Peronismo + kirchnerismo: denuestos en las redes
En declaraciones
recientes, Diego Bossio, hoy diputado disidente y antes funcionario de la
gestión kirchnerista a cargo de la ANSES, dio algunas precisiones rescatables;
en primer lugar, porque sirven para visualizar su posicionamiento; en segundo,
porque constatan realidades que, aunque duelan, es necesario tener en cuenta.
En las redes
sociales, en los espacios de fuerte identificación kirchnerista, lo
destrozaron. Traidor, basura, escoria y otras sutilezas de clara elaboración
analítica adornaron el espacio dedicado a los comentarios. Muy pocos se tomaron
el trabajo de considerar sus dichos como materia de discusión política, en el
sentido que fuera, para convalidarlo o para rebatirlo. Sólo la respuesta
automática, visceral y emocional, ante el tránsfuga que se ha hecho extraño al
clan. Lo que se verifica es: algunos bienpensantes, algunos malpensantes y una
enorme mayoría de, aparentemente, no-pensantes.
La valoración
de argumentos debería ser independiente del concepto que se tenga del sujeto
que los emite, de sus actitudes pasadas e, inclusive, de otros argumentos que
defienda o haya defendido y que, valorados en su momento, hayan merecido alguna
condena.
Por suerte,
en esta ceguera de gatos acorralados en la que muchos se debaten, apareció
ahora el primero y más temprano traidor, el padre de todos los judas, el alevoso
desertor Alberto Fernández, que se reunió con Cristina y puso algunas cosas en
claro. La principal fue la actualización doctrinaria del apotegma nestoriano “con
el peronismo no alcanza y sin el peronismo no se puede”. Fernández (Alberto, no
Cristina) lo reformuló de manera simple e irrebatible, reemplazando los núcleos
sustantivos “peronismo” por “Cristina”.
Tan simple
como eso. La relación de fuerzas dentro del peronismo está empantanada, y todos
tienen que ceder, Cristina inclusive. Entiéndase por Cristina al núcleo duro que la respalda y que hasta hoy se muestra
mucho más intransigente que ella. Cristina, muy tempranamente, en su primera
aparición pública después de bajar del cargo, y luego en sucesivas entrevistas,
dejó clara su posición. Por lo que se ve en el video, muchos no la entendieron.
Sería oportuno que al menos ahora revisitaran algunas de esas ideas:
Se puede ver el video completo en https://www.youtube.com/watch?v=Q24HlcX4Ruc
Se puede no coincidir
en nada con el encuadre ideológico de Fernández (Alberto o Cristina, indistintamente).
Lo absurdo (en ambos casos) es negar su capacidad de análisis, su conocimiento
del peronismo, su visión estratégica y lo que representan dentro de un armado
frentista.
Volvamos al
caso Bossio. Que haya dicho que no quiere ganarle a un Macri fracasado, porque
quiere que a la Argentina le vaya bien, no es reprochable por donde se lo mire.
Que el peronismo está en una etapa complicada, es algo a todas luces evidente. Si
es o no su peor momento desde el regreso a la democracia es algo que podría
discutirse, pero gratuitamente; sería un debate académico. Que la regeneración
del peronismo está por delante y es mucho más compleja que definir un liderazgo
es algo que debería preocuparles a todos los peronistas; que no se va a ganar
más por hacer la V de la victoria pone sobre el tapete y cuestiona la
efectividad y vigencia de un estilo político, sin hacer referencia a contenidos.
En fin, nada
demasiado importante, nada explosivo, nada que alguien pueda considerar
sorprendente y mucho menos agraviante. Cristina también dijo que no quiere que
a Macri le vaya mal, por ejemplo; y el resto de las declaraciones son tan del
más mediano y poco original sentido común que sería incontable detallar los
dirigentes peronistas que, con matices y en contextos diferentes, a voz en cuello o sotto voce, las
formularon.
