Matar inocentes
No hubo cacerolazos, no hubo
piquetes, no hubo saqueos. A pesar de las múltiples y continuas provocaciones,
que se repiten sistemáticamente desde las más altas esferas del poder político
y se derraman por todo el sistema circulatorio del Estado,
descendiendo hasta sus últimos vasos capilares, los agentes de calle, los
funcionarios de a pie, los vasallos de a peso la hora. Es lo único que derrama
este ensayo patético de modernidad: provocación y odio.
La gente aguanta sin pisar el
palito. Sería hora de manifestar la bronca, la angustia, la desesperación de
estos años, ahora que casi se ha conseguido el objetivo; ahora que se logró arrancar
de un manotazo la sábana de las encuestas truchas, de los pronósticos falsos a
sabiendas: la sábana que, una vez quitada, devela que los fantasmas no existen.
Pero no. Hay que seguir aguantando porque esto no es un juego, ni un partido de
fútbol. Más bien se parece a una guerra. Y como en la guerra, hay que pensar
con la mente fría y ensayar los movimientos sobre la mesa de arena.
Así que no hubo cortes de calle ni
hubo saqueos. Pero entonces resulta que dos hombres mueren. Uno dificultaba el
tránsito. Otro robaba alimentos de un supermercado.
No hubo cortes de calle ni hubo
saqueos. Pero alguien la tenía que ligar. Se llamaban Jorge Gómez y Vicente
Ferrer. Uno cortaba la calle y otro intentaba su íntimo saqueo personal. No tenían
móviles políticos. El que cortaba la calle quizá estaba borracho. O drogado. El
que robó en el supermercado quizá tenía demencia senil. O hambre. Nada es
nítido en el terreno de las motivaciones. En el de los hechos, en cambio, todo
es clarísimo: las autopsias revelan que ambos murieron por fractura de cráneo
y hemorragia subsiguiente. Ambos fueron víctimas de “uso excesivo de la fuerza”
a cargo de las figuras comisionadas por la sociedad para la utilización exclusiva
de la violencia: vigiladores, públicos o privados.
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Fuente: anred.org |
La inefable ministra de Inseguridad dice que Esteban Ramírez, el policía que mató de una patada a Jorge Gómez, tuvo mala
suerte. Mucha peor fue la suerte, claro está, de Jorge Gómez, cuando el Estado alentó
que un Esteban Ramírez se le cruzara en el camino.
Como en una tragedia griega, en la
que una falta se replica al infinito, Jorge Gómez se cruzó en el camino de
otros, estorbándoles el paso; a él se le cruzó Ramírez, impidiéndole seguir
transitando su vida; y ahora a Ramírez se le cruza nuevamente Gómez, cortándole
con su muerte, posiblemente, su carrera profesional, quizá condenándolo a
cierta marginalidad. ¿Con quién se cruzará Ramírez en el futuro, o quién se
interpondrá en su camino?
Por el otro lado, Vicente Ferrer,
saliendo con su pedazo de queso, sus barras de chocolate y su aceite de un Coto
roñoso de San Telmo, detenido por los empleados De la Rosa y Chávez y golpeado
por ambos en una trifulca imprecisa sobre la calle Brasil.
Cada uno de los empleados declaró por
su lado que no fue él quien golpeó a Ferrer. Acusan a los policías que llegaron
después. Los hechos, como en el caso anterior, se presentan confusos. Lo que
está claro es que Ferrer no murió de confusión.
De la Rosa reconoció, también, que
retuvo a Ferrer por temor a perder el trabajo. Qué será de su vida de ahora en
más. ¿Conservará su trabajo en Coto, o por temor a perderlo lo habrá perdido? ¿Y
Chávez, que todos los días viaja hasta San Telmo desde Virrey del Pino?
¿Compartirán un destino común con Ramírez, si termina exonerado de la fuerza
policial? ¿Cómo será de aquí en más la vida de todos ellos? ¿Manchados,
señalados en la familia o en el barrio, inocentes en su inexcusable culpabilidad,
muertos también, como los otros, pero socialmente; asesinados todos por el
mismo odio con el que se viene envenenado a toda una sociedad que se fagocita a
sí misma?
Pocos puestos hay más descartables
que los custodios. Los entrenan para sanguinarios pero llegado el caso también
los echan por sanguinarios. Que vuelvan al lodo de donde salieron y se arreglen
como puedan. Ellos y la sociedad que los acoge en su seno, después de
descartados, cuando ya llegan quebrados y rotos.
Mientras, en Mordor, en donde se
rompen las nueces y se muele el grano, las cosas siguen como si nada. Mala
suerte, justo en este momento. No para Ramírez, el de la patada asesina; no
para Gómez, muerto por nada en medio de la calle; no para Ferrer, pretendiendo
comer queso sin dinero y con 68 años; no para Chávez y De la Rosa, que creyeron
ser buenos empleados en lo suyo y terminaron presos.
No. Mala suerte que justo en este
momento, habiendo perdido las PASO, cuando todos abandonan el barco y la mierda
sale a flote por todos lados, encima pasa esto. Lo que sucede es que todos
hacen leña del árbol caído, y por eso ahora todo es culpa del Gobierno.
Y es que todo es culpa del Gobierno,
pero no de ahora. Desde el principio.
Porque como en las tragedias
griegas, los crímenes se van encadenando. Y esta violencia de hoy no es de hoy:
viene de lejos, y no es mala suerte.
Como no será mala suerte cuando los que
la propiciaron estén presos.
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No por obvio menos escalofriante. Fuente: anred.org |
Excelente tu reflexion .
ResponderEliminarComo decìa el sabio de Leonard Cohen, " Todo el mundo sabe, que los buenos perdieron"
María, tengamos en cuenta la película, más allá de la foto. Hay una pelea que es desde siempre y posiblemente es para siempre. Se gana, se pierde, y sin olvidarnos de los que van cayendo, heroicamente o no, el partido sigue. No depende de nadie.
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