La corrupción, con k, con m o con la letra que fuere
A raíz de la
última publicación en este blog (ver La tragedia kirchnerista en cinco actos) algunas personas comentaron la
ausencia de referencia, en la nota, a los casos de corrupción.
La exclusión
de ese tema no fue ingenua, dado que la corrupción no es una categoría válida
para el análisis propuesto. No aporta demasiado a la evaluación de un proyecto
político, económico y social; más bien funciona (y es utilizado proficuamente)
como un distractivo de los problemas centrales.
La corrupción
es factible –casi inherente– en cualquier esquema de poder, verificable todo a
lo ancho y a lo largo del mundo y la historia de la civilización. No es, como
se cree, un atributo característico de nuestro país. Tampoco de Latinoamérica,
o del mundo en vías de desarrollo. Ni siquiera se limita a los países europeos
meridionales que nos proveyeron de una inmigración inadecuada, según el sentir
sarmientino: no sólo la España en donde hasta reyes y príncipes afilan las uñas
o la Italia de proverbiales aprovechadores, avivatos y mafiosos (con Berlusconi
a la cabeza) están salpicadas de mugre. Corrupción hay en todas partes.
Aquí van
algunos casos para comprobar que no todo lo que reluce es desarrollado. Se
citan fuentes de cada país, o sea que no se trata de inventos ni de Clarín ni
de Página 12. La lista es fatigosa y, si a estas alturas el argumento fue
convincente, se puede prescindir de ella:
-
En Francia, en los últimos años, ha afectado
tanto a candidatos de izquierda como de derecha, desde presidentes y primeros
ministros hasta funcionarios de cualquier rango y escalafón, involucrando
nombres tan rutilantes como Jacques Chirac y Nicolás Sarkozy. Uno de los
últimos episodios, el de Penelope Fillon, esposa del candidato conservador,
puso de manifiesto que no sólo la corrupción sino las escuchas, filtraciones y
operaciones son moneda corriente también en el resto del planeta, al igual que en Argentina (ver http://www.lemonde.fr/election-presidentielle-2017/article/2017/04/06/francois-fillon-sur-les-affaires-cette-operation-a-ete-montee-je-le-prouverai_5106727_4854003.html).
- En la industriosa Alemania, los grandes holdings
se vieron obligados a diseñar severas políticas sobre prácticas incompatibles
con el correcto desempeño o sobre conflictos de intereses, dado que en 2014 la
Policía Criminal detectó delitos de corrupción en el orden de los 20.300 casos. Se sabe que los detectados son siempre una proporción del total (ver https://www.zdf.de/dokumentation/zdfzeit/korruption-100.html).
- El atildado Reino Unido sufre regularmente
escándalos por corrupción (ver http://www.independent.co.uk/news/uk/crime/scandal-just-how-corrupt-is-britain-8610095.html).
Incluso fue definido por un periodista especializado nada menos que en el
estudio de la Mafia como “el país más corrupto del planeta” (ver http://www.independent.co.uk/news/uk/home-news/roberto-saviano-britain-corrupt-mafia-hay-festival-a7054851.html).
- Estados Unidos se apunta con generosidad. Para
no abundar, cito sólo uno de los últimos procesos (ver https://www.washingtonpost.com/apps/g/page/local/timeline-the-mcdonnell-corruption-trial/1225/).
- Organismos multilaterales de crédito como el FMI no son la
excepción. El sonado affaire de Christine Lagarde fue acaso el más impactante caso denunciado (ver http://www.lefigaro.fr/actualite-france/2016/12/19/01016-20161219ARTFIG00147-affaire-tapie-christine-lagarde-declaree-coupable-mais-dispensee-de-peine.php).
Por supuesto,
la casuística no hace a la corrupción disculpable, ni mucho menos aceptable,
pero sirve para reflexionar desde afuera acerca de la incidencia o falta de
incidencia que tiene a la hora del análisis.
A nadie se le
ocurre examinar las políticas implementadas en esos países a través del prisma
de estos incidentes, que quedan dentro de la esfera de la responsabilidad
individual y que en todo caso ayudan a retratar la ética o la calidad humana de
tal o cual persona, partido, etc.; y no para calificar o descalificar un
proceso político. En el último caso citado, el de Christine Lagarde, inclusive,
el FMI le ha refirmado su confianza aún después de haber sido condenada en su
país.
La corrupción
sí es relevante para el análisis en aquellos casos en los que el Estado es el
corruptor y no el corrompido, ya que allí el cohecho es condición necesaria
para la imposición de una política determinada. La Banelco de Flamarique, por
ejemplo, era imprescindible para sacar aquella otra (y van…) ley de reforma
laboral. De modo similar, el paquete privatizador del menemismo era imposible
de no existir una plataforma de sobornos aportada por las empresas licitantes y
cogestionada desde las más altas instancias del Ejecutivo por los Dromi Boys. La reforma estructural del
Estado no hubiera podido concretarse de no mediar esos hechos de corrupción.
