades distribuidas en el territorio nacional, a
ojos vista del comportamiento del Estado con este gobierno?
Los vomitados
por Dios y los endemoniados son también desaparecedores de Santiago Maldonado.
No son quienes perpetraron su secuestro, pero sí los que colaboran con el
mantenimiento de su condición de desaparecido. Ambos sectores y el resto,
además, seguimos perdiendo la posibilidad de integrarnos como país y como
sociedad.
Adicionalmente,
demonizando a las comunidades se pierde
la posibilidad de diálogo. Y con ello, conocerlos mejor, saber de sus
necesidades, integrar culturas, construir un horizonte común. Hay todo un
paraíso que se pierde, además del ya enajenado en manos real y
verdaderamente extrañas, tal como hemos visto y detallado.
En ese paraíso perdido es donde está Santiago
Maldonado.
[1]
Consultar el Diario El País de México, en su edición online que puede verse en https://elpais.com/especiales/2017/represion-mapuches-argentina/
[2]
A este respecto, obra de consulta obligada es Pedagogía de la desmemoria, de Marcelo Valko, Peña Lillo-Ediciones
Continente, Buenos Aires, 2013, que documenta el exterminio, el reparto de
niños entre las familias adineradas de las ciudades, el traslado de
sobrevivientes en condición de mano de obra zafrera a Tucumán, o tripulantes de
buques de la Armada, o internados en la isla Martín García, convertida en
siniestro campo de concentración donde se los dejaba morir apestados.
[3] Se
puede ver la primera parte de la entrevista en https://www.youtube.com/watch?v=hfpvABFGVwM,
y la segunda parte en https://www.youtube.com/watch?v=hfpvABFGVwM.
[4]
La Dirección Nacional del Registro Nacional de Tierras Rurales fue creada en el
marco de la ley 26.737. Los datos consignados más arriba pueden chequearse en
la página de dicha Dirección, http://www.jus.gob.ar/media/3215819/DEPARTAMENTOS%20QUE%20SUPERAN%20EL%2015x100%20DE%20EXTRANJERIZACIoN.pdf
No es casual, y no debería sostenerse con inocencia, que justamente la despolitización (apolitizacion? no-politizacion... es muy difícil –sino imposible- un antónimo de la“negada palabra) es uno de los objetivos primarios (único) de una“política”que lentamente se siembra en lo mas profundo del cortex social (eso si lo importante: si lo encuentran“que parezca que fue un accidente”).
ResponderEliminarHace unas semanas atrás, por alguna razón que no recuerdo volví a ver una película de mis años jóvenes (They Live1988 J.Carpenter) que increíblemente mas que metafórico, (profético, sería mas exacto) hoy es una dolorosa realidad.
Si se observa con los ojos (anteojos) adecuados (siguiendo la metáfora de la película) , veremos a los extraterrestes, los billetes con animalitos, edificios emblemáticos con iniciales innombrables“son sólo unas letras”(se viene salvando el MOP, pero no levantemos demasiado la voz…no sea que también “desaparezca”) y otras tantas barbaridades que escuchamos a diario (ah, “a diario” no es tampoco casual).
Se sabe exactamente cuánta información es necesaria para pasar del conocimiento al hartazgo y llegar al rechazo, pero que no se sepa que lo sabemos, y si se enteran como dije mas arriba “que parezca un accidente”.
>>>La docente de que hablo, me consta, está muy lejos de ese cinismo.
Es tal vez la peor de las situaciones, yo también doy fe de la integridad docente y su preocupación por la adecuada “formación” de sus alumnos.
Pero, imaginar una educación “despolitizada” es muy peligroso, porque en la vida real (“en la vida de verdad”) no se trata de hacer una utopía al estilo “Un mundo feliz” (del querible Aldus) porque si así fuera seguiríamos con el mismo feed back, amarillo que nos intentan del que nos intentan (vanamente –por fortuna- entre algunos) convencer.