Sin embargo,
hay una parte importante de la fauna de las redes y del común de los votantes
que sigue empecinadamente aferrado al talismán de Cristina. Rabiosos, se
revuelven contra todo lo que huela a heterodoxia del dogma kirchnerista, si es
que existe.
Otro caso:
cuando Urtubey dice que Cristina es el pasado, está diciendo una verdad, independientemente
de la simpatía o la repugnancia que pueda provocar Urtubey. Es una afirmación a tomar de manera neutra, como un argumento político. Cristina no debería
volver a la candidatura a la presidencia porque está fundida en el molde de un
proceso que tuvo su momento dentro de un desarrollo más amplio. Lo que pueda
venir a posteriori puede o no ser una
continuación de Cristina, pero no debería ser Cristina.
Cristina fue
parte de la gestión de Néstor, y lo sucedió por dos períodos. Hay una fatiga
del material, porque el desempeño ejecutivo es corrosivo. Los equipos que la
acompañaron fueron etariamente heterogéneos, pero los colaboradores que
comparten su época tendrán la misma o mayor edad que ella. Con los más jóvenes,
la brecha será mayor. En 2019 Cristina tendrá 66 años, y si accediera al cargo terminaría
su mandato a los 70.
Y también hay
una baqueta del estilo y de la trayectoria. No es sano para el vigor de una
gestión que se inicia perder la mitad de la energía peleando por justificar,
confrontar o renovar los aciertos, yerros o tornillos flojos del pasado. La comparación
sería inevitable, además de estéril.
Si el cargo fuera
integrar un colegiado (como es el parlamento) o ser referente de un sector,
podría andar; muy distinto es colgarle nuevamente la mochila de la máxima
responsabilidad del país. Es demasiado para alguien que ya alcanzó el cenit de
su carrera política y que dejó el alma en esa tarea; más allá de las
valoraciones acerca de si la realizó bien, mal o más o menos, nadie puede ser
ajeno a todo lo que sacrificó en esa pira.
Cristina no
es un semidiós, es una persona de carne y hueso; no es un oráculo que tiene
todas las respuestas. Ella parece la primera convencida de tal cosa; al menos
fueron muchas las veces que argumentó a favor de la candidatura de otro antes
que la propia. Todavía puede seguir aportando muchísimo desde otros lugares, no
necesariamente en el funcionariado público. En la definición de estrategias, en
los armados partidarios, en la segunda línea que es tan importante en cualquier
fuerza política. Como figura consular de un espacio plural.
La dirigencia
peronista, del sector que sea, parece tenerlo claro. No estaría pasando lo
mismo con amplios sectores de la base. Confiar ciegamente en el líder
carismático es una señal de infantilismo político, sino de indolencia, lo que es
mucho peor. Las personas pasan y Cristina es una persona, y merece que se la
respete como tal. No puede ser el objeto de la incompetencia ciudadana para
afrontar el relevo, y los miedos e inseguridades que provoca.
La Argentina,
y el peronismo en particular, no tuvo buenas experiencias en eso de exprimir la
fórmula exitosa hasta el final. Sucedió con el mismo Perón, sólo que el país se
había encarajinado tanto, producto del empecinamiento multilateral de dieciocho
años, que ya no parecía haber ninguna otra figura que pudiera garantizar ningún
proceso. En ese callejón sin salida, Perón tampoco pudo hacerlo y en cambio se
murió dejando al mando a su lado más oscuro.
Si con
Cristina no alcanza, entonces con alguien hay que empezar a conversar. Sería provechoso
abandonar los insultos y los motes de traidor, renegado y vendido para con
aquellos con los que habrá que negociar un programa de unidad. La dirigencia
peronista suele ser más realista que la de la izquierda tradicional, y tiene vocación de gobierno, no de eternos opositores que nunca erran porque nunca asumen
ninguna responsabilidad pública. Por tanto, hay que descontar que más tarde o
más temprano buscarán ponerse de acuerdo. Ya están empezando a hacerlo. Sólo falta
que las bases más recalcitrantes del kirchnerismo empiecen a tomar conciencia y
a mirar hacia adelante.
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