Los inútiles
Ahora que
todo parece atado de un hilo, por más optimista que se pretenda ser nadie puede
augurar un desenlace siquiera
medianamente tolerable para la economía de Argentina, a menos
que ocurra un milagro. Por ahora, el gobierno se limita a caminar por el borde
del precipicio, con un margen cada vez más estrecho de maniobra; un callejón
sin salida en el que se metió sin ayuda. Si de algo puede alardear es que, en
esa materia, todo es mérito propio.
Increíblemente
se celebra que el descalabro cambiario que devaluó la moneda en lo que va del
año en casi un 50% se haya detenido, cuando cualquiera sabe que es el frágil
equilibrio de un papelito en una cornisa de un décimo piso una tarde de otoño.
La economía argentina está a la intemperie, sin recursos con los que defenderse
de una displicente corrida, no digamos de una crisis a escala global.
A cada
vencimiento de Lebacs se renovará la inquietud, los pánicos, las consultas
afiebradas a las cotizaciones, al riesgo país, a los índices de las bolsas de
Burundi o Kuala Lumpur, a las calificadoras de riesgo. Y la salida cagando
aceite a pedir plata en cualquier lado, en las condiciones que fueren.
La pregunta
del millón, a esta altura del desquicio, es la que se hizo Verbitsky hace ya un
año largo: ¿son o se hacen?
Aunque en
aquel momento el periodista se enfocaba en desmanejos en el ámbito judicial y
de los derechos humanos, también reflejaba una percepción generalizada en ciertos
sectores de la población. Pero alertaba, al mismo tiempo, sobre los riesgos distractivos
de la duda sobre las aptitudes del gobierno. Citaba para ello al jefe de
asesores de Macri, José Torello: “Por suerte nos subestiman. Creen que somos
tontos” (https://www.cuartopodersalta.com.ar/son-o-se-hacen-por-horacio-verbitsky/).
La ventaja de
que te tomen por tonto se hace evidente en la explicación del mismo Torello,
que se explayaba en otro reportaje aduciendo que “cuando no te ven venir es más
fácil” (https://www.infobae.com/politica/2017/01/29/jose-torello-por-suerte-creen-que-somos-tontos-nos-subestiman/).
El problema se
presenta si, además de gozar del beneficio, no se es lo suficientemente
inteligente para ponerse a cubierto del riesgo. Y el riesgo consiste en abusar
de ese provecho supuesto o, en otras palabras, considerar que, en realidad, los
tontos son los demás. Eso los lleva directo al autoconvencimiento de que no
sólo no son tontos, sino que, por el contrario, son unos vivos bárbaros. Y
esto, completando una revolución completa, los remite a la condición del peor
de los tontos, que ha constituido el denostado arquetipo del argento piola, el
vivo criollo.
Hay que
agregar que la ilusión de poder absoluto que pueden conferir los triunfos
comiciales y el amparo de los poderosos que controlan los grandes resortes de
la economía y los medios de comunicación desembocan en cierta borrachera de
poder.
En esa misma
nota, de enero de 2017, un agrandadísimo Torello sacaba chapa de prístino y
acusaba de turbio, claro, al peronismo, que no acompañaba la sanción de la ley
de financiamiento de las campañas políticas. Y describía con todo descaro, en
un impromptu de jactancia triunfalista, que el PRO se financiaba de manera
regular con empresas, “porque durante el año para el desarrollo del partido
podemos pedir a empresas. Lo que no podemos es para las campañas”.
Era tan
grosera la sugerencia que el periodista, aún siendo de Infobae, un medio
complaciente, no puede evitar un “es al menos engañoso lo que dice…”.
De allí, en
más, los argumentos trastabillan. “En la cena que nosotros hicimos, el 80 por
ciento de los ingresos fueron transparentes y blancos”. ¿Y el otro 20 por
ciento? Criticando a la ley actual: “Es una ley que hace que muchas veces los
partidos tengan que ser truchos”. Preguntado si el PRO nunca manejó plata en
negro en una campaña: “Yo no. No sé el PRO, el PRO es muy grande, está en todo
el país, no manejo todo”.
A considerable
distancia de aquellos tiempos de euforia, y con comprobación a la vista de
aportantes truchos en varios distritos del país y en diferentes campañas, aquellas
afirmaciones cobran su verdadera dimensión. La plata estaba, porque la ponían
los empresarios, que es lo que anhelaría transparentar Torello: un sistema que
permita a los poderosos hacer una vaquita y comprar el sillón presidencial. Como
la ley impide esa plutocracia desembozada, provoca “que muchas veces los
partidos tengan que ser truchos”. La plata estaba pero no se la podía blanquear,
así que no hubo otro remedio que salir a inventar afiliaciones y aportantes.
Como puede
verse, se los podía tomar por tontos pero no son tontos. Más bien son unos
animales.
