Las ideologías que vos matáis...

Se puede comprobar con facilidad, y pareciera un dato de color, que en las actuales circunstancias políticas no existen conflictos generacionales. Las proverbiales oposiciones de la segunda mitad del siglo XX (padre conservador/hijo comunista; extendido a los paradigmas radical/peronista, liberal/socialista, etc.) parecen haberse licuado en el presente. Uno puede ver, en los monumentales carteles de Cambiemos, a jóvenes, adultos y ancianos en alegre convivencia. Y no es sólo publicidad: en la realidad pasa lo mismo.
Del otro lado del mostrador, verificamos algo similar: en general, se da una identidad entre generaciones del llamado “campo progresista”. Con las excepciones de siempre, se observa que una barrera social tradicional ha caído, y en buena hora.
Lo mismo podríamos decir acerca de la transversalidad de clase de ambas vertientes. Los confederados de Cambiemos presentan una organización de bloque más compacta que la oposición, atomizada y en busca de la piedra de toque que la convierta en fuerza desequilibrante. Pero tanto unos como otros registran y colectan adeptos en todas las clases sociales, sin distinción. Ya no pareciera darse el viejo apotegma de pertenencia política según pertenencia de clase.
Los colores partidarios se adoptan sin otro condicionamiento que la propia elección política, ética y humana. Puede haber clientelismos todavía, de uno y otro lado, en alguna medida, pero la buena noticia es que no existen limitantes sociales. La definición viene dada exclusivamente por una identificación ideológica.

EL CUENTO DEL FIN DEL CUENTO

Y es una buena noticia porque durante muchos años escuchamos la tontera de la muerte de las ideologías. Recordemos que a principios de los noventa fue Fukuyama quien tuvo la liviana idea del Fin de la Historia: el muro de Berlín había caído, la Unión Soviética había exhalado el último suspiro y el combo constituía una excelente oportunidad para alguien ansioso por hacerse un lugar en el Parnaso catedrático. Era una pavada sin pies ni cabeza: más o menos, las ideologías habían muerto con el triunfo definitivo del bien sobre el mal, de la democracia sobre el totalitarismo, etc.
(Don Francis Fukuyama es estadounidense. Y muchos estadounidenses tienen cierta dificultad para comprender que la democracia liberal es sólo una de las muchas formas diferentes que puede adoptar un sistema plástico y perfectible. Pero para ellos, no: la democracia es como la de ellos o nada. Representativa, oligárquica –o sea, de pocos miembros decidiendo por muchos– y con Colegio Electoral, una reliquia extemporánea que hoy le permite a Trump ser presidente con menos votos que su oponente, burlando la voluntad mayoritaria).
Con el fin del mundo soviético, todo había quedado en manos del libre mercado. La sustitución de la política por la economía llevaba directo al pensamiento único. Fukuyama intentó darle soporte teórico a un hipotético e improbable fin de la discusión. La cantidad de falacias engarzadas llevaba a un diagnóstico ficcional totalmente alejado de la realidad. Como expresión de deseos, era meritorio; y como estrategia propagandística, más todavía: Goebbels hubiera aplaudido. Sin embargo, el argumento se terminó de derrumbar en 2001, junto con las Torres Gemelas.
No obstante, el pensamiento de Fukuyama fue vulgarizado ad nauseam. Acá, en Argentina, tuvimos que fumarnos durante décadas a insignes pseudocráneos repitiendo como loros las versiones más reduccionistas de las tesis del nuevo gurú: “Hablar de derechas e izquierdas es una antigüedad”, decían arrogantes, ante un coro de obtusos que los escuchaba con la mandíbula colgando, entre los que se hallaba nuestro actual presidente, y que luego se convertirían en nuevos loros multiplicadores. Y mientras estas consignas simplistas eran propaladas con bombos y platillos por televisión, radios y periódicos de gran tirada, la refutación quedaba restringida a ámbitos académicos, de casi nula repercusión.
Sin embargo, así estamos ahora. ¡Hola! ¡Teléfono para los exégetas de Fukuyama! La sociedad se divide entre los que piensan el futuro de una manera y los que lo imaginan de otra. Entre los que lo avizoran como un trampolín individual, a lo sumo familiar; y los que sueñan con la exaltación de lo colectivo, con riquezas mejor repartidas. Sin la excusa de los enfrentamientos generacionales. Sin divisiones por clases sociales. Es el triunfo de la política, a la que cascotearon todo lo que pudieron, a fin de que el votante se desentendiera de los grandes temas y los dejara en manos de los gerenciadores. Es el renacimiento de las ideologías. Celebrémoslo.
Todos queremos un futuro mejor, pero, ¿qué es un futuro mejor?
Algunos piensan que exclusivamente el esfuerzo personal, el talento, la perseverancia y, eventualmente, alguna concesión ética, los llevarán por la autopista del ascenso socioeconómico. Nadie, en realidad, cree en la teoría del derrame; nadie piensa quedarse esperando a que le llegue la abundancia escurriendo por las laderas de la pirámide social. Ni siquiera sus más acérrimos defensores. Todos saben que es hasta físicamente imposible que una minoría que año tras año se concentra más y retiene una porción creciente de riqueza, pueda derramar lo que precisa una mayoría cada año más y más extendida y necesitada. No hay forma; ni aunque quisieran, supuesto que ya es muy objetable. Cualquiera con una noción apenas vaga de logística y un conocimiento elemental sobre el funcionamiento del sistema sabe que la sola idea es absurda.
Otros creen en las soluciones colectivas. Seguramente, no las que preveía Marx hace ciento setenta años, ni las de Lenin o Mao; ni siquiera las de Fidel Castro. Lo que permanece es el convencimiento de que se puede construir otro mundo, más igualitario, más respetuoso de lo otro, llámese prójimo, alteridades, comunidades, medio ambiente, naturaleza o todo eso junto. Un mundo en el que desterremos definitivamente el mito del crecimiento. Para hacerlo más ameno (y claro), les paso cuatro minutos con la antropóloga española Yayo Herrero, sin perjuicio de aclararles que es un extracto, y que es muy recomendable ver la entrevista entera. Dura lo que una película de Netflix, y es mucho más enriquecedor para entender en qué mundo estamos. Así que, si pueden, en cualquier momento que se hagan, véanla completa en el enlace que les dejo aquí.



