Macri, el lawfare y el síndrome del contrabando
“El primitivo
Buenos Aires”, de Héctor Adolfo Cordero, es un libro apasionante porque retrata
a la ciudad en sus primeros 30 años, entre 1580 y 1610, cuando era apenas una
aldea de chozas de no más de trescientas o cuatrocientas personas. Podemos
leer:
“Al recorrer las páginas de los primeros
tomos de los acuerdos del Cabildo se puede comprobar cómo la violencia y el
fraude se supieron poner en práctica en las elecciones de sus miembros. Más de
una vez el lugarteniente y justicia mayor, especialmente en la época que nos
ocupa, procedió arbitrariamente para lograr los fines perseguidos: en ocasiones
fraguaron acusaciones criminales contra algunos de los candidatos para que no
pudieran ser votados. Interesaba que determinados hombres ocuparan los escaños
del cuerpo capitular para poder efectuar sus negocios el grupo vinculado al
tráfico clandestino o presuntamente legal.”
¿Alguna
resonancia o similitud con nuestra época? “…
fraguaron acusaciones criminales
contra algunos de los candidatos para que no pudieran ser votados”, y así
ubicar en posiciones de poder a “determinados
hombres” para poder “efectuar sus negocios el grupo vinculado al tráfico clandestino”.
Y estamos
hablando de los primeros años de vida de Buenos Aires. No de la mitad inicial de
sus más de cuatro siglos de vida, ni siquiera de sus primeros cien años (en los
que ni siquiera existía el Virreinato del Rio de la Plata), sino de prácticas
que ya se verificaban en los primeros diez o veinte.
Casi con el
surgimiento del poblado, documentado en sus libros oficiales, aparece la
maniobra de utilizar a la justicia como una herramienta para usurpar el poder.
La banda delictiva conocida popularmente entonces como los confederados, tal como los motejaba Hernandarias, no era otra
cosa que lo que hoy calificaríamos de asociación
ilícita, dedicada al contrabando y el comercio ilegal, y enquistada en los
resortes del gobierno mediante el poder económico y el accionar mafioso.
Resumiendo:
un grupo inescrupuloso, poseedor de una riqueza que era producto de negocios
ilegales, fragua acusaciones y manipula a los jueces para invalidar el acceso a
cargos fiscales de quienes pudieran cuestionar sus trapisondas.
¿Cuáles eran
las operaciones ilegales? Básicamente, el contrabando. Algo por lo que también
fue acusado y procesado Mauricio Macri y, con los enjuagues consiguientes,
luego sobreseído en distintos pasos de minué de avinagrada memoria.
La madre de todas las matufias
Para un repaso
rápido: Sevel Argentina exportaba autopartes a Sevel Uruguay, cobrando el
correspondiente reembolso por exportaciones. Sevel Uruguay ensamblaba los autos
con esas piezas y Sevel Argentina los importaba, beneficiándose nuevamente,
esta vez con el arancel diferencial del 2% y con el sistema de importación
compensada para el régimen automotor. ¿En moneda? Una defraudación al fisco de
14.000.000 de pesos, sólo en 1993. O sea, catorce
palos verdes en un año, en función de la convertibilidad. La práctica pudo
haberse mantenido hasta 1995.
¿Cuáles
fueron las intrigas palaciegas para conseguir la absolución? El procesamiento
en primera instancia fue confirmado por la Cámara en lo Penal Económico (en https://www.clarin.com/economia/confirman-procesamiento-macri-presunto-contrabando_0_ry0ed5txRFx.html).
Y todo parecía encaminado a al juicio oral y público, cuando se metió la Cámara
de Casación y entendió que no había delito, por lo cual sobreseyó a los acusados.
Ya estábamos en 2001. El fiscal no tuvo más remedio que apelar ante la Corte
Suprema (en http://www.lanacion.com.ar/396595-la-causa-por-contrabando-que-involucra-a-los-macri-llego-a-la-corte),
que los exculpó definitivamente al año siguiente, con los votos favorables de
la mayoría automática menemista (en https://ar.vlex.com/vid/-40094885).
Los incondicionales ni siquiera se
molestaron en fundamentar su fallo, lo que a la larga terminó costándoles el
puesto por juicio político, en 2004.
Y hay todo un
entramado adicional. Porque la Aduana, apenas tres días después de haber pedido
medidas ampliatorias, se retiró como parte querellante. O sea, desistió de
reclamar el enorme capital que se le adeudaba. Raro, ¿no? Parece ser que Sevel ya
había sido convenientemente vendida a Peugeot, y Peugeot habría apretado a Machinea, ministro de Economía de De La Rúa, para no tener que hacerse cargo de la deuda (en https://www.pagina12.com.ar/2000/00-11/00-11-17/pag10.htm). Machinea, en vísperas de anunciar el blindaje financiero con el que se planeaba inaugurar el exitosísimo año 2001, habría considerado más prudente indicar al jefe de la Aduana un discreto mutis por el foro.
Tomala vos,
dámela a mí, yo señor, sí señor, no señor, pues entonces quién la tiene. Nadie.
