#FF2019



De todo laberinto se sale por arriba, decía Marechal, y tal aparenta ser la manera en que CFK decidió romper la inercia en la que parecía atrapado todo el arco opositor y hasta el mismo gobierno, y mover, una vez más, la estantería.
La noticia de la candidatura Alberto Fernández-Cristina Fernández, que cayó como una bomba en la mañana del sábado 18 de mayo, aparece como el auspicioso comienzo de un camino.

Vencedores vencidos

Las primeras lecturas que pueden hacerse deslumbran en un ajedrez político en el que, con una sola jugada, se obtienen considerables ventajas.
Por un lado, se resuelve el intríngulis y se destraban nuevos caminos para la unidad. Con gran muñeca política, Cristina Fernández consiguió desplazarse del centro y mantenerse en el centro. Su postulación a la Vicepresidencia –puesto con funciones secundarias, con un peso más simbólico que real– desactiva la principal estrategia de campaña oficialista, que se enfocaba en tenerla sentada en el banquillo. Eso habilitaba una planificación de tapas de medios de aquí a octubre. Pero como vicepresidenta (puesto fusible que no alteraría el rumbo de la campaña una vez instalada, si fuera necesario desplazarla), todos esos planes se desinflan.
Sale, de esa forma, de la zona de blanco fácil, que iba a obligarla a responder agravios a lo largo de toda la campaña, o en todo caso contaminaría y entorpecería su discurso.
En momentos en que el gobierno se sentía vencedor y se ilusionaba con retomar la iniciativa, después de las presiones sobre la Corte que concluyeron en la ratificación de las fechas de juicio oral, CFK vuelve a ponerse al frente arrebatándole el manejo de agenda. Propios y extraños pasarán el fin de semana sin saber bien cómo reaccionar. Para cuando se organicen un poco y logren articular una respuesta, aún así deberán resignar la disputa por el protagonismo por lo menos hasta la última semana de mayo.

Este asunto está ahora y para siempre en tus manos, nene

Alberto Fernández posiblemente sea la mejor opción para la oposición en la coyuntura actual del país. Por más que protesten a derecha e izquierda, invocando cuestiones del pasado, tiene galones invulnerables como jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Tiene una lucidez y una velocidad de lectura de las situaciones que supera la media de los dirigentes, y habilidad para articular espacios. Fue el primero que rompió el estatismo en esa guerra de trincheras en el que estaba atrapada la oposición peronista cuando se acercó a CFK y enunció claramente que “con Cristina no alcanza, pero sin Cristina no se puede”.
Negociador nato, tiene llegada a todos los espacios, lo que lo convierte en un referente polivalente para la construcción de alianzas.
Y eso no es un dato menor, tanto para pensar en ganar en primera vuelta como para prever reacomodamientos con vistas a un ballotage. 
Nadie puede saber qué cosas pasan por la cabeza de CFK, pero indicios que hemos desarrollado en notas anteriores indican que tiene una clara noción de la necesidad de concretar un pase de continuidad en un sucesor.
El nudo gordiano era ser la depositaria de un capital simbólico gigantesco al que no encontraba manera de delegar. El peligro era repetir el escenario brasilero, en el cual no existieron mecanismos que permitieran conservar la intención de voto en candidatos alternativos a Lula. El encarcelamiento de Lula siguió el manual de procedimientos de la doctrina del shock, tal como la describiera Naomi Klein. Desorientó al pueblo, lo sumergió en la depresión y lo paralizó. De ahí en más, todo fue coser y cantar para el establishment.
La jugada de CFK toma la delantera sobre ese cuadro y despeja el camino. Hay mucho por recorrer en la construcción de la campaña, pero es una base inmejorable.

Banderas en mi corazón

Lo que enamora siempre de CFK es la contundencia de sus mensajes. Retóricamente es un monstruo y cuando abre la boca sus argumentos tienen una solidez y desarrollo que los vuelven demoledores. Entonces es normal que aparezca como la candidata que se despega del resto por mucho, y lo lógico parece ser que sea ella la que vuelva al primer plano.
Pero no hay que engañarse, su momento ya pasó y dio lo mejor de sí en un período que ya entra en la historia grande del país. No sería inteligente ni deseable que el movimiento y el proyecto se cerrara sobre sí mismo y volviera, como un búmeran, a encarnarse en su persona.
Por otro lado, AF tiene las manos más libres que CFK para tomar algunas decisiones que podrían ser polémicas o que implicaran embragar y dar marcha atrás con algunas banderas que el kirchnerismo duro ha hecho históricas cuando en realidad correspondieron a una fase que, como CFK se encargó de destacar en su mensaje, ya no es la misma.
En un gobierno que deberá ser de transición y privilegiar el ordenamiento sobre cuestiones más progresistas, la imagen de CFK se resentiría más en caso de tener que enfrentar negociaciones desde posiciones más débiles. AF puede absorber mejor ese costo.
La dialéctica y la claridad de su palabra engañan a primera vista a cualquiera, pero ella parece tener las cosas claras. Hizo la lectura más lúcida de esta realidad y de la forma de resolverla, y eso quedó expresado en su mensaje. Puntualmente, hacia el final, cuando se refiere a la experiencia acumulada, y cómo esa experiencia puede servir si es escuchada (https://www.youtube.com/watch?v=QmwCCksE-VE).
La experiencia va necesariamente asociada a la figura del consejero: su alusión a la recordada frase de Bonavena, acerca de que “la experiencia es un peine que te regalan cuando te quedás pelado”, fue muy descriptiva en ese sentido. Aunque haya avisado que todavía le queda bastante pelo.
 