Corrupción, ese comodín para cualquier uso
Por otro
lado, la corrupción no es un tema tratado con demasiado rigor y sí con mucha
liviandad en nuestro país. Y a partir de su uso como arma de ataque político,
más todavía.
La corrupción
es una moneda de dos caras que representan la culpabilidad compartida del
corruptor y el corrompido. La figura de corrupto
les cabe a ambos como partícipes necesarios del mismo delito. No puede existir
uno sin el otro.
Existe un
doble estándar perverso en la valoración del fenómeno, ya que si al sector
público se le exige cada vez mayor transparencia, el sector privado goza, bajo
el pretexto de proteger la competencia y la privacidad, de una opacidad cuanto
menos turbia. La legislación está saturada de figuras jurídicas que corren
velos ocultatorios: los secretos bancario y fiscal y otras reglas de anonimato,
formales e informales, garantizan impunidad en beneficio de los poderes
fácticos [1].
Tomemos el
caso más emblemático de los conocidos recientemente, el de los bolsos voladores
de José López. En las fotografías difundidas de los efectos secuestrados se
puede ver claramente que la mayor parte del dinero se encuentra en fajos termosellados,
de los que puede inferirse una procedencia bancaria:

Sin embargo,
ni los medios especializados ni el Poder Judicial, hasta el momento,
evidenciaron el menor interés en investigar el origen de esos fondos de
presumiblemente fácil trazabilidad.
El dato no es
menor, ya que el hecho se produjo en junio de 2016, cuando la gestión de la que
fue funcionario López había terminado hacía más de seis meses.
Que López es
un trucho y un chorizo parece fuera de toda duda, y el hecho de que haya
formado parte del gobierno durante doce años es sobradamente inquietante. De
cualquier modo, para salir del terreno de los supuestos y entrar en el de las
comprobaciones, que es el que realmente cuenta, hay que profundizar detalles acerca
de quién, cuándo, cómo y por qué se hizo entrega del desinteresado presente.
Dadas las características apuntadas la pesquisa pareciera simplificarse; no
obstante, los avances en este sentido, hasta el momento, son nulos.
Y es grave,
ya que a pesar de todos los indicios, sin esos datos no hay casi nada.
El árbol y el bosque
Por otro
lado, reducir la política a expresiones personales es la mejor forma de evitar
la comprensión de proyectos y procesos. Si todo se limita a las características
individuales de funcionarios y candidatos no hay ideología, ni construcción de
pensamiento, ni identidad colectiva.
Los grandes medios de comunicación, a los cuales
debería llamárselos de una manera definitivamente más apropiada medios formadores de opinión, que es en
suma su propósito último, trabajan de manera sistemática sobre el descrédito de
la política como tal. Detentan la cucarda de árbitros de la sociedad, una
autoatribución sin mayores fundamentos en tanto son apenas portavoces de las
intenciones de los poderes fácticos: corporaciones, grandes empresas,
latifundistas. La autoridad que sea elegida por el voto popular deberá negociar
con ellos, que no son elegidos pero son permanentes. Por eso están siempre
interesados en socavar la base de sustentación de todo político, que es su
capital de votantes, para conseguir mejores condiciones de negociación. No es
cierto que los grandes medios sólo estén en contra de proyectos populares.
Están en contra de todo el edificio político partidario. Para ellos, la
democracia sólo sirve con interlocutores ajustados, y a los interlocutores se
los ajusta condicionándolos, sean del color político que fueren.
El paso más
elemental para los grandes medios, entonces, es acotar la política a la
enunciación personal, y preferentemente a sus peores pasiones. Todo se limita
al capricho, la ambición, la disputa por espacios, el rencor, la mezquindad,
etc. El objetivo es instalar en la audiencia la idea de que la política apesta y todos los políticos
carecen de integridad. Y el camino más directo e impactante es multiplicar
las acusaciones de corrupción. Adicionalmente, es la forma más efectiva de
distraer de cuestiones estructurales, como ser el modelo productivo y
distributivo de país.
Es necesario
evitar el circo beat malaonda de los medios, para concentrarse y hacer foco en cuestiones
medulares antes que en intérpretes circunstanciales. Muchos dirigentes del
oficialismo macrista han caracterizado a la gestión anterior como una banda de delincuentes. Lo curioso es que
a la inversa se utiliza la misma calificación. Si todos somos delincuentes, de un lado y del otro, no estamos leyendo
correctamente la situación y encima le hacemos el caldo gordo a los intereses
corporativos que, a través de sus medios masivos, refirman todo el tiempo el
mismo mensaje: todos chorros, todos ladrones, todos corruptos.