Mejor archivemos el asunto. Total, ¿quién se perjudica? El Estado argentino,
que somos un poco todos. O sea, los hospitales sin insumos, los pibes
desnutridos en Tucumán, las escuelas del Estado o los inundados sin obras de
infraestructura. En fin, una pena: quedará para otra vez. Como siempre.
O sea que la
saga comienza en tiempos menemistas (siempre existe la posibilidad de una
tuerca suelta en el engranaje, en este caso Carlos Tacchi al frente de Los Intocables de la DGI, a quien los
memoriosos recordarán por su compromiso de “hacer mierda a los evasores”).
Bien: el loco de Tacchi se corta solo y abre la caja de Pandora. Así que la
historia luego discurre en negociaciones sucesivas para tapar el escándalo,
primero con Cavallo, luego con el gobierno de la Alianza y finalmente, en
épocas de Duhalde, y sacrificando un poco la elegancia, con la Corte de la
infamia menemista. Hoy, claro, hay acuerdo general ya que, de todas esas
administraciones, Cambiemos ha ido rescatando
complicidades y, quien más, quien menos, todos tienen algún muerto por el
estilo en el placard. Lo que se dice comunidad
de intereses.
Yo no fui
¿Y cuál fue
la reflexión de Mauricio Macri sobre su responsabilidad?: “Lo único que hice fue seguir los pasos que
me dijo la Aduana. Si alguien fija las reglas y las cumplís, no veo por qué
estoy involucrado" (en http://www.lanacion.com.ar/1264670-sospechas-y-absoluciones-en-la-historia-de-macri-ante-la-justicia).
Dos cosas a considerar. Primero, el recurso habitual de echarle la culpa a
otro. Segundo, la amoralidad de aprovecharse de agujeros legales. Es lo mismo
que tomarle la leche al gato, para ponerlo en términos maradonianos: nadie va a
ir preso por eso, porque la ley no lo pena, pero hay que tener muy mala entraña
para hacerlo a conciencia y sentirse tan tranquilo.
No debería extrañar, de cualquier modo, ya
que es el mismo razonamiento empleado con los Panamá papers: Macri dice que se trató de una operación legal (en https://www.losandes.com.ar/article/macri-se-defiende-es-una-operacion-legal).
Y se hace el santo. Por la misma razón tuvieron que renunciar el primer
ministro de Islandia, el cónsul de Panamá en Alemania, el inspector general de
justicia de Armenia, el ministro de industria de España, el ministro de salud y
energía de Malta, y aquí nomás, en Chile, el presidente de la ONG Transparencia Chile. ¿Por qué será? ¿Serían
más culpables? ¿Se habrían sentido avergonzados o les remordería la conciencia, eventualidades inimaginables en el mandatario argento?
Sin entrar en el detalle de cada caso, y aún
considerando que en otros países las regulaciones pueden ser más exigentes, no
siempre se trató de incompatibilidades legales sino éticas, y de la condena
pública consiguiente, y del descrédito político resultante.
No se trata sólo de cumplir con la ley:
también es una cuestión de honestidad. ¿Para qué se emplea dinero y recursos en
abrir una cuenta o una empresa en un Estado extranjero a miles de kilómetros, si
no es para aprovecharse de una legislación laxa, que permite lavar dinero o, en
su defecto, no tributar lo que correspondería en el país propio, o en el que se
piensa desenvolver la actividad?
La originalidad del lawfare
Para escudarse en aquello de que lo que la ley no prohíbe está permitido,
a sabiendas de la defraudación que se provoca al erario y la estafa a la
confianza pública, hay que ser muy hijo de puta.
Porque lo
peor de todo, además de lo antedicho, es la inoculación en la conciencia
colectiva del precepto no escrito que reza: la
ley no es un parámetro de justicia sino un instrumento hecho a conveniencia de
quien ejerce el poder. El aparato jurídico es de quienes mandan y favorece sus
intereses, no los del conjunto.
Y es
particularmente grave por lo que se menciona al inicio de esta nota. Desde
siempre Buenos Aires, con la consecuente proyección al resto del país de su
influencia política, social y económica, tiene un historial consolidado de
anomias y vulneración de principios de equidad. Ya en sus mismos albores, lo
institucional no surgió como reflejo de una organización de consenso, sino como
apariencia amañada en función de los intereses de turno.
Han pasado
cuatrocientos años y entonces, como ahora, al poder se lo captura para imponer
condiciones al resto. Y a aquellos díscolos que pueden llegar a oponerse, se
los neutraliza mediante acción judicial: se los calumnia, se les fraguan
procesos, se los inhabilita para la función pública, se los encarcela. Ahora
hablamos de lawfare, pero es una
artimaña vieja, muy vieja. Y si no, invite a Sócrates a una copita de cicuta y escuchará
largamente sus divagaciones sobre el tema.
Entonces, ¿el
lawfare es apenas una moda efímera?
¿Una postura diletante? Parece algo demasiado trillado y comprobado en la Historia
esto de manipular los resortes judiciales del Estado.