CFK-AF. Ahora será AF-CFK

Qué escribe en la pared la tribu de mi calle

Algunos sectores duros del kirchnerismo fantasean con que Alberto Fernández es una fachada como el Cámpora de los setenta. Algunas pintadas ya lo describen como “Alberto Fernández presidenta”.
No estaría bueno especular con esa posibilidad. Por empezar, de todo punto de vista no sería una gestión sana. Lo peor que puede pasar es un títere en la presidencia.
Por otro lado, y aunque parezca una obviedad, Alberto Fernández no es Cristina, ni nadie puede serlo. En caso de triunfar en las elecciones se partirá de una base en común, pero es inevitable que con el correr del tiempo y de los sucesos el presidente en funciones elabore una estrategia y un estilo personales.
Un año, como mucho, puede haber plena convergencia de pensamiento. Luego, es muy difícil no pasar de los matices diferenciadores a un manejo abiertamente diferente. CFK lo sabe y dependerá de qué actitud tome en el futuro: relegar protagonismo y subordinarse disciplinadamente, como es hábito en el peronismo, o discutir las decisiones.
Si, como se dijo, se ha asumido que su momento de autoridad pasó, puede transitar el período participando de la mesa de resoluciones. Caso contrario, se autoexiliará y eso no fortalecería la acción de gobierno. Es de esperar que, en vista de su cultura política y de lo que sufrió en carne propia por parte de Julio Cobos, elegirá la primera alternativa.
Otros también especulan con un período de transición para retornar al poder en 2023. Es una fantasía ilusoria: ninguna dinámica de poder puede pensarse sobre bases tan endebles. Lo lógico es que Alberto Fernández desarrolle su propio proyecto y sus propias estructuras, que no necesariamente serán La Cámpora o espacios similares.
Si la gestión es exitosa, naturalmente perseguirá su reelección: es bastante más joven que Cristina Fernández y eso lo posiciona mejor. De no serlo, tampoco se beneficiaría CFK.
Por último, existe todavía en el espacio propio el Club de los Denunciadores Seriales de Traidores, que aún lo tildan de tal por su abandono del gobierno. El término “traidor” está tan devaluado en el ámbito kirchnerista, en donde a lo largo de estos años algunos han visto traidores hasta debajo de la cama, sin entender las dinámicas de la política, que no vale la pena tomarlo muy en serio.

Cambió la suerte en el puticlub

Por supuesto, el oficialismo empezará a demoler a AF desempolvando todos los archivos disponibles, y reviviendo las críticas que le hiciera en su momento a CFK.
AF, de cualquier forma, ya trae envión con ese tema, porque se lo vienen recordando desde su acercamiento a CFK. Tampoco es tan difícil de explicar desde el punto de vista político, así que no pasarán de fuegos de artificio. Desde Borocotó para aquí, la ciudadanía ha visto más pases entre partidos políticos que entre clubes de fútbol: no hay tantos que puedan presumir de pureza de raza partidaria. Para no hablar de que la principal sostenedora de Macri hoy es quien lo definiera en su momento como un delincuente y contrabandista, y se declarara impotente de dar una explicación a sus hijos si resultara electo.
Desde la izquierda, la crítica más consistente que se ha hecho en estos primeros momentos es la que apunta a definirlo como un “dedazo” de CFK, obviando cualquier instancia de democracia interna. Lo cual no deja de ser cierto (con matices, ya que la instancia democrática se concreta en las primarias), pero debe ser leído en la presente instancia especial, en donde era más productivo este tipo de solución que seguir desgastando y debilitándose tras una respuesta que nadie parecía poder encontrar por canales orgánicos. Pero se sabe que la izquierda telúrica tiene la cintura política de un pollo, así que no se pueden esperar por ese lado tal tipo de razonamientos.
En el propio espacio del peronismo las respuestas aún no se han organizado en un discurso coherente, más allá de algunas expresiones vagas. Julio Bárbaro, por ejemplo, ha salido a decir que AF no es peronista, pero, ¿a quién le interesa averiguar si el mismo Julio Bárbaro lo es desde hace mucho? Y por otro lado, sólo para los Peronistas Adoradores del Peronómetro sería relevante la integridad del pedigrí de AF. Para la mayoría del peronismo es intrascendente, y para los que apoyamos el proyecto sin ser peronistas, más todavía. Ni hablar para el votante anónimo.

Es sólo un rock and roll del país

Todo parece indicar que, para una oposición fuerte y consistente, los patitos comienzan a ponerse en fila. El peronismo residual, al que el gobierno y los medios tratan de todas las formas posibles de darle alguna entidad, tendrá necesariamente que ir tomando partido. Con Schiaretti, que es el único que tracciona, si bien en un ámbito exclusivamente local aunque importante, parecen estar avanzados los contactos, así como con Massa. Pichetto, Urtubey y Lavagna hasta ahora llevan menos gente que una moto: no pasan de meras construcciones mediáticas.
Habrá que ver cómo sigue la película.

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