Limitar los
argumentos políticos a acusaciones sobre la honestidad empobrece la discusión. Los
funcionarios del gobierno de Macri, por ejemplo. CEOs de grandes compañías,
acostumbrados como directivos a negociar a niveles ministeriales beneficios
para las empresas que representaban, ahora pasaron al otro lado del mostrador.
¿Cómo pueden concebir al Estado? Del mismo modo que antes, y con las mismas
convicciones. Encima, en un ecosistema mundial en donde los activos financieros
y no la producción son el recurso clave. ¿Y quiénes pagan las rentas
extraordinarias del sistema financiero mundial, que no crea ningún valor? Los
Estados, claramente. Con mayor exactitud, los contribuyentes de esos Estados,
que sufrirán la acción extractiva por cualquiera de los mecanismos compulsivos
habituales: impuestos, ajustes o inflación. La eficiencia, la eliminación de
déficits o la reducción de costos apuntan no a un mayor bienestar colectivo,
sino a generar un margen creciente de rendimientos a la red financiera, esa
estructura cerrada e hiperconcentrada que se constituye en un ultrapoder supranacional
con más recursos que muchos países. Si esta es la visión del mundo que han
naturalizado las personas que están en el gobierno, ¿cómo podrían considerar
conductas potencialmente delictuales la manipulación de blanqueos, la elevación
artificial de las tasas de interés, el endeudamiento de la nación en beneficio
de particulares o el mantenimiento de cuentas en paraísos fiscales?
Pero además,
tanto el macrismo como el kirchnerismo saben que el poder político necesita
respaldos de capital. La acumulación en los sectores que apoyan gobiernos
liberal-conservadores es un hecho comprobable con sólo recorrer la historia; en
los que apoyan gobiernos desarrollista-progresistas, un proyecto a construir o
robustecer mediante transferencias de recursos, a veces transparentes y a veces
espurias, pero siempre necesarias y justificables dentro de la visión macro de
la economía y del país. Y siempre, también, más o menos forzadas, ya que quienes
detentan las grandes fortunas nacionales resistirán con uñas y dientes lo que
se considerará, según el cristal con que se mire, un despojo confiscatorio o un fortalecimiento
del capital nacional.
Como suele
suceder, los intentos de un capital nacional
y popular ensayados a lo largo de la historia fueron cooptados en el
mediano y largo plazo por los sectores más retardatarios frentes a los cuales representaban
un elemento dinamizador. Una vez aprovechados los incentivos promocionales y
los subsidios estatales, y consolidado su protagonismo en la economía nacional,
migraron de vereda para integrarse en el establishment
extorsivo que pretende imponer la contundencia de su peso a la voluntad del
gobierno de turno [2]. La
CGE en el primer peronismo, los Capitanes de la Industria con Alfonsín, el
Grupo de los 8, el Grupo Productivo fueron expresiones efímeras y oportunistas
en las cuales distintos gobiernos buscaron en vano apoyos firmes. Más desconfiado
y escarmentado, el kirchnerismo buscó sus propios intérpretes incondicionales,
antes que descansar en los desleales armados corporativos.
El poder
político necesita para consolidarse factores de riqueza a los que recurrir.
Para hacer política hace falta dinero. Y no para llevar gente a actos públicos
o montar espectacularidades populistas. La riqueza es necesaria para orientar
la actividad económica en campos que se consideran estratégicos dentro del
proyecto de país, para contar con un poder de inversión en oportunidades o
coyunturas sensibles, para establecer concertaciones de control de la inflación
y de negociación con el sector trabajador, para lograr una cierta autonomía en
las decisiones que permita a la fuerza política en el gobierno no convertirse
en títere del poder concentrado.
Sería importante
asumir este imperativo y las distintas manifestaciones que tendrá según quien
lo interprete, para poder realizar un análisis político maduro y de largo
alcance, en lugar de caer en el facilismo reduccionista de empezar a tirarse
acusaciones de corrupción recíprocamente por la cabeza. Al final, más allá de
las alternativas del día a día, y de si tal o cual funcionario, candidato o
dirigente nos cae potable o indigerible, lo que cuenta es a qué modelo de país
nos lleva la administración de turno, y si estamos o no de acuerdo con ella; o
mejor todavía, si es el país que deseamos para nuestros hijos y nuestros
nietos.
[1]
Ver SANDOVAL BALLESTEROS, Irma E., “Enfoque de la corrupción estructural: poder,
impunidad y voz ciudadana”, en Revista Mexicana de Sociología, vol. 78, no. 1,
México, ene/mar 2016. (Versión digital: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25032016000100119)
[2] VIGUERA,
Aníbal, La trama política de la apertura
económica en la Argentina (1987-1996), Ediciones al Margen, Colección
Universitaria, 2000, La Plata.
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