La docencia tiene que tener una política definida, (para uno o para otro lado, no importa cuál –tengo mi convencimiento cual es el mejor, pero deberíamos discutirlo políticamente!!! -) pero no se puede ser aséptico (y menos en la enseñanza). Y ya que hablamos de Maldonado, no es negociable: Porque una desaparición forzada en un estado de derecho (con el agravante de un antecedente tan cercano en Argentina) debería ser un oxímoron.
Exacto, la docencia no sólo tiene que tener una política definida, sino que es un trabajo político. Porque la principal tarea de la docencia es igualar, y eso en una sociedad desigual por propia definición es un trabajo político. Enseñar derechos, garantías y obligaciones es un trabajo político. Formar conciencia cívica es un trabajo político, qué duda cabe. Alentar el cuestionamiento de lo establecido en tanto injusto o inequitativo y por lo tanto mejorable; estimular la pregunta acerca de por qué las cosas son como son y no de otra manera, o de qué otra manera podrían ser, es un trabajo político. Lo que sucede es que no sólo se ha degradado lo político: también se ha inducido al miedo de que lo político es una zona de riesgo. Y lo cierto es que se convierte en una zona de riesgo en tanto a la gente se la incite a huir de allí, porque entonces es un terreno desprotegido. Si todo el mundo tiene y defiende un criterio político propio, la política no sólo es un lugar seguro: es indestructible.
EliminarCarlos, tu que tenés la docencia en primera persona, comprenderás la importancia de lo que estamos conversando.
ResponderEliminarAunque a modo de introito me gustaría despliegues con mejor prosa las cirunstancias del "proceso educativo" (¿no suena cuasi demoníaco hablar de "proceso" con Educativo?) que está sucediendo en estos mismos momentos con las tomas de algunos colegios?
Si uno escucha las conversaciones del común de la gente, puedes darte cuenta como se está gestando la información (mejor si se "escucha con una segunda lectura": hacia adonde apunta)
"cómo es posible que estén en contra de que los alumnos puedan trabajar para conocer su futuro"???
(ojo, es lo único que se puede escuchar, entre otras revindicaciones de los estudiantes, pero que quiero centrarme en ésto porque parece que sólo eso esta en boca de todos.)
El arte se asemeja muchísimo a la realidad, y a mí que me apasiona el cine siento que los estudiantes hacen un reclamo de su propio futuro, y está muy bien (casualmente politizarlo los harán mas hombres pensantes y como Ud bien dice, "la politica es un lugar seguro" (yo agregaría donde batallar, mientras exista la democracia).
No caer en los Tiempos Modernos de Chaplin, ajustando tornillos de manera alienante, o un The Wall (Alan Parker) una controvertidísima historia al que evidentemente quieren llegar (sin que la gente se dé cuenta... sic).
La perversión de las pasantías es supina, al punto que el estudiante debe estar agradecido (??????) el beneficio, este pensamiento es realmente perverso!
podría continuar, pero entiendo que es un buen tema para su blog, espero lo tenga en cuenta y pueda leer una idea (sólo pido éso! una Idea) de lo que los medios tratan de silencia (malversar, entre otros temas -o burradas- que nos tienen acostumbrados esas "sucias ratas amarillas" )
Aclárese, que lo de "amarillo" refiere algún cine bélico, así es que no se ofenda nadie, (además de pertenecer a esa raza), así es que me puedo hacer cargo de ésto. Lo de ratas... que cada uno se calce el sayo "si le cabe"
Un abrazo estimado Carlos
Ojalá tenga sus líneas sobre éste asunto
Bueno, el idioma no tiene la culpa de lo que las dictaduras hayan hecho con él, así que en este caso podemos absolver a la palabra "proceso" y a la expresión "proceso educativo", que es un término técnico con bastante antigüedad.
EliminarRespecto del resto, me parece que el tema merece desarrollo así que lo apunto, porque la cuestión de los formadores de opinión y la construcción de un sentido común es crucial en estos días. Abrazo.