Hamlet, Argentina 2019
Sería arduo averiguar el momento en
que se decidió incluir en la programación 2019 del Teatro San Martín la actual
versión de Hamlet, dirigida por Rubén Szuchmacher y protagonizada por Joaquín Furriel.
Más aventurado todavía resultaría
imaginar el caprichoso encadenamiento de hechos que hace converger esta representación
y la actualidad del país. El viernes pasado, al ir con Pato a ver la obra, ignorábamos
la explosión de resonancias que desenvuelve su trama, y que resulta casi una puesta
en escena del acontecer nacional.
Cuando en febrero de este año
estalló el D’Alessiogate, nadie podía
sospechar los vasos comunicantes que estaban empezando a urdirse entre la obra
de Shakespeare y la siniestra trama de espionaje mafioso entonces descubierta.
Morir, dormir; dormir, quizá soñar
A Hamlet, el espectro de su padre,
el rey, le revela que su muerte no fue natural sino un asesinato. Desde ese
momento, el joven príncipe debe llevar a cabo su conspiración para desenmascarar
al asesino en el ambiente opresivo de una corte que le es hostil.
El asesino de su padre es el tío de
Hamlet, Claudio, hermano del rey muerto, quien se ha casado con la reina viuda,
Gertrudis, madre de Hamlet, usurpando así, a un tiempo, el trono y el lecho
real.
Hamlet debe recurrir a argucias en
la imposibilidad de actuar abiertamente. A partir de entonces, el rey Claudio
desenvuelve toda una red de espionaje en torno suyo, que incluye escuchas, señuelos,
falsos amigos que tratan de sonsacarle información y acciones a sus espaldas
destinadas a quitarlo de en medio.
El ambiente en torno a Hamlet se
vuelve tan asfixiante que todo el tiempo queda expuesto a las asechanzas de la
traición. Sólo una astucia hipersensible le apercibe y lo sustrae cada vez de
caer en la trampa.
Los tiempos están desquiciados
El clima de época empieza a ser
llamativamente familiar para quienes cada día toman nota de un nuevo capítulo
de la investigación que lleva adelante el juez Ramos Padilla. Las asociaciones
no sólo son fáciles: se hacen inevitables. Y cuando Claudio llama a dos antiguos
y falaces amigos de Hamlet, Guilderstern y Rosencrantz, para montar un
operativo de inteligencia sobre él, las coincidencias desbordan. La homonimia
entre el personaje y el presidente de la Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz, difiere
sólo en una letra al escribirse, y en nada al pronunciarse.
Para colmo, cuando Claudio planea
la expatriación de Hamlet, Rosencrantz, un poco gratuitamente, parece enunciar
los fundamentos jurídicos de la misma:
“… la extinción de la Majestad no muere
sola, sino que, como un abismo, atrae consigo lo que está cerca: es una enorme
rueda fijada en la cima del más alto monte, a cuyos grandes radios se han unido
y ligado diez mil cosas menores, y cuando cae, la ruina estrepitosa aguarda a
todos los pequeños añadidos y diminutas dependencias. El Rey nunca suspira
solo, sino con un gemido universal”.
Una teoría del bien del Estado para
excusar los excesos del poder (el fin justifica los medios) que no se sabe del
todo a qué viene, ya que nadie se la pidió, y que refuerza hasta la sonrisa la
referencia obligada al alto jurisconsulto. De ahí en más, y en esa atmósfera
viciada de maquinaciones oprobiosas, alcahueterías obsecuentes e intenciones
asesinas disfrazadas de amor paternal, las figuras alegóricas surgen como
hongos según la imaginación se recree libremente en juegos de espejos multiplicadores.
Hay más cosas en el cielo y la tierra que cuantas se sueñan en nuestra filosofía
No es que deban seguirse como otra
cosa que no sea recortes lúdicos, a menos que quiera ensayarse una lectura
consistente que correspondería más al campo de la crítica literaria que a este
comentario. Pero los dos reyes, el padre de Hamlet y su hermano Claudio, personifican
dos figuras tan antagónicas como los dos proyectos de país que hoy representan
la alternativa nacional autonómica, encarnada por el arco opositor; y la
vertiente neoliberal, vaciada en el molde oficialista. En ese abordaje, la
reina madre sería la Nación y Hamlet, la resistencia popular.
O bien Hamlet podría ser Ramos Padilla.
O bien Claudio, para seguir la
pista onomástica, podría ser Claudio Bonadío, el vituperable sedicioso generador
de intrigas, y decir: “En las corrompidas
corrientes de este mundo, la dorada mano de la Culpa puede echar a un lado a la
Justicia, y a menudo se ve que el mismo premio de la maldad soborna a la Ley”.
Tiempo al tiempo, ya se verá qué tan dorada fue esa mano en el bolsillo del
magistrado.
También hay en la obra un Marcelo,
como D’Alessio. Y si bien es una figura positiva y mínima, asimismo es la
encargada de enunciar, desde su insignificancia, que “hay algo podrido en Dinamarca”, de la misma forma en que hay algo podrido
en Argentina, una vez desnudada la escandalosa maniobra que envenena, desde las
instancias de poder real, los aparatos político, judicial y de inteligencia del
Estado, y el dispositivo mediático de gestión público-privada.
Hamlet dirá “Dinamarca es una prisión”, de modo análogo a Argentina, en donde
los métodos y la intensidad represiva, así como el volumen y la discrecionalidad
de los encarcelamientos y las muertes convierten a la administración Macri en
lo más parecido a la dictadura del Proceso.
La apoteosis llega casi sobre el
desenlace de la obra, cuando Hamlet pronuncia: “Que haga lo que quiera el mismo Hércules: el gato maullará”.
Hasta en la caída de un gorrión hay una especial providencia
Recargar esta breve crónica de
citas de la obra la convertiría en un artefacto demasiado pesado. Pero se
invita a repasar el texto, que se convierte en una desenfrenada máquina disparadora de
sentidos, en donde el genio y la maestría del bardo inglés se
hacen evidentes en la vigencia y actualidad que toman cada uno de sus asertos.
O bien, aprovechar y disfrutar la destacable puesta en el teatro municipal. Hay
actualmente un pequeño receso, y las funciones se reanudan desde el 22 de este
mes de junio.
Nada podía parecer, en principio,
más inocuo políticamente que Shakespeare: por su carácter canónico y por la galvanización
de sus textos conforme pasa el tiempo, a lo largo del cual han sido
sometidos a una hermenéutica disecante. Pero al fin del día, nada resulta más
subversivo, por la actualidad de sus problemáticas y por su agudeza en la observación
de los procesos sociales y políticos.
Lo demás, lo hizo el azar. Que la
presente puesta de Hamlet se diera en este marco de descomposición política del gobierno responde a un ordenamiento
celeste que se nos escapa.
La justicia deviene por caminos
misteriosos, y ni siquiera ha empezado a dar sus primeros pasos. Pero Alá es
más sabio.
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