FUKUYAMA RELOADED

Curiosamente, Fukuyama ha vuelto al tapete cuando visitó nuestro país a principios de junio de 2017. Puede leerse en diarios de esa fecha: allí anunció pomposamente que “las inversiones no llegarán porque Argentina no tiene credibilidad”. Chocolate por la noticia, Francis; ¿tanto doctorado, tanto posgrado, tanto honoris causa, tanto senior fellow para semejante perogrullada? Lo sabemos todos los argentinos, Francis.
Fukuyama aclara a continuación que Argentina no tiene credibilidad “porque ha alternado bruscamente entre políticas neoliberales y populistas”. Una vez más: gracias por el interés, lo que vale es la intención, pero no aporta nada. Eso también lo sabemos.
Desde el fondo de nuestra historia dos modelos de país se contraponen y no han encontrado nunca, todavía, una síntesis posible. Quizá no exista. Anotemos: morenistas y saavedristas, federales y unitarios, rosistas y antirrosistas, Confederación Argentina y Estado de Buenos Aires, caudillos y mitristas, Martín Fierro y Segundo Sombra, Unión Cívica y Generación del 80, radicales y conservadores, peronistas y radicales, progresismo y neoliberalismo. Y ahora se agregan, cuando nunca debieron haber dejado de ser visibles, mapuches, qoms, kollas, wichis, tobas y mocovíes, a reclamar lo que les corresponde. Desde siempre, el país dual: o el empecinamiento en un modelo propio, o la obsecuencia del ajuste a las imposiciones externas. El orgullo o la vergüenza de ser. Liberarse o someterse, aún parcialmente, en ambos casos.
No sabemos si llegaremos a los “mayores consensos” que recomienda Fukuyama. Somos un país complejo. Los acomodaticios quieren una rendición incondicional, los rebeldes no se van a resignar a entregar alegremente sus derechos. En todo caso, tomemos conciencia de que estamos viviendo un momento luminoso, de fuerte discusión ideológica que, paradójicamente, no se da más que con cuentagotas en los principales referentes de los partidos políticos y sí en el seno de la sociedad. No es fácil conversar, y escuchar al otro no es nuestra virtud. Pero así y todo, es un tiempo rico, porque la Historia está más vigente que nunca, y es lo mejor que podría pasar, por aquello de que los que no recuerdan el pasado están obligados a repetirlo, cosa que no nos conviene en absoluto. Y porque la política está en el centro de la escena.
Las ideologías que vos matáis, Fukuyama, gozan de buena salud. Por lo menos aquí.

Comentarios

  1. Es muy triste comprobar la buena salud de algunas ideologías, que paradójicamente nos "iguala" .
    Don Francis (el agorero fracasado), imparte ideologías de "fin de la historia" aunque por suerte hay gente que no sólo ve "dibujitos en las letras".
    El tiempo, la resistencia, el conocimiento y la difusión son las armas mas factibles ante una ponencia que trata de vendernos una construcción "edénica", donde todas las culturas "son lo mismo".
    Me viene a la memoria mientras escribo estas líneas una novela de Civallero Edgardo sobre una América descubriendo una Europa.

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  2. fe de erratas: donde puse: "Es muy triste comprobar la buena salud de algunas ideologías" debí escribir PONENCIAS en lugar de "ideologías". Entre nos, aunque se entiende el fin último de lo que quiere decir el individuo este, no está a la altura, y creo que merece la corrección.

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