La novedad
del lawfare pasa por otro lado. A los
poderes fácticos en posesión del poder político y al aparato judicial se les
agrega el tercer elemento: los medios concentrados de comunicación. Ésa es la
innovación capital del lawfare.
Los medios de
comunicación cumplen dos funciones: en primer lugar, establecer una parodia de
ejercicio dialéctico con los tribunales, por medio de la cual las causas
progresan sobre presunciones o falsedades instaladas por la gran prensa, que
son validadas por los jueces, que son presentados a su vez por los medios como
garantes, quienes consideran como plena prueba lo publicado por los medios, lo que habilita la progresión por pasos sucesivos de nuevas presunciones
y acusaciones.
Por otro
lado, los medios concentrados enmascaran e invisibilizan los factores reales de
poder: los grandes grupos económicos, los lobbies empresarios y las
corporaciones de los poderosos son los que definen las líneas editoriales, qué temas
se van a tratar y cómo, a quién se va a atacar y a quién proteger. Luego pasa a
la instancia de los expertos: directores y jefes de sección harán los encuadres
técnicos necesarios. Finalmente, llega a los ejecutores: periodistas,
conductores de televisión y radio, productores, fotógrafos, etc. Ellos son los
que van a aportar el elemento mágico: sus caras, sus nombres, sus firmas; todo
lo que constituye una apariencia de individualidad, de pensamiento personal con
el que sea posible la identificación, para dar carnadura al relato que ya se
definió en los escritorios de los potentados.
Para el gran
público, sólo es visible este último eslabón del proceso: el columnista de
renombre, el comentarista influyente, el moderador carismático. Todos bailando en el retablo del titiritero que mueve los hilos. Los elementos empáticos que hacen posible
que la ideología del poder fluya por los vasos de la comunidad. Esa alquimia
del verbo es todo el oro del lawfare.
Las lecciones de la Historia
En sus
inicios, el contrabando fue el único recurso que tuvo Buenos Aires para
sobrevivir. Así sucedió durante los primeros doscientos años. Doscientos y pico
de años contrabandeando sistemáticamente es mucho tiempo. Las prácticas enquistadas para
favorecer a unos pocos en perjuicio de muchos se trasladaron luego a las
guerras civiles posrrevolucionarias, siempre con el mismo razonamiento mezquino
de no ceder ni una uña de lo acumulado, y menos aún de lo acumulable a futuro. La
pelea entre el puerto agroexportador y el interior abandonado a su suerte no se
zanjó con la caída de Rosas: muy por el contrario, se exacerbó hasta el
exterminio de toda forma de oposición. Desde entonces, de aquella lejana matriz
del primer Buenos Aires colonial, sigue campeando la idea de desigualdad, de
poderosos y empobrecidos, de hijos y entenados.
El actual
gobierno no hace más que expresar de la manera más cruda y salvaje ese costado
antisocial atávico, afirmando las peores expresiones de todo un sector de la población
argentina partidario de un darwinismo inhumano y carente de la más mínima
sensibilidad. Fanáticos de la ley de la selva y la supervivencia del más apto que,
curiosamente, afloran siempre como corolario de procesos distributivos. Beneficios
que mejoran la economía colectiva, al revés de lo esperado, en los sectores medios prósperos sólo generan la peor ambición inscripta en su ADN, como
dignos descendientes de aquellos remotos pobladores, olvidados en un rincón del
mundo, sin medios, sin recursos, al acecho de cualquier oportunidad de enriquecerse y demasiado ávidos para reparar en cuestiones de conciencia o en el desarrollo
equilibrado de la sociedad.
La Historia
se imprime de manera perdurable en la conciencia de los pueblos, mucho más férreamente
de lo que ni de lejos podemos sospechar. Seguimos siendo ese poblado miserable
habitado por aventureros decididos a todo, resentidos por haber sido
abandonados a un destino inhóspito y, por lo mismo, sin el mínimo sentido de solidaridad.
Pero es esa misma
Historia, y sus dolorosos resultados, la que nos obliga a abandonar la animalidad de nuestros ancestros, la codicia
desmedida de aquellos remedos zaparrastrosos de conquistadores, la apetencia
bestial por poseer a corto plazo todo lo que se pueda abarcar; para entender
que no hay otra riqueza que perseguir que no sea el largo proceso de rescatar
uno a uno a los que quedan rezagados, aunque más no sea con un propósito
egoísta: el de vivir en una sociedad más integrada, y por lo tanto más protegida,
y por lo tanto más segura.
Será ese
egoísmo de otra calidad, en todo caso, el que nos permitirá emanciparnos del
concepto de república bananera, que
desgraciadamente parece ir ganando cada vez mayor cantidad de adeptos, inclusive entre
quienes dirigen los destinos de los países más desarrollados.
Excelente nota, concisa y clarificadora (bien por los links de respaldo!!! Buen video, sobre los comienzos, imagino la continuación para llegar a los tiempos actuales. Muchas gracias!
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