La tormenta en un vaso de agua
Pero volvamos
al principio. Al momento actual, en donde vivimos a la intemperie de los
fenómenos climáticos. A una lluvia de inversiones que nunca se produjo le
siguió una sequía real, para cuyos efectos el país no estaba preparado porque
no había sector que pudiera compensar al sector externo por la magra cosecha, ni
Estado que administrara sus efectos sobre la economía del conjunto. Y para
rematarla, y de regreso al terreno imaginario, esta tormenta fantástica
(fantástico, a: adjetivo. Que es
irreal y sólo existe en la imaginación) que nadie en el mundo ha padecido igual
que Argentina.
Veamos, si
no: en el período que va desde el inicio de mayo al inicio de julio, mientras
el dólar corcoveaba dando por tierra con el domador de caballos de calesita
Sturzenegger y devaluaba el peso 36%, en Brasil la variación era del 10%; en
Uruguay del 9%; en Chile del 8%; en Paraguay, México y Colombia del 4%; en Perú
del 1%; y en Bolivia del 0%.
En inflación
acumulada en los primeros seis meses de 2018, la comparativa es todavía peor: Uruguay,
5,8%; Brasil, 2,6%; Colombia, 2,4%; Paraguay, 1,9%; Chile, 1,4%; Perú, 1,2%; México,
1,1%; Bolivia, -40%.
Argentina:
16%.
¿De qué
tormenta estamos hablando? La única tormenta existente es este gobierno (https://www.datosmacro.com/ipc).
Metafórica o
palpable, delirante o concreta, ficticia o palmaria, previsible o fortuita, cualquier
inclemencia por mínima que fuere resulta devastadora para un país sin
mecanismos protectores.
Es un consuelo
estéril creer que todo es un plan siniestro; consuelo en el masoquismo, pero
consuelo al fin. O puede ser paranoia conspirativa, o mero refugio en la
deducción, o quizá sea la repugnancia experimentada ante la falta de lógica. El
vértigo de sentir que la vida propia, y la de la familia, y la de los seres
queridos, los hijos, los vecinos y todos los argentinos puede estar en manos de
gente irresponsable, ignorante, incompetente e insensible; incapaz siquiera de
llevar adelante de manera exitosa logros infinitamente más modestos que el
relativo bienestar y desarrollo de un país.
Es un
consuelo aferrarse a la pura racionalidad, y creer que aunque estemos a merced
de la maldad, al menos nos mantenemos a salvo de la estulticia y la brutalidad.
Pero no, no es así. Además de padecer lo siniestro también estamos sometidos a
la torpeza y la estupidez. A la arrogancia y la ineptitud. A la terquedad y la
estrechez de miras.
A partes
iguales, el proyecto de atar el país de manera permanente a un esquema de
negocios supranacionales, diseñado y planificado en instancias que exceden
largamente el campo de acción de sus tristes ejecutores, se articuló con el más
desmañado de los manejos, una improvisación prepotente, la exultante introducción
del elefante en el bazar.
Si usted recibe
un auto usado y considera que no está en las mejores condiciones, no le prende
fuego para ver después qué arreglos le parecen convenientes.
Nada puede
salir bien si uno se dedica a arrasar alegremente una construcción existente.
Los cambios en un país, en cualquier país, requieren una precisión y un cuidado
quirúrgicos. Cada movimiento es 3D: influye en la dimensión social y en la
funcional económica, pero no sólo en la foto del hoy sino en la proyección de
futuro. El efecto dominó, el efecto mariposa, el efecto gota de agua: todos los
efectos posibles caben en cada acción del Estado.
Desactivar
cualquiera de las herramientas fiscales equivale a desactivar una bomba, si se corta
el cable azul en lugar del rojo todo puede volar por los aires. Requiere una
evaluación meticulosa de las consecuencias inmediatas y de la onda expansiva.
El ajuste en manos de Frankestein
Pero el
gobierno gradualista en sus primeras
medidas liberó completamente el mercado cambiario y quitó de un plumazo las
retenciones. Desfinanció por completo al Estado y empezó a tomar deuda a gran
escala. El daño fue tan profundo que luego ya no hay manera de arreglarlo.
Es algo tan
elemental que cuesta trabajo aceptar que no haya formado parte de un plan
organizado. Sin embargo, también hay indicios de que los índices de arrogancia e
impericia son muy elevados. Es fatigoso recordar aquí las bolufrases de Prat
Gay, González Fraga, Sturzenegger; actualizadas con Iguacel, Peña, etc. Para no
citar las de Carrió y Michetti, porque eso ya sería abusar de lo que, técnicamente,
se podría definir como el frente esperpéntico de la gestión.
Es algo tan
elemental que ahora importantes espadas del liberalismo como Melconian, consideran
que no estaría mal un tipo de cambio diferenciado, con un dólar más barato para
quien importe bienes de capital y otro más caro para, por ejemplo, el que
quiere vacacionar en Europa o guardarlo en una latita.
¿No era ése
el intolerable, el execrable, el dictatorial cepo, con el que han hecho campaña
durante años?
