La izquierda argentina y el voto en blanco
Una vez más, el FIT ha adelantado su
recomendación de voto en blanco en una presunta segunda vuelta entre Alberto
Fernández y Macri.
El argumento de fondo sería que el
sistema de balotaje es una proscripción virtual de la auténtica voluntad
popular. Un razonamiento un poco traído de los pelos.
El balotaje fue adoptado por la
reforma constitucional de 1994. Antes había tenido una esporádica (y
cuestionable) incorporación al sistema electoral por la dictadura lanussista en
1972.
Con o sin balotaje, la izquierda
históricamente se mueve por debajo del 5% de los votos. La postura abstencionista en el balotaje parece insostenible sobre la base de un
análisis tan falaz como decir que ambas expresiones (Fernández y Macri)
entregarían el mismo resultado.
Cualquiera puede sospechar con
razón que tal aserto es forzado, poco riguroso o gratuito, pero también que
hacer historia contrafáctica es un ejercicio onanista; con lo cual, en última
instancia, todo queda en el terreno de las afirmaciones incomprobables. O sea,
en el terreno metafísico.
En cualquier caso, gozar del
beneficio de lo hipotético es pedalear en una bicicleta fija: no lleva a ningún lado. La alternativa
contraria es igualmente admisible, con lo cual sólo se convence al que ya es partícipe de la creencia. Y a los creyentes, precisamente, es a los que
no hace falta convencer.
Zona de confort
Se denomina crisis de crecimiento a los cambios en el desarrollo que generan un
momento disruptivo respecto a la situación de equilibrio anterior, y al
tránsito hasta alcanzar una nueva situación de equilibrio. La izquierda
vernácula padece lo que vendría a ser una crisis
de crecimiento al revés, en la que las alarmas están dadas no por los
síntomas de disrupción, sino por su ausencia.
Para todo ciudadano con algo de
memoria resulta evidente que la izquierda argentina está sumida, desde hace
muchos años, en esta profunda crisis que le impide trascenderse y crecer. Elige
encerrarse en un núcleo duro e intransigente e ir sumando pacientemente, de a
uno. El problema parece ser que por cada entusiasta que incorporan, hay un
desilusionado que se aleja. Es una cuenta de suma cero.
Encapsularse es una garantía para
no crecer. Y no experimentar crisis de
crecimiento es insalubre para un animal, humano, partido, organización o
sociedad.
La psicología ha difundido el concepto de zona de confort, en la que, para evitar el miedo y la ansiedad que generan
situaciones desconocidas, una persona se refugia en rutinas vacías, que la
ponen a salvo de asumir riesgos. En ese espacio endógeno parecen adocenarse
cómodamente algunos puristas de la izquierda, partidarios de una esencia
incontaminada que los relega a la intrascendencia, a no mover el amperímetro, con
la excusa de justificarse como conjeturales revolucionarios.
Esto de poner todo en blanco y
negro quizá tranquilice conciencias y apacigüe inseguridades pero es una caprichosa
autocondena al ostracismo político.
La inseguridad radica en el miedo y
la ansiedad de diluirse, de corromperse, de contaminarse en el conjunto. En no
entender o no aceptar que en la unión o el apoyo a la tendencia menos
reaccionaria (para conceder ese encuadramiento ideológico) está la mayor
potencialidad de crecimiento del espacio propio.
La vida real, la de todos los días,
no plantea opciones entre blancos y negros. Todo el tiempo estamos decidiendo a
partir de un abanico cromático mucho más amplio.
La verdulería de la vuelta de casa
tiene manzanas a setenta, a cuarenta y cinco y a treinta y cinco pesos. En
general no tiene mala mercadería, así que las de treinta y cinco son ricas,
pero muy chiquitas. Las de cuarenta y cinco mejoran un poco y las de setenta
lucen de exportación, pero resultan caras. El que no puede comprar las de
setenta, suele optar entre las de treinta y cinco y las de cuarenta y cinco. No
se queda sin comer manzanas.
Cuando un trabajador busca trabajo,
toma el que encuentra. No se fija si el salario y las condiciones de trabajo
son lo expectable para no sentirse explotado. Toma lo que hay, no puede darse
el lujo de elegir. Después, una vez adentro, verá en qué medida puede mejorar
su situación. Eso dependerá de sus convicciones y de su accionar, pero también de
los de sus compañeros. Sólo no se puede hacer nada. Todo depende del conjunto.
Proscripción virtual vs. Proscripción real
Volviendo al fundamento endeble de
la “proscripción virtual” que entrañaría el balotaje, traigo aquí la situación
que se planteó en los años 1957 y 1958, y un texto producido en aquel momento
que me releva de más palabras.
En aquel momento, el peronismo
sufría una proscripción que no tenía nada de virtual. Scalabrini Ortiz y
Jauretche abogaron entonces por un voto afirmativo, en contra de una tendencia
que apoyaba la postura del voto en blanco. Scalabrini y Jauretche siempre
tuvieron claro que el enemigo era el régimen de la fusiladora y el conjunto de
intereses foráneos asociados, que venían a beneficiarse del remate en ciernes
de todo el patrimonio nacional. Plantearon que el voto en blanco les resultaba
funcional a esos intereses y que había que votar al menos peor, al que más
molestara u obstaculizara su accionar, en un momento de retroceso de las
mayorías populares.
El texto es un breve fragmento de
una nota de Jauretche publicada en la revista Qué en enero de 1958.
Los dejo con don Arturo y hago mi mutis por el
foro:
“Si los nuestros quieren hacer harakiri, que lo hagan; pero yo cumplo
con el deber de advertirles que este es un problema social histórico en que se
decide la suerte de una sociedad entera, de nuestros productores, obreros o
patrones, de nuestros hermanos, de nuestros hijos; que las consecuencias no son
individuales, propias de dirigentes obreros o políticos, sino colectivas, de
destino nacional, de total gravedad; que no se trata de un problema puramente
político ni gremial. Por eso no he propuesto ninguna solución política, ninguna
clase de cálculo o transacción, ninguna tramoya de colegio electoral, ninguna
componenda de votos. La cosa es simple y sencilla: es preferible ser el
instrumento del triunfo de alguien que represente una resistencia a éstos, a
ser el instrumento de quien represente su consolidación. Quien nos utilice como
instrumento será también un instrumento de nuestra lucha para impedir la caída
vertical del país; sólo con el país en ascenso se producirá el ascenso del
pueblo hacia sus objetivos. Y a los que tienen miedo de ser absorbidos debo
advertirles desde ya que la absorción y desintegración serán el producto de la
miseria colectiva y de desesperanza, nunca de la consolidación de los factores
sociales e históricos que nos dieron nacimiento como fuerza política”.
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