Pero, ¿cómo?
¿Tantos cráneos de la política económica y nadie se había dado cuenta de que si
las divisas son un bien escaso hay que cuidarlas, y que si se las quiere
reventar en cosas superfluas hay que pagarlas más caras?
Algo tan
elemental como las retenciones ahora resulta que es lo que recomienda el FMI,
entre otros muchos de la misma task force
del establishment económico. Resulta
que no eran tan malas. Resulta que hay muchos países que las aplican.
El desconcierto
y el negacionismo en el elenco al frente del país son descojonantes. El relato
de una realidad que no existe se afirma sin vergüenzas en las palabras de
Macri, que sale a poner la cara (sin mucha idea) como carta de confianza cuando
a su alrededor se van incinerando los que tratan de explicar lo inexplicable, y
por eso son retirados temporalmente de la escena. Vuelven a la palestra
entonces los todotarea como Eduardo Amadeo
y Fernando Iglesias, que ya estaban con la línea de flotación perforada y se
siguen hundiendo.
La soberbia y
la incapacidad comienzan en la cabeza del ejecutivo, para quien todo parecía
ser una boludez desde el principio.
Para Macri,
un problema eterno de la economía argentina es una tontería. O sea que todos
los presidentes –no sólo los Kirchner– que intentaron controlar el tema de la
inflación eran unos inútiles. Uno no puede dejar de ser esclavo de sus
palabras, y en este caso, ¿qué calificativo aplicar a una visión tan liviana de
un tema complejísimo?
Por otro
lado, el discurso dominante pretende instalar que la inflación es una
problemática que surgió con el peronismo y que fue su peor legado, lo cual es
falso. Es un lugar común escuchar que la inflación es un flagelo “que padecemos
hace 70 años”. No hay más que sacar cuentas: la culpa la tiene Perón. Sin embargo,
en 1873 la inflación desembocó en una crisis. Eso lleva el plazo a más del
doble: 145 años. ¿Causas de la crisis? Déficit presupuestario, exceso de
circulante por introducción de empréstitos, exceso de importación. Diecisiete
años más tarde llegaría la más mentada crisis de 1890. Mario Rapoport estima
una inflación del 30% en 1889 y 50% en 1890, ¿qué tal? La moneda se depreció un
54% (http://www.mariorapoport.com.ar/uploadsarchivos/la_inflacio__n_en_pdf.pdf).
Respecto de esta devaluación, el Financial
Times del 9 de abril de 1892 explicaba: “Aparte de los políticos
corrompidos, el mayor enemigo de la moneda sana ha sido el estanciero. […] Su
noción del paraíso está constituida por buenos mercados en Europa y mala moneda
en el país, porque de este modo el oro europeo le provee de tierra y mano de
obra baratas”.
Para cuando
hicieron su entrada triunfal, anunciando que en dos patadas se arreglaba todo,
Macri y su grupo de amigotes que, como en la película de Fellini Los inútiles, vivían riéndose de lo que
los rodeaba, la administración del país era perfectible, dentro de un marco de
desarrollo autónomo. Pero llegaron con el libreto cambiado, y además no dejaron
de hacer mal todo lo que pudieron. Hasta para hacer el mal lo hacen mal.
Y es que, finalmente,
¿quiénes eran estos tipos? ¿Quién era Mauricio Macri, para la mayoría de los
argentinos, hace apenas quince años? El hijo un poco tarambana de Franco Macri,
que vivía gratis del talento fascineroso de su padre; un niño bien un poco
inútil, habitué de la noche con amigotes calaveras como Marcos Gastaldi, Manuel
Antelo o Ramón Puerta, de trayectoria errática entre la presidencia de Boca y
las empresas familiares.
Perón dijo
una vez: “El bruto es siempre peor que el malo, porque el malo suele tener
remedio, el bruto no. He visto malos que se han vuelto buenos, jamás un bruto
que se haya vuelto inteligente”.
Quizá no sea
nada loco prever un final similar al de la escena de Alberto Sordi en la
película de Fellini, de a pie en medio de la ruta, y perseguido por
trabajadores.
Notas relacionadas:
excelente retrato actual de Argentina, con un analisis economico que nos ha traido al mismisimo Ionesco.
ResponderEliminarPermiso para compartir, aunque imagino que inutilmente; a unos conocidos cabeza de globo para razonen y desarrollen una idea de manera clara antes de responder su muletilla: "no vuelven mas...."
Estan inmersos en una ceguera de odio y que cualquier cosa esta bien antes que lo que hubo...
Muchas gracias por su claridad y buena prosa
Shigeki
Adelante y gracias por compartir Shigeki. Hay un problema con la personalización que se ha hecho de la política y del morbo de exacerbar las más bajas pasiones, por encima de tratar de visualizar un proyecto de país más allá de los intérpretes, que son siempre circunstanciales, llámense Macri, Cristina o Mongo. Hay que tratar de llevar las discusiones a ese terreno.
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